Hace algún tiempo nos dijeron, como una crítica, que hablar tanto de ciencia a la gente no le interesaba, que los blogs no eran nada ni representaban nada en el fondo. Está visto que la inteligencia nunca es bien recibida.Hay un aforismo muy antiguo que dice que “la inteligencia siempre da miedo”, especialmente a los que tienen que esconder su mediocridad. No deja de ser una verdad bastante universal, común a todas las épocas y culturas, pero también es cierto que el mundo de los blogs ha crecido mucho y hay cierta sobreexplotación del medio. Al final, como con todo, los que resistan y sepan ofrecer algo diferente llegarán más lejos que el resto. Es una cuestión de resistencia y supervivencia.
Hablar de ciencia nunca es una pérdida de tiempo, invertir en ella tampoco. Porque la ciencia, a diferencia de casi toda otra actividad humana, es todo menos algo frívolo. La falta de empatía con el mundo científico en España viene de lejos: catolicismo excluyente, desprecio hacia el materialismo, control simbólico y espiritual sobre la población, represión de todo aquello que no fuera oficial (Rey, Patria, Iglesia) y sobre todo una política de pan y circo destinada, ya en tiempos modernos, a tener “contenta” a la población y de paso dilapidar recursos financieros que, bien invertidos, habrían dado muchos más beneficios para todos.
La ciencia es la gran olvidada, la oveja negra porque toca de lleno todo lo que somos, y sobre todo obliga a marcar las diferencias en una sociedad obsesionada con que el vecino no sea nunca más que yo, por muchas neuronas más que active. Del más que necesario espíritu de igualdad de toda democracia o régimen liberal en España hemos caído en el igualitarismo que hace que el común denominador sea siempre el menor, no el mayor. En lugar de subir el listón lo hemos bajado. El resultado es un sistema educativo que aunque parece esforzarse en la ciencia apenas le presta atención, en parte también por la mala formación de los maestros, que tienen que hacer de niñeras y de todo un poco por la falta de medios. Y de voluntad.
Entre unos y otros han logrado que España tenga una cantera impresionante de talentos que se van fuera por sistema, que cuando vuelven se desesperan por cómo son socialmente marginados, que asisten al continuo desprecio cultural por la ciencia con aquel “que inventen ellos” que Unamuno clavó en su lápida como una maldición, que ven cómo se les escamotean medios públicos que el mundo empresarial, por su poco desarrollo, no es capaz de cubrir, y sobre todo porque la propia sociedad no les entiende como un bien necesario. Incluso los inteligentes caen en esa trampa de preferir parches sociales a una reestructuración total que permita a España ser algo más que el chiringuito de playa de Europa.