Cada vez queda menos para uno de los peores tragos que le reserva el futuro al ser humano: darse cuenta de que, probablemente, no somos la única creación viva del universo. 

Noticias como las que ha difundido la NASA recientemente, que hubo lagos de agua en Marte lo suficientemente dulce como para albergar vida bacteriana en el pasado, son escalones de un camino de ascenso cada vez más claro hacia un punto terrible para nuestro ego y para la larga lista de religiones, creencias, tradiciones y seguridades psicológicas que sostienen la sociedad humana: que la Tierra no es el único lugar con vida. O por lo menos que en nuestro Sistema Solar de segunda en una galaxia de segunda hubo vida o proto-vida más allá de nuestra pequeña bolita azul. Ese día se escuchará un gigantesco crack en cada cabeza y corazón humano. Ese día habrá que replantearse muchas cosas y la civilización humana habrá entrado en una fase de conciencia que, probablemente, será lenta y larga pero que nos liberará de determinadas cargas culturales que ya son un lastre.

Como dice la Biblia, habrá “llanto y crujir de dientes”, pero no por negada una y mil veces la noticia será menos realista. Si bien la ciencia ya ha dado más de un resbalón en algunos temas (Fusión Fría, velocidad de partículas subatómicas, etc), lo cierto es que la NASA sigue con su plan de subir escalones lentamente, sin prisa pero sin pausa, rumbo hacia esa meta que, probablemente, ya conocen pero no se atreven a liberar. Por miedo, por no equivocarse, y porque va a ser muy duro. No es que la NASA se presente un lunes por la mañana con un hombrecillo verde de ojos saltones, simplemente anunciarán al mundo que en Marte hubo vida, que se desarrolló en paralelo a la de la Tierra pero que en algún punto algo salió mal y el planeta rojo no pudo continuar como su hermana azulada. 

No por ansiado será menos brutal el aldabonazo en la puerta. Más bien una patada en toda regla. Será algo parecido a esto: “Científicos de la NASA y las agencias espaciales internacionales que colaboran con ella, así como equipos de bioquímicos de varias universidades han determinado sin lugar a dudas que los restos hallados en la superficie marciana son fósiles bacterianos con varios miles de millones de años. Esta conclusión supone que la vida en Marte pudo originarse en paralelo a la Tierra o incluso antes”. Una frase larga y difusa para una patada cósmica en el alma humana: no somos lo más majo de la Creación, con mayúscula. Más bien un experimento bioquímico que salió bien, poco más.

En ese momento sacerdotes, tradicionalistas y descreídos de todo el mundo empezarán a patalear y en el Vaticano algún “doctor de la Iglesia” dirá que las pruebas no se sostienen, que las conclusiones son muy atrevidas y que los experimentos pudieron ser confundidos. Igual que con el famoso meteorito marciano con restos fósiles dirán incluso que era todo un montaje publicitario. Dirán incluso que ellos han reproducido las pruebas y que no dan lo mismo. Lo cual dará qué pensar a más de uno: ¿tiene el Vaticano laboratorios?, y sobre todo, ¿qué imparcialidad se puede esperar de un sacerdote con bata blanca que intenta determinar si ese fósil es o no una bacteria marciana? ¿Será como lo de los milagros para saber si alguien es santo o está poseído por el demonio?

Y si en Marte pudo haber vida, ¿por qué no en alguno de los cientos de miles de planetas extrapolares descubiertos hasta ahora, una pequeña parte de los cientos de millones de mundos que hay? Porque las matemáticas no mienten, la física tampoco. Y esta vez no podrán decir que el telescopio está trucado, como le soltaron a Galilego. Aquí no hay truco, sólo un salto de gigante en el que la religión tendrá que cambiar el paso o morir con nuestro egocentrismo humano que nos considera los hijos de dioses olvidadizos y ausentes cuando en realidad sólo somos un experimento más. Exitoso, pero uno más.