La casta gobernante de Alemania es su peor enemigo, una mezcla de ceguera, tozudez luterana y defensa de lo nacional frente a la dimensión europea; la germanofobia no es más que un efecto secundario de sus errores, pero cambiará Europa.
Una cosa debe quedar clara: el desprecio de profundos tintes xenófobos que alberga la Europa del norte, casi siempre protestante, contra el este europeo eslavo-ortodoxo y el sur latino-católico es tan cierto como que el sol aparece por el este y se pone por el oeste. Que nadie dude que el establishment de Londres y Frankfurt nos ven como si fuéramos zoquetes vagos y corruptos. Es curioso cómo el viejo mundo civilizado, el sur, se ha convertido en el rehén del norte, a fin de cuentas una fusión de la barbarie germánica antigua y el deseo de emular a ese mundo romano al que contribuyeron a hundir.
Otra también debe quedar clara: el legado de odio y destrucción que sembró Alemania en los años 30 y 40 del siglo XX es una huella imborrable, que ha pasado de la certeza histórica al subconsciente colectivo. Esto supone que pasarán generaciones y la palabra “nazi” seguirá siendo asociada a los alemanes cuando se les quiera insultar. Y ellos, que se desesperan cuando se les recuerda el pasado, se suben por las paredes por la injusticia. La germanofobia ya no es un chiste, es una realidad que se extiende por el sur de Europa entre las capas bajas y también las capas altas. Y como real que es deberían ponerse algún tipo de medidas para dejar claro que la primera víctima de la estupidez congénita de la casta gobernante política-económica de Alemania son los alemanes, que van a pagar el pato de los errores de sus gobernantes.
La industria alemana y la casta financiera de Frankfurt se comporta como un prestamista siciliano: han dado dinero para poder entrampar al sur y evitar que caiga (porque es el sur y el este el que consume productos del norte) y luego te lo exige en tiempo récord porque tiene miedo de que no se lo devuelvas. Ese círculo vicioso es la clave de todo lo que pasa, porque Alemania es demasiado grande en población y potencial económico como para poder frenarla si no se unen varios países en Bruselas, una ciudad supuestamente multinacional que rinde armas al poder alemán. Y esa exhibición de músculo, desconfianza y tozudez tiene un efecto secundario: la germanofobia, que a la larga cambiará por completo a Europa, creando brechas donde antes nos las había y resucitando de las cenizas viejos odios ya enterrados.
La austeridad y la furia luterana por el ahorro es un tic típicamente alemán, una consecuencia de los horrores económicos de los años 20 en una Alemania derrotada y que marcó a fuego a varias generaciones. La casta gobernante alemana, en su ceguera cabezota, aplican la misma medicina a todo el continente sin darse cuenta de que cada nación es un mundo diferente en el que algunas medicinas provocan alergias. La austeridad es una idea económica buena si hay base productiva, pero en España no: aquí hay que invertir, reformar a largo plazo y cambiar el chip mental de empresarios, instituciones y trabajadores. Pero eso requiere tiempo. Y Alemania no tiene tiempo, tiene intereses, y son defendidos a costa de la sangre, el sudor y las lágrimas (mares de lágrimas) del sur de Europa. O cambian la receta o el odio volverá a extenderse y de nuevo a Alemania le caerán todas las collejas de la clase.