La Iglesia se resiste a dejar de ser lo que ha sido siempre y la emprende ahora con la festividad más secularizada y popular que uno puede imaginarse: Halloween.
Comparar al Papa con un pokemon o renegar del paganismo que tan buen rendimiento ha dado a la Iglesia católica es como tirarse piedras contra el propio tejado. Como si llegara el fin de los tiempos por que la gente se divirtiera un poquito. Unos lo disfrazan de imperialismo yankee (cuando es una fiesta anglosajona que se celebra por igual en Londres o Dublín que en Nueva York, pero todo sea por mantener los nichos ideológicos, ¿verdad?) y otros de peligroso neopaganismo. Sea como fuere en cuanto alguien ríe y disfruta aparece siempre un señor de negro que le señala con el dedo y le conmina a ser serio y aborregado.
Halloween es el resultado de la aculturación de una vieja tradición de origen pagano asociada al días de todos los santos en Irlanda, el 1 de noviembre. Siempre se celebra el último día de octubre o en los días previos porque era cuando los espíritus salían de sus tumbas. También se celebraba en Inglaterra y Gales, y llegó a América con los emigrantes que nutrieron a la nación durante siglos. Está vinculado con la conmemoración del Samhain, y con los años se ha convertido en una fiesta secular sin raíces claras. Pero se reviste de ese neopaganismo tan atractivo para el occidental contemporáneo, ya bastante harto de la religión y de dioses que no paran de exigirle y castigarle una y otra vez.
El obispo de Toledo ejerce su derecho de cátedra episcopal para ordenar a los católicos lo que está bien o mal. Tiene todo el derecho del mundo, es más, el deber de hacerlo. Pero arremeter contra el paganismo que es el responsable de todas las fechas religiosas del calendario salvo la Semana Santa tiene miga: Jesucristo no nació un 25 de diciembre, ni los Reyes Magos llegaron a Palestina el 5/6 de enero, ni muchas celebraciones de santos son esos días por otra razón que no fuera tapar festividades paganas. Cuando los cristianizadores llegan a un lugar se amoldaban a lo que encontraban para convencer a la gente: el solsticio de invierno, el día 25, era una fiesta muy importante en Roma (los Saturnales) y lo aprovecharon para eliminarla poniéndole encima la Navidad. Incluso construían los monasterios en zonas que habían sido sagrados para las religiones paganas.
La Iglesia católica arremete contra Halloween porque no entiende que el mundo es como un río en continuo cambio, igual que ese universo que se expande sin importarle si al tonsurado de turno le pega la realidad con la Biblia o los dogmas. La gente se lo toma como lo que es: una fiesta para divertirse, gritar y bordear el lado oscuro que tanto nos conforma como somos realmente. Los humanos crean dogmas que la realidad se encarga de convertir en papel mojado inservible. La diferencia es que Halloween no es una losa que te aplasta, como un Dios justiciero y vengador que parece más un amargado cabreado que una divinidad justa y amorosa. Justo como eran los dioses paganos: sádicos cabreados. En cambio el dios de San Francisco de Asís o del actual Papa parece una mano abierta sin censuras. ¿Por qué entonces algunos se empeñan en comportarse como sacerdotes paganos mientras dicen que son católicos?