Otro más que se nos va. Carlos Fuentes ha muerto y México, en uno de sus peores momentos como nación, pierde un poco más de su autoridad moral. El autor que mejor retrató parte del alma contradictoria de los herederos de mayas, aztecas y criollas, 

Hace ya algún tiempo escribimos otro post para demostrar que cuando un autor reconocido y encumbrado se marcha para  siempre perdemos una voz que no se puede sustituir. Nadie es imprescindible, cierto, pero hay gente a la que se echa de menos durante tanto tiempo que resulta una pérdida inconsolable. Fuentes ha muerto y México debe estar sintiendo lo mismo que cuando se fue el gran Miguel Delibes.

Y sobre todo, otro que se va sin el Nobel, a pesar de haber sido candidato muchas veces. Sí, es cierto, los premios tienen más honrosas injusticias que aciertos (que se lo pregunten a Borges), pero Carlos Fuentes sirvió para medir la inmensa dimensión de las letras hispánicas en el mundo. Este hombre que parecía una rara avis en un México que sigue pareciendo una película de Buñuel, que fue profesor en el odiado EEUU, que se civilizó como pocos y que tuvo una influencia enorme en sacar adelante a muchos otros escritores, ganó los dos premios fundamentales en España: el Cervantes y el Príncipe de Asturias de las Letras.

Lector precoz de Cervantes, capaz de leerse el Quijote y absorberlo con apenas 12 años (cuando muchos otros apenas lo tocan en la madurez), su peso cultural cobró una dimensión similar a la que se ha ganado Vargas Llosa en las últimas décadas, pero con la diferencia de que este hombre nunca pecó de conservador, sino más bien de lúcido con sentido común, lo que sí le valió golpes por todos lados. No obstante, el oficialismo mexicano terminó por encumbrarle y cuando cumplió 80 años (ha fallecido con 83) medio planeta que habla en español se rindió ante él. Duro con México, pero como un padre que sacude al hijo para que espabile y crezca, deja atrás una carrera donde destacaron obras como ‘La región más transparente’, ‘La muerte de Artemio Cruz’, ‘Cambio de piel’ o ‘Terra nostra’.