Paciencia, calma, serenidad, perseverancia, racionalismo, justo lo que casi nadie tiene bajo la sombra del toro de cartón piedra. 

Hace un par de años, cuando Nokia todavía era finlandesa y aún no había tocado fondo, muchos hablaban del concepto “país-Nokia”, suma de todos los anhelos de muchos españoles para que el país pasara de ser una “fermosa donçella” que ponía ladrillos, copas o pañales a ancianos (según se terciara el negocio) a una nación que fabricara conocimiento, tecnología y oportunidades. Luego Nokia se despeñó y ha terminado en manos de otra compañía que también reza a diario por no imitarla, Microsoft. No obstante ésta tiene más suerte: está en California, por lo que al final encontrarán a alguien que tenga buenas ideas y a aplicarlas salven el negocio. Es cuestión de tiempo y de seguir la filosofía californiana: vive y deja vivir, experimenta, prueba, y si fracasas, aprende y vuelve a redoblar la apuesta hasta que lo consigas.

En España no, porque no existen dos cosas fundamentales para lograr ser un país moderno que no se vea sacudido una y otra vez por el destino: paciencia y perseverancia. Aquí todo es telúrico, sentimental y denso, sanguíneo. En España eso de esperar y perseverar se confunde con la inacción y la inutilidad. Todo lo que no sea rápido y visceral no se tiene en cuenta. Todo está impregnado de esa condición que siempre ha lastrado a España: es un país muy moñas. Y por moña entendemos el sentimentalismo barato que anula la Razón y te reduce a gelatina. Basta un poco de zapeo por la caja tonta diaria para darse cuenta de que lo que impera es la lágrima fácil, la pornografía sentimental y lo telúrico, que arranca de las tripas. Picasso basó casi toda su carrera en esos conceptos. A él le fue bien, pero sólo a él. Para los demás es una maldición que arrastramos desde hace siglos.

Arturo Pérez-Reverte, que por cada perla útil que dice deja un latigazo castizo sentimental (él también es demasiado ibérico) dijo que en su momento España tuvo que elegir entre dos versiones de Dios: la que daba libertad, la que exigía trabajo, perseverancia en el día a día, un Dios de comercio y meritocrático y otro represor, omnipotente, agobiante y tradicional, que odiaba el trabajo y le daban alergias con eso de la libertad individual. Es decir, elegir entre Lutero & Cía y el Concilio de Trento. Y entonces España se decantó por el segundo modelo y, como dice Eslava Galán, se convirtió ” en el Tíbet de Europa”. Tíbet católico, claro, porque eso del budismo aquí no pega ni con tornillos de vías de tren.

Nunca seremos como California, quizás el modelo que mejor nos vendría por pasado, carácter y clima. Pero cada sociedad es producto de su historia, no hay fórmulas mágicas salvo cuando estás al borde del desastre. En Flandes suelen decir que después de 1945 su tierra estaba tan arrasada y empobrecida que no les quedó más remedio que reinventarse o morir. En Finlandia algo parecido: con el monstruo soviético de vecino en la puerta de al lado, sin apenas recursos salvo agua dulce y madera para aburrir, tuvieron que vivir de su inteligencia. Nokia ha caído, pero el país apenas se ha resentido y otras empresas se preparan para recoger el testigo: es lo bueno de la inteligencia y el ingenio, que sus burbujas jamás explotan y arrasan naciones enteras en su caída. Pero… para eso hace falta paciencia y perseverancia. Qué pena.