Hoy recogen los cargos electos (que no líderes) de la Unión Europea, más lo que no son electos sino impuestos, el Premio Nobel de la Paz más cuestionado y vilipendiado, una forma de recompensar algo que tenía sentido en los 80 y 90 pero que ahora parece una sketch de humor negro de Little Britain. 

Europa es esa niña de la imagen: una pequeña ilusión con los ojos azulados llenos de esperanza pero que el presente la ha arrinconado como a las pequeñas niñas de ‘Los Miserables’ de Víctor Hugo, una legendaria obra literaria que de nuevo vuelve a ser la faz más correcta para una gran minoría de europeos, y el anuncio de lo que puede venir para el resto. Igual que en el musical de los 80, esa niña de pelo largo y caótico, rostros sucio pero mirada infinita y luminosa dice mucho de la actual situación. Y todo eso a pesar de que la Unión Europea es quizás lo mejor que nos legó el siglo XX, una centuria traumática para Europa, que vio morir en dos guerras y una pandemia de gripe a más de 120 millones de seres humanos. Bruselas, tan milagrosa como fallida.

Hay que corregir muchas cosas, hacer que ese proyecto no naufrague en manos de una de las peores generaciones de políticos que ha dado el continente desde los años 50. Si no la peor, claro. Porque mientras los políticos que yerran una y otra vez para sacarnos de la crisis censuran todo tipo de comentarios sobre recortes sociales y depauperación estatal en Oslo, el continente se convulsiona al ver cómo EEUU despega gracias a las políticas de reinversión. Y si la cuna del capitalismo salvaje, EEUU, dice que Bruselas se equivoca, será por algo.

Esa niña maltratada, apaleada, lee a Toynbee y se da cuenta de algo: que las sociedades que no evolucionan se revolucionan, y Europa es fustigada por un pensamiento económico fallido pero sostenido por riadas de dinero fresco que compran voluntades, carreras políticas, medios de comunicación y fuerzas de seguridad para mantener el control sobre sociedades progresivamente caóticas, desesperadas y que siguen el manual de Víctor Hugo camino de sus pequeñas revoluciones. Todavía Europa es lo suficientemente rica como para no pasar de la desesperación temporal a la furia social ciega, pero ese día cada vez está más cercano y la niña cada vez está más cabreada. Cuando llegue el chispazo de la explosión no lo veremos venir. Como siempre.

Porque 500 millones y pico de europeos saben perfectamente que esta crisis nos jibariza. En 2008 éramos el mayor bloque económico del mundo; ahora EEUU nos pisa los talones y China ya suelta el aliento del dragón furibundo en la nuca. Vamos camino de ser un viejo enano rico, como los de Tolkien: orondos, sobrealimentados, orgullosos y tradicionales, pero todo fachada. Estaría bien releer a monsieur Hugo para darnos cuenta de lo que nos estamos jugando. Igual que en 1820, 1830, 1848 y 1870 tenemos el futuro en una mano y la miseria en la otra, pero ahora no es como entonces, cuando incluso convulsionada Europa no tenía rival: ahora son mucho, son miles, desde Brasil a la India, Australia, Rusia, China, Japón, Corea, México… todos recuperan terreno perdido mientras la rica y ampulosa Europa se ensucia la cara y se desespera.

Basta recordar a Víctor Hugo: 

“El ser humano sometido a la necesidad extrema es conducido hasta el límite de sus recursos, y al infortunio para todos los que transitan por este camino. Trabajo y salario, comida y cobijo, coraje y voluntad, para ellos todo está perdido. La luz del día se funde con la sombra y la oscuridad entra en sus corazones; y en medio de esta oscuridad el hombre se aprovecha de la debilidad de las mujeres y los niños y los fuerza a la ignominia. Luego de esto cabe todo el horror. La desesperación encerrada entre unas endebles paredes da cabida al vicio y al crimen…”