Estudiar filosofía ayudó a mucha gente a ser mejor persona, a tener una visión global de la vida y de lo que es el ser humano, justo lo que más falta le hace a los españoles y a la gente en general, agobiada y angustiada por la realidad. 

Leer filosofía es tan sano como comer naranjas, zanahorias o manzanas, y tan etílico como calzarse una botella de Jack Daniel’s de doce años. Da seguridad y revoluciona al mismo tiempo, como un buen hechizo que convierte cada párrafo en un arma subversiva y en un buen albañil que cimenta la casa que es la mente humana. Nos hace dudar de todo, nos obliga a pensar y a argumentar lo que somos y creamos, y por lo tanto nos convierte en seres mucho mejores, más conscientes de la realidad. Vivimos tiempos de mucho éxtasis de lo radical: el que sufre la injusticia social, política y económica que sacude a naciones enteras en Europa no tiene mesura ni medida, y sólo sueña con cortar cabezas, con violencia y sangre. Lo peor es que suelen ser personas inteligentes que se pierden dentro de su ira, esté o no esté justificada. Es una reacción humana, y por eso la filosofía es tan buena.

A los que han estudiado de verdad filosofía (en la universidad, o con un guía para no perderse por el mar de papel y tinta de cerca de 2.600 años de manuscritos) les llega de forma natural una verdad: que la realidad es un frondoso bosque que no deja ver nada si no es desde fuera. La filosofía te saca del bosque y te deja observar el todo desde sus partes, te eleva al hacerte ver cómo funciona el comportamiento humano, la sociedad, el mundo mismo, la materia misma de la que estamos hechos culturalmente. Una teoría filosófica tras otra, desde los primeros jonios hasta la Escuela de Frankfurt y los posmodernos de hoy, desmontan los sueños ufanos del ser humano y nos muestra cómo es la naturaleza que construimos.

La civilización europea se hunde y enfanga entre una institución a-democrática (la Unión Europea, más bien la Unión Euroalemana) y el agotamiento intelectual del continente, ya viejo, mal acostumbrado a la pereza mental y que en lugar de repensar no para de tirar de pasados gloriosos que no volverán si no espabilan. Europa necesita mucha filosofía, necesita esa fuerza demoledora de la inteligencia y el valor que se fusionaron para crear, a miles de kilómetros, aquel mítico 1776 que derivó en la primera democracia real del mundo desde la Atenás clásica. Aquella revolución americana fue en realidad la eclosión de muchos años de lucha democrática contra el despotismo británico, de intereses económicos (los colonos querían crecer, no ser ahogados por impuestos y ataduras burocráticas) y de toda la carga de la Ilustración y su mensaje.

Y eso es lo que necesita la gente: trabajo filosófico, mucho, constante. No podemos obligar a la gente a leer a Sócrates, a Aristóteles o a los grandes ilustrados del siglo XVIII, pero sí que cada uno, por su cuenta, podría iniciar la revolución individual, y cuando se sumaran todas las pequeñas revoluciones el cambio sería efectivo en el colectivo. Hemos visto y oído demasiadas personas encrespadas que ya no reflexionan, sino que dicen cosas que luego son incapaces de hacer. La violencia nunca funciona, sólo genera dolor y hacer perder el camino. Aunque se sufra, hay que pensar. Pero eso cuesta. Leed, leed, leed, leed.