Quemar libros es la primera señal de la barbarie. Cuando se hace en nombre de una religión es aberrante y una señal de que esa cultura está hundiéndose en la oscuridad; hoy son (algunos) musulmanes, ayer eran (algunos) cristianos los que lo hacían.
La religión, en manos de cafres, termina convertida en una pesadilla. Siempre ha sido así. Escuchamos decir esa frase de “míralos, musulmanes locos, quemando libros, bárbaros”. Pero aquí nadie se acuerda de cómo en la Edad Media se quemaban también libros y bibliotecas, cómo los cristianos arrasaron la última Biblioteca de Alejandría, cómo las mujeres con educación eran sospechosas de ser brujas, cómo a los enfermos y los locos se les marginaba y echaba a los bosques. Cómo todo aquel que se saliera de los estrechos raíles de la teología era quemado. Y daba igual que el verdugo fueran los católicos (Giordano Bruno, casi Galileo) o los protestantes (Miguel Servet, Tomás Moro).
Ahora se escandalizan porque los radicales integristas de Mali queman libros y destruyen edificios. Apenas hay mucha diferencia, tan solo unos cuantos siglos. La Inquisición seguía existiendo en España hace apenas 200 años y también quemaba libros, los censuraba, los destruía. La quema de libros por parte de los islamistas radicales de Mali es sólo una demostración más de que las religiones en su grado extremo se llenan de Dios y dejan muy poco espacio para el ser humano salvo como un gran esclavo. Es decir, y esta es la clave de este post: la religión en manos de energúmenos (y no tan energúmenos) es enemiga de la inteligencia.
Hay dos caras del Islam bien diferentes: por un lado, la de aquella antigüedad inicial en la que conquistaron un tercio del mundo conocido con una religión igualitaria y compasiva, también con cierta tendencia a la intransigencia, pero una religión del libro, coherente y que cultivaba las artes y las ciencias como pocas en la Historia. Luego está la otra, la actual, la de una religión y una civilización que se pierde en las brumas del fanatismo, se hunde a marchas forzadas y crea una imagen de oscuridad que ya no puede tolerar la Humanidad. El Islam sólo crece en los países más pobres donde no hay futuro, pero éstos cada vez son menos.
Los libros son quemados porque encierran textos que supuestamente van en contra del Islam cuando fueron eruditos islámicos los que los escribieron. De hecho, en todos los países musulmanes eran considerados códices de gran valor por su antigüedad, casi un tesoro universal en el que los árabes y bereberes habían creado la primera literatura artística de la civilización islámica. Es una tragedia para todos, pero especialmente para el Islam, que ha perdido parte de su legado. Y por extensión, todos nosotros. Pobre Mali, pobre Humanidad.