Una buena demostración de cómo los símbolos y las tradiciones pueden arruinar intelectualmente a una sociedad está en la peculiar relación de España con la ciencia, radiografiada por una autora que, por una vez, ha dado en el clavo.

Cómo seguir siendo unos ceporros. Es el título de un artículo de opinión de Rosa Montero, que ni es santa de nuestra devoción ni autora que nos atraiga. Y sin embargo alabamos el gran esfuerzo que ha hecho en este artículo de opinión publicado el pasado 10 de junio en el suplemento ‘El País Semanal’. Como un latigazo en la conciencia, con datos de un estudio de BBVA sobre conocimientos científicos entre los españoles, y con un razonamiento que da dos consecuencias muy claras.

1. Los españoles, por las razones que sean, no sólo carecen de conocimientos científicos básicos, sino que se dejan influenciar por los mitos interesados de instituciones como la Iglesia católica. Desde que quemó a Giordano Bruno, casi se carga a Galileo y le mentó la mayor a Newton no ha aportado mucho al conocimiento no mitológico, la verdad. Y aunque su capacidad de influencia está muy mermada, siglos de tradición católica han conseguido que sea algo casi subconsciente el orgullo de la ignorancia científica. Es el profundamente paleto “que invente ellos” de Unamuno, una frase lapidaria que refleja que la estupidez es tan universal que conquista incluso a los cerebros privilegiados.

2. El sistema educativo, fiel reflejo del perfil sociológico español, ha fallado estrepitosamente. Como indica Montero, hay cierto “orgullo paleto” de no saber de ciencia, y una mayoría de españoles ni siquiera saben quién fue Albert Einstein, así que mucho menos otras luminarias que han forjado la ciencia moderna. El sistema debería haber corregido, desde los años 80 en adelante, ese defecto. Pero lejos de solucionarlo lo ha dejado como estaba. Y sí, de nuevo Montero lo radiografía bien: de la misma forma que decir en público que nunca has leído el Quijote es sinónimo, cuando menos, de incultura, aseverar que no sabes quién es Einstein y que todas esas teorías no te las crees porque no las han demostrado es a veces incluso gracioso.

Conclusión: es cierto, somos un país de ceporros. O mejor dicho, de una mayoría de ceporros. Pero no hay que preocuparse, es un defecto subsanable con el tiempo, esfuerzo y un buen sistema educativo que fomente el estudio de las matemáticas y otras ciencias. Sólo hacen falta buenos profesores, disciplina y cambiar el chip sociológico y gritar a los cuatro vientos “inventamos nosotros, no ellos”. De lo contrario España seguirá siendo el geriátrico, el burdel y el chiringuito playero de Europa.