Algunas culturas sí saben reírse de sí mismas mientras otras, como España, viven en la mentira de su humor, tan falso como el beso de Judas.

Se murió Tom Sharpe y sus fans españoles y en todo el mundo le lloran entre carcajadas. Más de uno habrá decidido releer una vez más ‘Wilt’, o ‘Un bastardo recalcitrante’, quizás también ‘Exhibición impúdica’, y habrá visto que los anglosajones se disfrazan de seriedad cuando en realidad son un gran chiste. Sociedades tan envaradas y seguras de sí mismas como la británica o la americana crearon hace mucho tiempo válvulas de escape para la tensión interna, la comedia, la sátira, donde son auténticos maestros. Sólo hay que recordar al mencionado Sharpe, pero también a Chesterton, Saki, P.G. Wodehouse, Little Britain (con Matt Lucas y David Williams), Ricky Gervais, los Monty Phyton, el Saturday Night Live o la stand-up commedy americana, un puñetazo en el estómago en el que no se respeta nada ni a nadie. Verdadera libertad de expresión.

Hay una gran diferencia entre el humor ibérico y el anglosajón: el primero es una jarana caótica que presume de anarquismo pero que jamás se ríe de lo esencial. El segundo, en cambio, se mofa con inteligencia del poder, de Dios, de la religión, del sexo, de la seriedad fingida y de la estupidez humana. Cuando un anglosajón se ríe del poder lo hace con crudeza y el otro lo acepta; en España te ríes del poder de verdad y te ponen una denuncia, te insultan los tertulianos, se desmadejan con un soplido. Aquí hay mucho humor doméstico, de zapatillas de domingo mañanero y matrimoniadas, muchos chistes blancos y verdes que hacen reír a la gente más por lo que insinúan que por lo que dicen. Todo muy chabacano, porque el costumbrismo no hace daño. Allí el anarquismo brutal y ácido hace que a los diez meses haya humoristas que ya contaban chistes sobre el 11-S, mientras que aquí todavía nadie se ha atrevido con el 11-M.

España es el país de las grandes mentiras: históricas, religiosas, nacionalistas… Cataluña vive una mentira identitaria de la misma forma que lo hace la propia España (pero nadie hace chistes sobre esto, no se vaya a molestar alguien en Barcelona o Madrid), una nación que a pesar del desafecto manifiesto que siente por la Iglesia católica sigue acogotada por ella (y eso que pide a gritos que se rían de ella), enterrados todos por el miedo al poder, que te deja creerte libre hasta que le enfadas. Un programa de TV hace un sketch utilizando las Fallas y la paella para hacer una coña y tiene que pedir perdón luego porque el gobierno valenciano se le echa encima. Sólo se lo permitieron a Martes y Trece pero porque el chiste era más blanco que la nieve del Himalaya. La realidad es que presumimos de ser una cultura ácrata y con mala leche, liberal, pero es una gran mentira, aquí el colmillo no se usa para eso sino con otras gilipolleces.

El humor es una herramienta de la inteligencia, es la máxima expresión de una forma de afrontar la vida basada en el estoicismo que se transforma en una carcajada liberadora. Algunos se ponen el manto de armiño de la seriedad y lo enfocan todo como un severo libro de Unamuno, otros en cambio se ríen de la vida. Lentamente España aprende a reírse del poder, de Dios y de la propia España, pero todavía hoy esperamos esa cadena de bromas sobre lo imbéciles que somos los españoles. Aquí la culpa siempre es de los demás, no nuestra. Los británicos llevan siglos riéndose de sí mismos porque saben que si algo sale mal es por culpa de ellos. El primer error es tomarse en serio a uno mismo, ni merece la pena ni te va a hacer ser mejor. Como mucho más iluso, nada más.