Pocos países son más incoherentes y contradictorios que Rusia, quizás con la excepción de España y un puñado más de repúblicas bananeras.
Putin ya ha ganado. Se va a quedar con Crimea porque nadie tiene ganas de volver a la Guerra Fría. Dad todos por perdida a esta península vieja como el mundo que ya aparecía en las leyendas griegas y cuyos primeros pobladores fueron los colonos que salieron de Jonia en el Egeo. Ahora, eso sí, Rusia va a tener que pagar la factura. Porque en este mundo no hay acción sin reacción, y porque este señor bajito que no sonríe nunca y que tiene pinta de haber salido de una película de James Bond de los años 60 (Putin) ha abierto la caja de Pandora. Si los chinos no han abierto la boca es porque temen lo que vendrá: si la integridad territorial entre países no se respeta, su “asuntillo” con Tíbet, Xin-Kiang y demás entrará en fase de descontrol.
Como siempre el público se divide en dos en estos casos: los que cantan las loas del mundo no-occidental y la decadencia cultural de Occidente (la misma cantinela desde el siglo XIX pero todos siguen bailando a su son) y los que se creen con derecho a gobernar el mundo. Cada vez vamos más hacia un caos más o menos organizado donde hay varias potencias que se engarzan entre sí de alguna u otra forma. EEUU le debe dinero a China, pero ésta necesita desesperadamente de la inversión de EEUU para seguir creciendo; Rusia amenaza a los mismos países que son sus principales clientes de gas y petróleo. Estos dos detalles son la clave de que el mundo es un caos absurdo donde se hace realidad la anécdota del dentista: “Doctor, usted no me hace daño y yo no le aprieto los huevos hasta hacerle cantar en falsete”.
Rusia es la patria de las fustas, el hogar de un pueblo acostumbrado a ser pastoreado (los mongoles, los tártaros, los zares, el PCUS… ahora Putin), un país que sigue viviendo en clave James Bond. Son paranoicos, nacionalistas y terriblemente cuadriculados. Quien haya conocido a un ruso se dará cuenta de lo que decimos. Sólo un alemán especialmente cerrado puede igualar a individuos que parecen sacados de un manual de cine de los años 50. Y como aquí, en el decadente Occidente, la gente acostumbra siempre a reducirlo todo a etiquetas, pues no hay manera de ser moderado. La falta de sentido común es la verdadera clave de nuestro tiempo: ¿para qué pensar cuando puedo acomodarme en el sofá de los tópicos?
Crimea es la cortina de humo de Putin, una forma de exaltar a las masas que ya empiezan a mosquearse por las diferencias sociales que rasgan Rusia, por la tiranía encubierta del presidente-machote; hay una parte del pueblo ruso que sí ve lo que pasa y lleva años pataleando, recibiendo palos, acogotada por los sicarios más o menos oficiales y por medios de comunicación sometidos. Y la mejor forma de ahogar el descontento es creando cortinas de humo: Rajoy usa el espantajo de ETA y Bildu cuando le interesa, o el fútbol (que ahorra mucho dinero al Estado en policías a la hora de calmar al pueblo), de la misma forma que David Cameron usa la Unión Europea como una máscara africana para meter miedo a los ingleses. Putin ha usado indistintamente el terrorismo islámico, Chechenia, la Guerra Fría o los homosexuales como máscaras para esconderse, y de momento le ha funcionado. De momento.
Lo que pasará, probablemente, a partir de ahora es lo siguiente: Crimea será anexionada por Rusia, y el resto del mundo, salvo Venezuela, Cuba y demás chistes internacionales no lo admitirán, con lo que nacerá una versión más absurda aún de Kosovo, pero incrustado en un país enorme. EEUU, la UE y un par de países más apretarán las tuercas económicas y diplomáticas sobre Moscú, nada demasiado gordo como para que salten los plomos pero sí un incordio continuo. La economía rusa empezará a desgastarse. Europa, con Alemania a la cabeza, buscará a medio plazo nuevas formas de energía o lugares de donde sacar el gas y el petróleo y el chiringuito energético de Moscú terminará de saltar por los aires. A largo plazo Rusia perderá pie.
Ucrania podría caer en una guerra civil o asumir el golpe e intentar reconstruirse. Europa se unirá un poco más porque ya tiene un vecino matón: nada une más que alguien más fuerte que te amenaza, con lo que igual habría que hacerle un monumento a Putin por impulsar la unificación de Europa. Barack Obama volverá a mirar hacia el interior pasado el mal trago y EEUU jamás reconocerá la anexión de Crimea, que se convertirá en un escollo continuo durante décadas en las relaciones entre ambos países. Y al final, como siempre, quien pagará el pato será el pueblo ruso, que será más pobre, estará más acogotado y tendrá enormes dificultades fuera del país.
Lo mejor de todo es que, como este mundo funciona por impulsos del estómago, ya seas de izquierdas o derechas, todos tendremos un nuevo malote al que despreciar, y un nuevo pueblo-enemigo sobre el que centrar chistes, bromas e iras contenidas. Pobres rusos, siempre penando, ¿cuándo tendrán descanso?