Una visita fugaz al DA2 de Salamanca corrobora una idea: no saben qué puñetas hacer con él. Lo damos ya por muerto. La única responsable real del centro intenta imitar a la diosa Shiva multiplicándose, con mucha esperanza y optimismo, y trabajo, sobre todo trabajo, pero la Fe a veces no mueve montañas.
Tuvimos a este centro de arte como una de las pocas ventanas por las que entraba oxígeno en una ciudad enclaustrada en su cortedad de miras, con un sistema político caciquil que no sabe qué puñetas hacer con la vieja cárcel convertida en arcón de la colección Coca-Cola, de las compras de esos años y de los compromisos adquiridos. Pensar no está bien visto en tiempos en los que las urgencias acosan a mentes todavía verdes. Dicen los expertos en automovilismo que cuando una fábrica deja diseñar a los contables, siempre con el euro en la mano, suelen salir coches de segunda. Por eso cuando se deja a los políticos pensar por otros, suelen salir ciudades de segunda.
El DA2 que vimos era un espectáculo desangelado, con apenas un grupo de estudiantes americanos siguiendo a una guía que les explicaba tanto las colecciones como el origen del centro. Todo fue bien hasta que los chicos, con una media de unos 18 a 20 años, puede que menos, vieron los primeros desnudos de una de las instalaciones. A la educación (mayor que la de muchos escolares españoles, por cierto) la sustituyó la risita nerviosa. Y luego apenas dos visitantes solitarios más, ambos cámara en mano y cuya proporción era ínfima en relación con las cuatro o cinco personas que trabajan custodiando el centro. En un sitio así no puede haber más ojos que vigilan que ojos que disfrutan de lo que ven.
El DA2 muere. Mejor dicho, está muerto. Con una sola persona dándolo todo no se llega lejos, y mucho más atrás quedan los tiempos de Javier Panera y Rafa López, que dieron el todo por conseguir hacer atractivo un centro de arte contemporáneo para una ciudad que lo más moderno que conocía era Unamuno. Y con eso lo decimos todo. Simplemente hay ciudades, por desgracia, donde no merece la pena hacer esfuerzos. Quitémonos las caretas: Salamanca no tiene público para lo que le dieron, y esa es una de las razones del actual desierto intelectual. Hay público para procesiones, pinchos y juergas universitarias, pero para poco más.