Bruselas no aprende. Nunca lo hace. Este proyecto antes ilusionante llamado Unión Europea es ahora una pirámide faraónica donde en lo alto alguien ha colocado a una élite que hace y deshace a voluntad sin consultar con la ciudadanía. 

Resulta paradójico que mientras la siempre denostada América prosigue con el sempiterno ciclo cuatrienal y bienal de renovación democrática de sus instituciones aquí todos prefieran bajarse los pantalones ante lo que los romanos llamaban “poder de facto”, que no de iure. Y Alemania se lleva la palma a la hora de maniobrar sin consultar en la UE, donde la democracia brilla por su ausencia y por lo tanto las grandes decisiones deberían consensuarse, no imponerse. El germen de una gran federación europea al estilo democrático surgido de 1789 y 1776 se esfuma. El famoso “We the people” que abría la primera gran democracia mundial se aleja. Huele a juramento del Juego de Pelota, como en ese lejano julio de 1789, cuando la gente, harta, pateó la mesa para que todo volara. Eso es a lo que nos arriesgamos los europeos. Y es mucho mejor un buen 1776 relativamente ordenado que no un caos estilo Bastilla, ¿no?

Merkel, a la cabeza de ese poder subterráneo que une mercados y élites, viaja a los países intervenidos como un consul romano en busca de lealtad al régimen, juega con el dinero como una medicina para un agonizante y de paso establece mecanismos invisibles de poder que escapan al escrutinio público pero no al de las clases gobernantes. Antidemocracia. Mejor dicho: a-democracia, es decir, prefijo de negación. Es preferible atender a los bancos y sociedades financieras que a la clase media, que agoniza en medio continente mientras en el otro medio miran para otro lado. La falta de espíritu civil, de las viejas “virtudes republicanas”, es total y absoluto. Bruselas se ha convertido en la correa de transmisión de intereses que nada tienen que ver con la ciudadanía que sostiene con sus impuestos y votos este gran circo que huele a podrido.  

Sólo Francia parecía caminar por otro lado, y quizás Gran Bretaña. Pero mientras la primera se queda pero sin hacer nada, acobardada, la segunda lo único que quiere es quitarse de encima a los alemanes y su presión agobiante. El gran déficit de Europa ha sido siempre la falta de democracia, la malvada constante que dice que son asuntos de gobiernos y no de pueblos. Tenemos un Banco Central Europeo que no opera como tal, gobiernos que por no verse en el abismo del impago de deudas arremeten contra sus propios ciudadanos, un país dominante que no se corta un pelo a la hora de imponer su visión (Alemania) a costa de emponzoñarse de nuevo en el pasado, y otros antiguos gigantes (Gran Bretaña, Francia) que escapan a la carrera de la casa común o bien se hunden bajo el peso de sus vecinos prestamistas.

Lo repetiremos una y otra vez desde este pequeño rinconcito: democracia, democracia, democracia. Y agallas, muchas. Porque el objetivo final de Europa es seguir las palabras de Víctor Hugo, ser una gran familia de hermanos que persigan la virtud. O por lo menos aprender de otros, emular quizás a las 13 colonias, o intentarlo. De lo contrario Europa será un simple patio de colegio que pierde terreno frente a China, India, EEUU o Latinoamérica, que son el futuro. Somos un circo de tres pistas donde el traje de maestro de ceremonias le queda muy estrecho a Merkel. Se le ven las costuras y amenaza con romperse. O se hacen las cosas de otra forma o nos vamos a la mierda.