Hoy es 14 de abril, el día que nació la Segunda República y España se asomó al abismo porque nadie fue capaz de entender lo que pasaba. 

Vaya por delante que la república fue una niña que estaba condenada a morir de antemano. Sólo un milagro habría salvado a aquella república que intentó, de golpe, recuperar cerca de 500 años de atraso de una España sumida en todas sus contradicciones a la vez. La primera de las repúblicas fue un ensayo burgués entre un Borbón y otro que resultó ser un caos colosal que terminó con aquel cantón de Cartagena en plan nueva Atenas castiza. La segunda fue un laboratorio de modernidad que terminó por supurar por todos los costados. Para quien quiera entender bien cuál era el ambiente general del país deberían leer ‘Al acecho’, de Noemí Sabugal, una novela negra que es como un reloj suizo bien engrasado y que de fondo describe con detalle el caos supremo en el que se acunó aquella democracia irreal. Y son ya tantos y tantos los tópicos y clichés sobre aquello que es imposible sacar una conclusión moderada de nada de lo que pasó entre 1931 y 1939. 

Fue un desastre, pero no en sí, sino porque llegó demasiado pronto: los españoles no estaban preparados mentalmente ni sociológicamente para una democracia demasiado moderna donde la gente como Lorca, Picasso y las mujeres eran los mascarones de proa. Era un país demasiado deshilachado y desinflado, ignorante, sometido a las sotanas y a los sindicatos y partidos revolucionarios que preferían poner bombas que ser constructivos. En realidad la Segunda República era como la vaquilla de la película homónima de Berlanga: termina entre dos trincheras que se insultan mientras intentan capturar al pobre animal para sí. Por supuesto la vaquilla termina muerta y destripada por los buitres. Nunca nadie dibujó mejor a España que Berlanga ni la simbolizó con más coherencia.

Entre todos la mataron. Celebrar el aniversario es muy bonito, cantar loas y vivas a la República también. Porque nadie que no sea mínimamente sensato podría ser otra cosa que no fuera republicano: todos los cargos públicos deben estar sometidos al escrutinio y sufragio universal ya que son clave en la toma de decisiones que afectan a todos. Los monárquicos se agarran infantilmente a vagas excusas que van desde el papel de Juan Carlos I en el 23-F a que la monarquía es el símbolo de unión y estabilidad. Bueno, igual no: que se lo pregunten a los catalanes. Más excusas: Escandinavia es la zona más avanzada del mundo y son monarquías. Bueno, Finlandia no lo es. Austria (que supera incluso a los nórdicos) no lo es, Suiza tampoco, Canadá tampoco, California y Nueva York tampoco, y Australia y Nueva Zelanda tienen a Isabel II tan lejos que casi que es un chiste. No vale la excusa.

La tricolor vuelve a ondear, y cada vez se ven más de estas banderas porque España está en transición hacia otro ciclo histórico, crisis galopante mediante, y hay que buscar referentes. Los que sean. Pero eso no significa que ese régimen fuera el adecuado ahora. La historia nunca se repite de la misma manera, siempre cambia. No nos cabe duda de que algún día, probablemente por presión externa, España se convertirá en una república federal, pero será otro modelo diferente a aquella del 14 de abril, cuando un sueño muy bonito tardó exactamente 60 segundos en morir, el tiempo que necesitó la Iglesia en ordenar a sus púlpitos no someterse, los terratenientes en susurrar en los oídos de los uniformados y a los del otro lado enrojecido a convencerse de que sólo se podían cambiar las cosas a culatazos y con revoluciones. En España, menos sensatez y pragmatismo útil, lo que sea. Como con la vaquilla de Berlanga.