España ante el espejo: no se mira, huye de sí misma, con una cultura inmensa y un infantilismo politico insoportable.

España no se mira al espejo. Le da miedo lo que ve. No es un efecto deformante, ni cóncavo ni convexo, la imagen que se refleja es ella misma y la sociedad entera se espanta. Dicen los proverbios sabios de los antiguos y modernos que cada pueblo tiene el gobierno que se merece porque lo tolera y permite, y que cuando llegan las elecciones cada uno se retrata en sus contradicciones. Los romanos tenían una gran sabiduría republicana inicial que coronaron con una frase legendaria: “Nunca se carga de suficientes cadenas al poderoso”. Pero de Roma a España sólo le quedó el idioma, parte de los genes y los malos hábitos imperiales. De virtud republicana nada de nada. Y mientras, el festín de cuervos sigue, ennegreciendo el cielo.

España, a veces, se mira de reojo en el espejo y lo que ve la aterroriza: una sociedad corrompida hasta la médula, doblemente azotada por un poder caníbal que se quita las cadenas y se las pone a los ciudadanos y por un espíritu fenicio que hace mucha gracia entre amigos pero que luego se convierte en la peor losa imaginable para el futuro. Coja usted una coctelera, meta mucho hedonismo, la perniciosa influencia de un clima demasiado benigno (ya avisó Hegel hacia casi dos siglos y no se equivocó), una cultura demasiado católica para ser útil y agítelo bien: eso es España. Llevamos ya casi seis años bailando alrededor de la palabra crisis y todavía nadie ha dado el salto adelante que nos libere de ella. Es mejor seguir pataleando y poniendo a parir a la misma casta de políticos (más inútiles que ladrones) a los que echamos la culpa de todo hasta que llegan las elecciones y les volvemos a votar.

España rompe el espejo para no verse, para no darse cuenta de que si la casta corrompida que nos controla sigue ahí es porque es digna hija de la sociedad que la ha parido. La izquierda confusa y aturdida, ahogada en su infantil eterna creencia roussoniana de que el ciudadano es bueno y noble por naturaleza y es la sociedad y el poder el malote de la película; la derecha, ciega, borracha de su ansia de poder y esclerotizada por la tradición religiosa e ideológica que la encadena y evita que evolucione, que la conduce una y otra vez a los brazos del fascismo soterrado de los abuelos… los nacionalistas, niños ingenuos imbuidos de sus propias utopías que sólo son reales en los mundos literarios y abstractos. La realidad es muy puta y a patada limpia rompe los sueños de las tres ideologías maestras que han dominado España durante demasiado tiempo.

España frente al espejo hecho trizas. Su imagen se multiplica y distorsiona en cada pedazo suelto. En cada rincón ve su imagen triste y apática, donde parece que nunca el crimen y la ofensa del poder es suficientemente grande como para revolucionarse. Decía Toynbee que las sociedades que no evolucionan se revolucionan, pero España sigue sin encontrar el pedal del acelerador, o del freno, sigue pisando desesperada el embrague para encontrar la marcha que pueda sacarla de la inopia en la que está sumida. Pero nada. Pasará el tiempo, volverán las vacas a engordar lo suficiente para que la mayoría se olvide de la crisis, pero seremos peores, porque los españoles habrán sido violados en masa por un poder inútil e idiota pero que sabe sobrevivirse a sí mismo. España es corrupta, socialmente corrupta, orgullosa de su ignorancia y aunque parece dejar atrás la losa de la religión mantiene muy viva la tradición cainita y autodestructiva del catolicismo ibérico. Hasta que pasa delante de un espejo y lo golpea para romperlo. Porque en el fondo no soporta lo que ve.