Sólo 17 películas van en rodaje actualmente en España, un número ínfimo pero que quizás se ajuste mucho más al verdadero poder comercial del cine español: bajo cero. Un abismo que se abre bajo los pies del gremio.
Merece la pena volver a hablar de cine, de cómo España y sus artes cinematográficas palidecen entre los recortes, el escaso tirón popular y una futura ley del sector que no llega porque Wert tiene muchas cosas que hacer y el Amo del Calabozo, Montoro, no suelta dinero ni a tiros. Un negocio que no era tal y que ahora suspiraría por las desgravaciones fiscales prometidas por el PP, por los buenos tiempos (es decir, hace dos años…) y por encontrar a otro Santiago Segura.
En un sistema acostumbrado a tener, entre productoras, proyectos independientes y ayudas televisivas, más de 50 películas al año como mínimo, resulta terrorífico pensar que el propio gremio podría echar el cierre durante un año o dos por falta de dinero. Imaginen lo que supondría: productoras cerradas, apenas tres o cuatro películas en marcha, todas de Santiago Segura, Telecinco o Antena 3, la cuota del cine nacional tan hundida que resulte penoso sostenerlo y finalmente la defunción, con niveles de producción semejantes a los de países como Albania, Grecia o Eslovenia. Porque una vez eliminado el dinero público, el almohadón sobre el que han descansado muchas carreras, el vacío de la cruda realidad se abre bajo sus pies.
La red se llena de blogueros que no paran de escribir cartas a todo lo que sobresalga por encima de la tapia del chiste del loco, pero al final todo queda en lo mismo: no hay dinero. Y lo peor de todo es que mientras otros negocios sí son capaces de generar dividendos que les permitan sobrevivir (es fundamental, fundamental, fundamental al cuadrado y al cubo, generar dinero de alguna forma) éste no es capaz de rellenar la hucha siquiera. Es la gran maldición gitana que persigue al sector, recogido ya en varios informes que el propio presidente de la Academia del Cine, González Macho (en la foto de portada) no es capaz de solventar. Está atado de pies y manos por la falta de resolución de los empresarios del cine, de las veleidades cortoplacistas de las televisiones… y porque aquí la gente no va al cine a veces ni aunque los directores llenen la buchaca de Goyas.
Una buena amiga nos dijo algo que podría explicar muchas cosas: llegó con mucha ilusión para ver ‘No habrá paz para los malvados’ y se encontró con una película más sosa de lo imaginable. Una decepción. Un “ooooh” que se repite muchas veces en los espectadores, cada vez más condicionados por los malos clichés del cine español en la sociedad. Quizás ahora, que no hay dinero público y la reconversión promete ser más dolorosa que un Via Crucis, empiecen a cambiar los tópicos sociales de desprecio. Pero también deben ir acompañados de una profunda revisión antes de que la cuerda débil y floja sobre la que hacen equilibrios se vengan abajo.