Si alguien hiciera una lista de los talentos que podrían sacar al cine español del bucle de historias, estilos y argumentos que tanto ha contribuido a enterrarle sociológicamente, nombraría a Rodrigo Cortés, Kike Maíllo y Álex de la Iglesia. A la espera de que Alejandro Amenábar mueva un poco su vida y su cabeza para otra película, claro.
El resultado de la lista supone que son las locomotoras, gente con nuevas ideas que se salen por la tangente del plato nuestro de cada día de siempre en todo lo referido al cine. Un arte-negocio que se ha quedado sin dinero (por depender tanto de las subvenciones), que no ha logrado restablecer puentes con el público nacional que debería propulsarle si no es con cine de género (negro, ciencia-ficción, terror…) y que en lugar de buscar soluciones patalea y lloriquea sin cesar.
Un cine que no ha entendido que internet es el presente, no el futuro, y si no que se pasen por Filmin y Mitele para que comprendan que en el futuro la gente que consuma sus productos serán ciudadanos que verán los estrenos en pantalla plana en casa conectados con una ADSL rápida. Es algo parecido a lo que le está pasando al libro: habrá un sector del mercado que leerá en digital (quizás un 60%) y otro seguirá fiel al libro de papel (el resto de porcentaje), que será un producto de calidad para lectores “profesionales”. Es como los coches: hay mucha gente que se compra un Seat Ibiza, pero también hay otros (menos) que compran Audi. En el cine debería haber una transición parecida, no victimismo y lloriqueos al estilo de Billy Crystal y Hollywood, que no paran de escupir contra el viento y así las galas les quedan de planas, aburridas, envejecidas y pobres. Adaptarse o morir. Y si no, que se lo pregunten a Cortés, Maíllo y De la Iglesia.