Hace bien poco una amiga y colaboradora de El Corso, Noemí Sabugal, publicó su segunda novela, ‘Al Acecho’ (Algaida); hay retornos buenos.
Cosas que dan miedo: Almodóvar y toda la parafernalia que le rodea, la marabunta iracunda que carga contra Carlos Boyero por pensar diferente y poner a caldo a Almodóvar; que la Disney, para empujar su nueva trilogía de Star Wars, haya reclutado ya a Carrie Fisher (Princesa Leia) y este negociando con Mark Hamill (Luke Skywalker) y Harrison Ford (Han Solo) y nos prometa a todos un ataque de nostalgia tan cochambroso que se cargue la franquicia para siempre. Cosas que alegran: ver el regreso de Noemí Sabugal con ‘Al Acecho’, segunda novela, Premio Felipe Trigo de 2012 y un texto que evidencia las líneas por donde se mueve la autora en el mundo de las letras. Para quienes hayan leído mucho les resultará reconocible por su pasión a la hora de tallar las frases.
Noemí Sabugal no escribe, talla, y eso requiere tiempo, neuras y dudas. Sin embargo el resultado es el mismo verbo psicológico y florido que la caracteriza. Resulta extraño el contraste entre la persona real que es la autora y el tono y el nervio que palpita en la novela, una mezcla de géneros muy a tono con los tiempos actuales que une minuciosamente niñas asesinadas (con la sombra casi clara desde un principio de un potencial asesino en serie) con el trasfondo de los últimos días de la II República antes de la Guerra Civil, y un personaje atormentado que, oh curiosidad, es un inspector de policía. En ‘Al Acecho’ se unen de nuevo en la maraña los personajes abatidos (no derrotados) y llenos de problemas con la dura carga política de una guerra en ciernes que nadie supo ver clara hasta que estalló; en la novela Sabugal documenta y detalla, quizás con demasiado detalle, el ambiente de aquel Madrid a punto de estallar y repleto de esas dos Españas que ya se mataban a navajazos por las calles.
‘Al acecho’ no es original por la temática, ya muy manida, mucho más el escenario de fondo; nada nuevo bajo el Sol, pero eso es ley de vida. Lo que realmente destaca de la novela son las formas. Sabugal, repetimos, talla: eso supone una verborrea hilvanada, consecuente con la historia y en muchas ocasiones tremendamente hermosa en sus descripciones psicológicas y ambientales, que cumple el viejo axioma de la literatura, y es que leer sea como el discurrir de un río, que no haya saltos extraños sino una corriente continua. Ya era uno de sus rasgos en la primera novela, ‘El asesinato de Sócrates’ (Alianza), que para la pequeña historia común diremos que es la que más nos gusta de las dos. Pero filias y fobias van aparte, y para la memoria quedan pasajes brutales como la descripción de la comisaría de policía de 1936 en la que está el personaje principal, una obra de arte en sí misma donde llega un momento en el que compartes la angustia y la agonía del lugar, de los personajes…
La novela discurre dentro del género negro y salta continuamente rozando otros, pero siempre vuelve al cauce para orbitar en torno al inspector Julían Fierro, que a veces dan ganas de patearle por la debilidad mental que lo atenaza; la comparativa con el otro policía creado por Sabugal, el Marcos Robles de la imaginada San Martín en ‘El asesinato de Sócrates’ es complicada. Robles era un producto del realismo sucio y degradante de la vida moderna, un “duro sensible”, era más policía y más fuerte que Fierro. Más arquetípico del género negro. En la segunda Sabugal se deja llevar por la agonía psicológica de un hombre apático y apolítico que termina por tomar partido, a su manera, mientras el mundo se desmorona a su alrededor. Y el dolor, la crisis, ese sentimiento agónico que transpira en cada página y que te envuelve y a veces te ahoga demasiado. Pero estilos son amores, y sobre todo son formas: esperamos la tercera con la ilusión de volver a ver ese río de palabras talladas que suenan como canto de sirenas, de encontrarnos con esa ambientación psicológica dura como el granito que tanto nos gusta; pero también con la fe en que la versión depresiva la próxima vez Schopenhauer con un mal día no posea el cuerpo de Noemí Sabugal.