No hay avance científico que no suponga una vibración en los cimientos de una civilización basada todavía en mitos y supersticiones heredadas: la última, la clonación de células madre para curar graves enfermedades.
Desde los tiempos de Copérnico, incluso de filósofos como Guillermo de Ockham, el poder religioso y tradicional siempre ha temblado. Cada avance ha sido una muesca más en la culata de un arma que utiliza la lógica y la razón para derrumbar los muros de nuestro mundo. La ciencia no es una señora perversa que conspira contra la religión, es un método que nos permite conocer mejor todo lo que somos y lo que nos rodea y así poder hacer algo tan humano y positivo como curar enfermedades. El último avance, la clonación de células embrionarias, un método que podría generar bancos de células capaces de poder ser manipuladas en la lucha contra el Parkinson, el Alzheimer o la diabetes, incluso para desarrollar órganos humanos nuevos, ha sido aplaudido por la mayoría. No es seguro, pero es una posibilidad increíble de avance. Luego están los demás, esa minoría que escondiéndose detrás de la ética arremete como ya hicieran contra Copérnico, Galileo, Servet o Giordano Bruno.
Resulta muy elocuente que dos periódicos conservadores como La Razón y ABC, que cada día pierden lectores y hacen aguas económicas por todos lados, hayan escenificado las pataletas de esa minoría. Nunca hemos podido entender por qué los tradicionalistas cristianos han odiado tanto a la ciencia, por qué siempre buscan fantasmas donde no los hay, cuando la ciencia hace realidad la orden de curar al enfermo. Se esconden detrás de la dignidad humana para que la ciencia no rebase unos límites que ellos imponen de forma aleatoria y caprichosa, sin reflexión ni justificación lógica, simplemente porque su tradición lo prohibe. No sólo es una irracionalidad, es también infantil y muy perjudicial para el resto del mundo.
Cuanto más arrinconados están por la civilización, más absurdos y agresivos se vuelven los tradicionalistas. Un buen ejemplo son los creacionistas, el colmo de las teorías sin base y sin argumentos. Pero no deja de ser gente que cree en algo diferente simplemente porque se adapta mejor a sus creencias religiosas. Si ellos prefieren esa visión del mundo, estupendo, no hay problema. El conflicto surge cuando intentan imponer esa visión. Las religiones universalistas y monoteístas son siempre más intolerantes por la estructura de su sistema de creencias, y eso es un riesgo continuo para el resto de la sociedad, que ya ha dejado atrás gran parte del legado.
Pero la irracionalidad y el miedo que les empuja a agarrarse a toda una serie de ideas-mito fijas y dogmáticas alcance grandes dosis de crueldad cuando intenta evitar que se investigue para curar al enfermo y paliar su dolor. Surge siempre la misma pregunta que ya hiciera un científico americano hace años cuando el gobierno de George Bush prohibió las investigaciones con células madre: ¿Cuando su mujer, su hija o alguien muy querido por usted tenga una de esas enfermedades también nos prohibirá investigar? La dignidad humana no está en peligro por clonar células embrionarias, sí que lo está por negarle una posibilidad a un enfermo y limitarse a ser una roca ante el sufrimiento ajeno. Eso sí que es ser inhumano.