Si George Orwell levantara la cabeza probablemente diría eso de “ya os lo dije”: vivimos entre la total falta de privacidad y la venta al por mayor del ser humano, salvo en una cosa, el ADN, que no se patenta. 

Dos detalles de un mundo donde la tecnología romper todos los esquemas: por un lado se dispara la venta de ejemplares de ‘1984’ de George Orwell al poco de saberse que el gobierno de EEUU espía las comunicaciones de casi todo el planeta y que los gigantes de Silicon Valley colaboran (por la cuenta que les trae); por el otro, el Tribunal Supremo de EEUU ha sido el primero en posicionarse y ha negado la posibilidad legal de que se patente el ADN humano para investigación. Vamos, que hay gente que se mete hasta la cocina de tu casa virtual mientras otros quieren amasar fortunas con la posesión legal de algo tan tuyo como tus cromosomas.

Podríamos pensar que en EEUU son todos unas ratas avariciosas y controladoras, que la mayor democracia del mundo es también la más tramposa y moralmente miserable; sin embargo las dos noticias son alentadoras por la misma razón que ponen los pelos de punta. La gente reacciona al Gran Hermano estatal leyendo la obra clave escrita contra ese mismo hermano, ‘1984’, una historia distópica y terrible en la que el gobierno controla al ser humano con propaganda directa y drogas para evitar problemas. Según Amazon, otro monstruo avaricioso por cierto, se han disparado las ventas en un 7000%, que es tanto como decir que hasta los gatos leen a Orwell. Es decir, que el ciudadano medio, ante el problema, parece tomar conciencia y prepararse para ser un cabrito resistente. No está mal. Eso es muy americano, remar en dirección contraria cuando todo parece hecho. En España olvídense de una reacción similar. Falta cultura democrática y sobra disciplina ideológica. 

Mientras el resto del mundo se cabrea con Obama (por decepcionarles, por no ser diferente) por espiarle el mail y los perfiles en las redes sociales unos señores con toga negra se sientan a deliverar sobre algo esencial: ¿el ADN es propiedad de alguien? Evidentemente del individuo, pero la pregunta no es una tontería cuando se trata de la posesión de determinados elementos del ADN que pueden usarse para fabricar fármacos. La industria farmacéutica, siempre tan moral y humanista, parecía dispuesta a apropiarse de las utilidades de nuestro código más personal, lo que nos hace ser lo que somos, y hacer dinero con él. Hasta que llegó el Supremo de EEUU y dijo que “el ADN es un producto de la naturaleza”. Así que aunque una empresa lograra identificar y aislar el gen que produce, por ejemplo, el cáncer de mama, no podría patentarlo para quedárselo y que todos le pagaran por elaborar fármacos y métodos contra ese gen. Lo que sí hace el Supremo es dejar la puerta abierta a que se pueda patentar ADN sintético, ya que sería una elaboración no natural.

Conclusión: mientras la tecnología nos devora un poco más cada día, convierte el planeta en un pseudo gran hermano de andar por casa y la gente, consciente de ello, se cabrea y lee a Orwell, mientras los tribunales le dicen a una compañía que el ADN no tiene dueño y que deje de hacer el tonto con el capitalismo inhumano, lo que podemos hacer todos es volver a los viejos tiempos en los que usábamos cartas de papel, palomas mensajeras o llamábamos desde cabinas. También podemos confiar en que los tribunales, al menos en EEUU, marcan las líneas rojas que no deben cruzarse a pesar de que las empresas harán lo que sea por vulnerarlas. Más que un consuelo ante la inhumanidad se trata de que cada acción recibe su reacción opuesta e igual. Los pesimistas (esos débiles crónicos) pensarán que está todo perdido, que jamás se saldrá de la espiral; los optimistas dirán que se reacciona después de todo. Elijan el camino que quieran tomar, pero recuerden que ambos se equivocarán al final. El mundo y la realidad son incontrolables e imprevisibles.