¿Tiene que ver el dinero con la calidad en la producción audiovisual? Menos de lo que puede servir como excusa.
En la estupenda serie documental ‘España en serie’, emitida en Canal Plus recientemente, queda bien claro cuál es el lugar, situación, papel, pasado, presente y futuro de la ficción nacional en el formato televisivo. Desde los años 90, principalmente a partir de ‘Urgencias’ y de ‘Los Soprano’ quedó claro que la televisión había fagocitado a los grandes guionistas que antes pululaban entre los estudios de cine. A fin de cuentas las majors de Hollywood eran parte, dueñas o subsidiarias de las grandes cadenas americanas, así que el círculo se cerraba: el talento migraba de la gran pantalla a la pequeña. Pero eso no se dio nunca en España, donde, de hecho, la ficción nacional tiene éxito de público pero su calidad… No deja de ser un juicio de valor, pero cuando el río suena, algo debe ir mal.
En ‘España en serie’ había tortas, consejos e introspecciones para todos los gustos: desde los ejecutivos de televisión que se sentían por encima del bien y del mal hasta guionistas que parecían penitentes de Semana Santa: “Nunca nos hacen caso, todo el mundo mete la mano en la producción y al final lo que sale no se parece en nada a la idea original”. También había directores, actores, críticos de televisión, productores pequeños y grandes… y todos tenían dos cosas muy claras: no hay un duro (todos reducen costes) y hacer una serie es más complicado que una película, donde hay menos manos entrando y saliendo de la caja.
El cine español también hace maravillas con cuatro duros, pero por alguna razón el cogollo del negocio, y la razón por la que la ficción española no termina de despegar en calidad, viene por la forma de estructurarse del mismo sistema: todo el poder está en las televisiones. El modelo es inverso al americano: allí las productoras crean algo y luego lo venden a las cadenas sin ceder los derechos, los riesgos y beneficios se reparten y todos ganan (dinero o ahorrándose costes), con lo que la industria se consolida. No es mayoritario, porque las cadenas también hacen sus propias producciones, pero es un rasgo distintivo. Aquí las televisiones cargan con todo en sus bolsillos y manejan el producto como una muñeca de trapo, hacen y deshacen, recortan, potencian o hunden en la miseria las series. Resultado: un caos en el que sólo se financian series que parecen clones de las que funcionan, no hay innovación y los guionistas, directores y actores están atados de pies y manos.
El respeto industrial que hay en EEUU no es casual, porque es la gran prueba de que se busca un contenido bueno, y no sólo una máquina tragaperras. Y sobre el dinero: su carencia nunca fue excusa, Woody Allen lleva media vida haciendo películas con el 10% del presupuesto de cualquier producción estándar de su país, y es uno de los más grandes imaginables. Y el cine español también hace cabriolas de talento con dos billetes. Pero sobre todo está la misión de conseguir más talento y resultados, o apostar por algo diferente que pueda sacudir a la audiencia. Quizás la falta de un buen nivel educativo en España, una falta histórica y crónica, sea la culpable. Así piensas, así consumes.
Mientras en el mundo anglosajón aparecían las miniseries de la BBC (la última gloriosa la de ‘Sherlock’, por poner un ejemplo más icónico), las mencionadas ‘Urgencias’ y ‘Los Soprano’, ‘The Wire’ o más recientemente ‘Breaking Bad’, ‘House of Cards’, ‘American Horror History’ y demás, aquí la televisión vivía de ‘Los Serrano’, ‘Siete vidas’, ‘Aída’, ‘Isabel’ o ‘Águila Roja’. Entre medias surgían joyas tan preciosas como efímeras del estilo de ‘Crematorio’, por ejemplo, y todo cuando las parrillas se llenaban de series para adolescentes y telenovelas disfrazadas de series de época. Todas éstas marcadas por el éxito, pero también por el vacío absoluto que dejan a su paso.