La Feria del Libro es como una fiesta: la gente se arremolina alrededor de libros que, en gran medida, no van a comprar o leer, pero que es algo que hay que hacer.

Los españoles leen poco. Y eso que ésta ha sido siempre tierra de escritores. Es lógico viniendo de un país católico en el que apenas hubo intentos de alfabetización realistas antes de la mini Ilustración de Jovellanos y compañía, derrumbada por aquel mítico “Vivan las cadenas” con el que recibieron al nefasto y abotargado Fernando VII. España siempre ha perdido todos los pulsos entre la Razón y el Mito, y eso pasa factura. Lo hizo durante todo el siglo XX, y todavía hoy lo hace con una clase política que practica el “conmigo o contra mí”, que no entiende que deba rendir cuentas, con una corrupción brutal que nace en la sociedad y se extiende a todos lados, y con todo tipo de privilegios para organizaciones religiosas o empresariales que a cambio no dan nada salvo estupidez.

La Feria del Libro de Madrid es la gran cita, un cúmulo de circunstancias tan desbordantes en la que se unen desde gente que simplemente pasea bajo el sol resplandeciente de Madrid un día cualquiera de primavera a lectores consumados. En la Cuesta de Moyano siguen en pie las casetas de los libreros de viejo y de ocasión, siempre allí, que por la mañana desembarcan con toda la mercancía de ediciones perdidas o baratas; allí se arremolinan los lectores fijos antes de entrar en la fiesta popular de carpas y casetas (más de 300 y pico). Se avanza por el Parque del Retiro entre turistas que toman el sol, corredores que hacen jogging, ciclistas, familias de paseo porque es fin de semana… y lectores. Que no son la mayoría pero sí una minoría fiel que hace cola con paciencia zen para que le firmen un libro los autores.

Entre ellos hay monstruos devoradores de tinta como Arturo Pérez-Reverte, Almudena Grandes, Lorenzo Silva, Julio Llamazares… pero también estrellas de adolescentes y niños soñadores como Laura Gallego, que dominó el ranking de “¿quién tiene la cola más larga?” a pesar de su pequeño tamaño y su timidez. Al menos hasta que apareció Arturo I el Grande y Cabreado, como siempre. También tenían esperando fans periodistas como Antonio Daimiel, estrellas televisivas como Pedro Chicote o un torero como el Cordobés. No nos queda muy claro si la Feria del Libro ya es más un circo mercantil o una reunión de autores y lectores. Quizás todo eso; sólo así se explica que Daimiel y Chicote (buenos en lo suyo, sin ínfulas de autor) compitan con Almudena Grandes y una larga lista de autores medios como Cristina Fallarás o Andrés Trapiello, que también tienen sus fieles.

Mención aparte merecen los novatos, los que desembarcan en aquel oleaje de gente, sol y niños que no paran, que se ponen nerviosos y miran estupefactos e ilusionados a partes iguales los montones de libros (los suyos), que se quedan sobre la mesa sin vender, siempre con el ansia de alguien que venga a pedirles una firma. Algunos sueñan con la gloria y otros, y otras, simplemente esperan para ver cómo funciona el circo. Una de ellas es Noemí Sabugal, con dos novelones de género negro (más el primero que el segundo, ‘Al acecho’, con Algaida), y que sacó conclusiones positivas, como estrenarse en lo de firmar, dar muchos consejos de lectura y vivir la Feria. La primera de muchas, sin duda. Para ella y para muchos más a pesar de que ya nadie busca nuevos autores sino pelotazos. Ya saben, España, que no es país de lectores, que sí de escritores.