Gente extraordinaria con muchos claroscuros, pero que a día de hoy no tiene sucesores en ningún lado: el sacrificio por la democracia no tiene héroes hoy. 

A situaciones extraordinarias, medidas extraordinarias. Eso debieron de pensar los soldados que se subieron a las lanchas y barcos y pensaban que iban a morir por gente que no conocían y por una simple idea. Ese tipo de sacrificio hoy no existe. Europa, siempre Europa, vive adormecida y ensombrecida mientras 70 años después los viejos demonios continentales despiertan otra vez. Asoman las garras, no arañan apenas todavía, pero lo harán. Y entonces todos volverán a mirar hacia aquellas playas, donde la horrible peste de la guerra por primera y única vez tuvo sentido, la de la libertad de todo un mundo. Ahora los enemigos de la democracia no tienen bigote, no te avisan con discursos desquiciados de que van a por ti, no disponen de ejércitos grises que matan a cualquiera. Ahora son oscuros y discretos, pueden llevar traje y corbata o no, pero sobre todo son esos que se acercan a los desesperados para reclutarles para el profundo cabreo continental que se revuelve contra la democracia; les prometen el paraíso nacionalista donde todo irá bien. Mentira.

Sentimos profunda envidia por los ciudadanos de las naciones que estuvieron presentes en los barcos, lanchas y aviones a las 6.00 horas del 6 de junio de 1944. Rusia se desangraba y vertía una generación entera en la hoguera para derrotar a los nazis. Sin la URSS el Tercer Reich no hubiera caído, pero sin el Día D tampoco se hubiera salvado la democracia en media Europa, que hubiera caído en manos de Stalin en un par de años más. Y sin embargo sucedió: cinco playas, un sector de Normandía, una gran operación de engaño que incluyó espías tras las líneas y un ejército de goma que desde los aviones alemanes parecía uno de verdad. Después cometieron errores, fallos y desmanes (bombardeo indiscriminado sobre Normandía que mató a miles de civiles franceses, saqueos de las villas, incluso violaciones que tuvieron que ser cortadas de raíz con verdugos traídos desde EEUU), pero la balanza quedó compensada con la sangre derramada por liberar Europa.

Todo eso fue la parte histórica: la política es la del sacrificio de una generación entera para salvar a la democracia y a la civilización occidental del fascismo. España perdió ese tren por poco: fuimos los grandes perdedores de aquellos años. Los Aliados no quisieron seguir adelante con la guerra y dejaron a la península Ibérica (España y Portugal) en manos de reaccionarios que nos hicieron perder más de 40 años. Su excusa, ser furibundos anticomunistas frente al nuevo problema: Stalin y la URSS. Hoy aquel sacrificio no tiene herencia alguna, la inmensa mayoría de la gente no se acuerda del Día D, no sabe lo que fueron Juno, Gold, Sword, Omaha y Utah, palabras como Overlord no les suenan, tampoco Muro del Atlántico, y mucho menos los discursos de Churchill, que supo sintetizar lo que el mundo civilizado sentía frente a la barbarie suprema del nazismo. Y del estalinismo.

Ya no quedan héroes, no hay gente extraordinaria capaz de inmolarse por algo tan abstracto como la libertad y la democracia. Europa era un remanso de reaccionarios que aplastaban a todo aquel que se rebelaba frente a una ideología con muchas caras (desde el franquismo español al tradicionalismo reaccionario de Petain pasando por Salazar, Mussolini y Hitler) pero que tenía un mismo común denominador: el ser humano no valía nada, sólo el grupo. Habría que tomar buena nota de cómo muchos nacionalismos asiáticos que se expanden por el mundo (China y Rusia) comparten valores con aquella horda que mató a decenas de millones de personas. El dinero se adapta bien a los regímenes, pero siempre pierden el individuo y su libertad. 70 años después parece que nada haya cambiado para algunos. Aviso para navegantes.