Hoy vota Europa, pero en realidad sigue corriendo desesperada hacia delante sin mirar a donde va, sola y a la deriva, como Robinson Crusoe.

Europa ces’t fini. Está kaput, acabada, y en proceso de funeral impúdico. No tiene más plan que obedecer a los mercados y sobre todo a los intereses de la banca y el empresariado alemán, el cual a su vez tiene agarrada por el cuello a la clase política con Merkel a la cabeza. Los ciudadanos no cuentan, y como consecuencia, se cabrean, se asustan y votan en consecuencia a los chamanes de la tribu blanca y eurocéntrica, una pequeña élite de manipuladores que siguen viviendo en los años 30 del siglo pasado y que son incapaces de entender que el mundo ya no es ni europeo ni lo será. Europa es Robinson Crusoe, mirando al horizonte, sola, en una isla, sin darse cuenta de lo que pasa.

Ya es un milagro que alguien haya ido a votar, contagiados todos por la apatía ante una Europa comunitaria de burócratas y bufones y en la que la voluntad ciudadana no importa nada. Y las propuestas son las mismas tonterías de siempre. A un lado están los partidos de siempre, enquistados, una élite abotargada y sin ideas, muchas veces dominada por una gerontocracia masculina donde los individuos son clones unos de otros en sus privilegios, tics y prejuicios. Al otro lado está esa derecha populista tan profundamente estúpida como peligrosa, capaz de enaltecer a un dictador de facto como es Putin y ver en Rusia la gran esperanza de Europa frente a su decadencia.

Europa está en plan fase de introspección, se mira en el espejo y se da cuenta de que está vieja, descuidada y con tendencia al sobrepeso. Sus vecinos son jovenzuelos llenos de problemas, pero con futuro, mientras ella es una desprestigiada señora amargada y sola que mira por la ventana escondiéndose tras las cortinas. La crisis económica, llamada la Gran Recesión, en realidad es un reajuste de su potencial respecto a lo que realmente tiene. Aún así, Europa sigue siendo rica hasta lo indecente, pero el dinero está escondido en calcetines gordos de lana bajo la cama, como hacía Picasso porque no se fiaba ni de los bancos ni de los marchantes. Un continente de viejos paranoicos en su cerrazón.

Hoy vota Europa, y lo hará con las pinzas en la nariz, mirando para otro lado, incapaz de ver más allá. Ganará el UKIP y Farage, que representan lo peor de todos los tópicos ingleses; en Francia los acólitos de Juana de Arco liderados por Marine Le Pen darán otro zarpazo pensando en clave nacional, en Holanda volverán los miedos eternos de los protestantes y en el resto de Europa se resquebrajará todo un poco más. Pero tiene que quedar claro: no hay futuro fuera de Europa. Países como Holanda o Gran Bretaña son demasiado pequeños como para competir en el gran océano mundial donde tendrían que batirse con tiburones y ballenas del tamaño de continentes. La élite lo sabe, y por eso, gane el PP o el PSOE en España, todo seguirá exactamente igual.

El europeo medio piensa en pequeño, nunca en grande, siempre agarrotado, asqueado y deseando que pase algo. Tiene miedo, se enroca y se tapa los oídos; y cuando la masa tiene miedo no razona: el semillero perfecto para que algo salga muy mal. Ha llegado la hora de resetearse, de revolucionarse, porque como dijo Toynbee, “las sociedades que no evolucionan se revolucionan”. Lo que ocurra hoy no tiene importancia, sólo lo que pasará mañana cuando el viejo mundo esté un poco más viejo y sea menos mundo. Al final Umberto Eco tendrá razón, volvemos al Medievo sin darnos cuenta.