Kant fue una luminaria por muchas razones, una de ellas la de ser capaz de desmontar un mito que ya nacía en su tiempo, el nacionalismo.

Entre Herder y Fichte más un sinfín de teóricos más se creó un monstruo que hoy se lleva por delante casi todo. El nacionalismo ha sido el responsable ideológico de millones de muertos en los últimos 200 años, un movimiento transversal a todo lo humano capaz de aglutinar en sus diversas formas cualquier grupo humano normal y convertirlo en una masa asesina. El nacionalismo dio alas al fascismo, al nazismo y al estalinismo. También a los genocidios y la limpieza étnica. Kant soñó con la paz perpetua y el patriotismo constitucionalista, que no era otra cosa que el mismo patriotismo republicano romano reformulado. Pero nadie le escuchó.

Resulta trágico ver cómo dos siglos después sus críticas siguen vigentes, y no sólo las suyas sino las de cualquiera que tenga dos dedos de frente: soy A porque no soy B, y tú no eres de los míos porque eres B, así que aquí sobras. Es tan infantil que da risa, y al mismo tiempo la coartada perfecta para otras cuestiones menos espirituales y romántica y sí más materiales. Detrás de cada movimiento nacionalista existe una élite ansiosas por controlar los recursos y convertirse en el poder dominante. Y eso pasa tanto en Serbia como en el Cáucaso, en sus variantes más brutales, o en Córcega, Escocia y Cataluña en las más livianas.

El resultado es una minusvaloración perpetua de una sociedad, una tensión insoportable a largo plazo en la que se crean mitos como el de la financiación y un continuo pulso para ver quién rebuzna más alto. Ya ha empezado con Cataluña: si ellos insultan a España y queman la bandera en Madrid el mismo tipo de cafre se pone un pasamontañas y asalta una oficina con el brazo en alto y símbolos franquistas. Y la espiral sigue y sigue, sin razonamiento, sin futuro, sin sentido y sin comprender que el mundo ya no es ni admite este tipo de sucesos. 

Vivimos en un planeta que se nos hace grande y pequeño a la vez: grande porque las comunidades humanas se conectan unas a otras para crear una gran red global, donde por la mañana desayunamos a la francesa, comemos a la española y cenamos sushi, o donde aprendemos idiomas, nos enteramos de la forma de vida de la costa indonesia o soñamos con caminar por la Ciudad Prohibida. Y pequeño porque al ensanchar el horizonte el planeta toca con sus fronteras y nos encapsulamos: pasamos de la boina y el terruño del abuelo a una Humanidad libre y abierta. Pero algunos no se dan por aludidos y siguen pensando que subidos al botijo y la boina van a ser más felices.

No es éste un canto a España, ni mucho menos: tenemos lo que nos merecemos por permitir que nos gobiernen un atajo de monos depilados con graves y evidentes problemas mentales. Pero sí que es un canto a que desde el desasosiego se reformule España de otra manera, confederal o federalmente, que se reinvente un nuevo país y se haga la revolución tranquila pendiente que nos convertiría en un país mejor en una gran red mundial, no un quebradero de cabeza lleno de resentimientos y jibarizados. Separar siempre será peor que unir. Ya lo dijo Kant, y al menos él merece más crédito que otros.