Facebook es un buen ejemplo de cómo la autocensura es la sombra eficiente que te corta las alas antes siquiera de que quieras volar.
Lo políticamente correcto es la guillotina de la censura bajo otro nombre, ahora desde una perspectiva de la ovejita. La censura de izquierdas existe, tanto o más que la de derechas, que es la más conocida por el tiempo que ha tenido para ejercerse. En realidad son la misma: al director del Museo Reina Sofía le quieren destituir e inhabilitar un grupúsculo minoritario de abogados católicos porque en una exposición se une una iglesia con una caja de cerillas. Un simple ejemplo de que todavía existe. La religión de cada uno es responsabilidad de cada uno, pero no por eso los demás deben coartarse o autocensurarse cuando deja de ser algo privado e intenta ser generalista cuando es obvio, estudio tras estudio, que el catolicismo pierde apoyos y terreno en la nueva sociedad. Pero el respeto a la religión es imprescindible en toda democracia, forma parte de la vida de muchos ciudadanos. Para eso están las leyes. Pero tanto o más importante es la libertad de expresión, uno de los pilares de la democracia (tanto o más que la religión de cada uno). Vaya desde aquí el apoyo al mencionado director: el arte es arte, todo lo demás lo añaden otros interesadamente.
Facebook es el mejor ejemplo de la autocensura, la cual hemos tenido que ejercer muchas veces, porque desde amigos cercanos a hipotéticos padrinos profesionales podrían no ver con buenos ojos críticas legítimas a muchos asuntos, desde la política al deporte. Frases como “no escribas eso que nunca se sabe”, “si te metes con ellos luego podrían no contratarte”, “cada cosa que haces en la red queda para siempre, ten cuidado y no metas la pata”, “¿por qué escribes eso, no éramos amigos?” o “has empezado tú porque eso no es una opinión es un insulto”… sin olvidar la cultura trol que vive siempre, como en los cuentos, agazapada bajo el puente, siempre hostil y enfurecida, que arremete contra todo y contra todos con tal de liberar la bilis que llevan dentro. Sólo hay una forma de opinar libremente: con argumentos, educación, pero siendo firme en lo que crees. Y con educación, justo lo que muy poca gente tiene. Suena viejo, puede, pero es lo que diferencia al ciudadano del simple trol.
Un buen ejemplo fue un post de este mismo blog sobre Cataluña, todo lo aséptico que se podía, en el que se equilibraban los pros y contras para unos y otros de la independencia, lo que perdía el resto de España y lo que perdería Cataluña, y lo que ganaba cada una. Es hasta ahora el más comentado y leído de este modesto sitio, muy por delante de todos los demás. Y los comentarios son una larga cadena de insultos irracionales entre unos y otros, a veces con argumentos tan peregrinos como una supuesta confabulación europea contra Cataluña o al revés, que en realidad Madrid tendrá que tragar con todo. La falta de información, de desinformación y de argumentos racionales y factibles es endémico en España, pero en internet (y en Facebook) esas lagunas y esa falta de educación alcanza las cotas más altas. Y eso incluye patadas a la gramática dignas de ser hechas públicas para escarnio del pueblo.
Al final, lentamente, el usuario de la red se queda ante una elección muy negativa: o se convierte en un trol o se calla, con lo cual ganará siempre el estruendo y no la Razón. En Facebook hay más controles para acallar a los que no cumplen las normas, más que en Twitter, desde luego. Pero eso no significa que uno pueda opinar libremente. Al final queda la libertad de los estoicos: el esclavo siempre es libre porque tiene la posibilidad de desobedecer. Claro, y de recibir violencia y dolor a cambio. La cuestión de fondo es que en muchas ocasiones no hacen falta ni los trols, ni los controles… simplemente un poco de sensatez. Empiezas a escribir algo que realmente piensas y que tiene derecho a ser pensado, porque no se hace con insidia, pero inmediatamente un segundo pensamiento te recuerda la lista de gente (conocida o no) que te lo echaría en cara y finalmente borras ese texto.
Por ejemplo: Fulanito odia la tortilla española con cebolla, no le gusta. Nadie sabe bien por qué, pero no le gusta. Y tiene derecho a que no le guste y a decirlo. Pero al segundo de escribirlo piensa en su madre, que siempre las hace con cebolla, en su padre, que no entiende que a alguien no le guste con cebolla, y a todas esa larga lista de amigos, compañeros de trabajo con los que se ha tomado cientos de pinchos de tortilla y que no comprenden que alguien no pueda comérsela con cebolla porque “es como se ha hecho de toda la vida”. ¿Opciones? Pues como muchos, abrir otra cuenta, con otro nombre, disfrazarte y desde el anonimato ejercer de trol. Así Fulanito podrá clamar que no le gusta la tortilla con cebolla y que quien se las come así es un cerdo.
El resultado es que la red, lejos de ser la zona libre de intercambio de ideas se convierte en una jungla espesa donde detrás de cada matorral hay un usuario disfrazado que te tira sus opiniones a la cabeza. Cuando uno firma lo que escribe lo hace con cabeza, pensando (bueno, no todos, pero el porcentaje de idiotas es fijo en todo lo humano); cuando lo hace bajo una máscara se caen las inhibiciones y se pierde la mesura. Resultado: la jungla. Así, Fulanito no puede decir que no le gusta la tortilla con cebolla de la misma manera que no puede decir que los catalanes son egoístas insolidarios, que las religiones organizadas son veneno y que deberían pagar por sus crímenes, que al fútbol se juega asociándose y tocando el balón y no encerrado atrás y con pases largos, que el PP y el PSOE la misma mierda son, y que Pablo Iglesias es otro salvapatrias que vende el Cielo sin ofrecer facturas ni pruebas como los ha habido a miles a lo largo de la atormentada historia de España. Fulanito nunca podrá decir eso. Es la autocensura. Está ahí, no se va y tendrás que vivir con ella. Pero eso no significa que no luches contra ella.