Shigeru Miyamoto, creador de Mario Bros, el juego más vendido y con más versiones de la Historia, es el nuevo Premio Príncipe de Asturias de la Comunicación. Y por supuesto, la caverna ha rugido en contra.
Es triste ver cómo la inmensa mayoría de los periodistas ha arrugado el ceño y protestado por la concesión del premio a uno de los grandes creadores de ese otro universo paralelo, el virtual de los juegos y programas. Ver a esta gente, que no duda ni un segundo en plegarse a los designios de sus amos, reírse y patalear por esta designación, o tacharla de oportunista y mediática, es una broma de muy mal gusto. El oficio debería de tener menos ataques de orgullo herido con estas cosas y sí tenerlos cuando despiden a la mitad de todos los trabajadores en apenas un año y ellos siguen sin crear un verdadero sindicato profesional. No hay calidad moral para juzgar el premio.
Y dicho esto, hay que recordar lo grande y poderoso que es el mundo de los videojuegos en este momento justo de la Historia. Nunca antes el ocio electrónico había tenido tanto poder, tanta influencia, y desde luego no se había convertido en un aspecto cultural más en nuestras vidas. No es sólo un vicio del tiempo libre, es una forma incluso de relacionarnos. Los juegos on line son comunidades virtuales, y de la misma forma los juegos en grupo de las nuevas consolas son también una forma de relación social de nuevo cuño.
No son transmisores de conocimiento, pero sí de interacción, como una parte más de esa nueva Humanidad que se dedica a crear mundos reales y virtuales a tiempo completo, capaz de crear nuevos mundos. Y esa fascinación para crear nuevos universos para la mente humana es lo que hace grande de verdad al mundo del videojuego, o incluso a gente como Miyamoto, apodado por muchos especialistas como el Walt Disney del ocio electrónico. Un pionero, alguien que todavía hoy sigue trabajando. Un buen premio, y quizás los chistes que ha provocado sean una buena prueba de ello: ladran, luego cabalga el fontanero.