Occidente, esa cosa amorfa, decadente, hipócrita e inmoral que todos parecen odiar o tenerle resquemor, pero que, como el teatro, es un enfermo muy sano. 

Occidente es, a grades rasgos, democracia. Y una de las grandes diferencias entre una democracia y otro régimen es que las contradicciones de la primera se resuelven con cambios políticos cíclicos que equilibran la tensión, en los otros terminan por socavar al propio sistema. Las dictaduras o dictablandas terminan siempre por caer. Ya lo hacían hace mil años, sucediéndose unas a otras, y lo seguirán haciendo. La incongruencia es como la dinamita: lo vuela todo. Y eso vale también para las seudodemocracias que se amparan en el nacionalismo, como es el caso de Rusia, especialista en propaganda mientras en su interior ya se notan las grietas. China es otro buen ejemplo, pero algo diferente: el dinero tapa muchas cosas, pero más tarde o más temprano la nueva potencia tendrá que mirarse al espejo y darse cuenta de que ni puede crecer tanto siempre ni puede controlar realmente a 600 millones de pobres de solemnidad que son el lado oscuro de esa China engordada y millonaria. Lo que no se ve del milagro chino.

Entre medias hay países como Turquía, liderado por un ególatra llamado Erdogan que empieza a tener tics de dictador norcoreano y capaz de afirmar burradas como que los musulmanes descubrieron América en el siglo XII. En realidad los primeros fueron los nómadas que atravesaron el estrecho de Bering cuando estaba cubierto por el hielo y pasaron de Asia a América hace miles de años. Esos son los verdaderos descubridores. Los demás (vikingos, Colón, etc) simplemente pusieron la proa en el buen camino, y eso no tiene mucho mérito. Sea como fuere, intentar alterar pequeños detalles de la Historia, circunstanciales, a favor de una u otra opción son los intentos del infantilismo que asola muchas mentes gobernantes. Los chinos también cacarean que fueron ellos, como si por decirlo fueran a cambiar 500 años de golpe. Un arco que va de Putin, un hombre sin grandes aptitudes intelectuales que se hace fotos medio desnudo o con tigres para demostrar que es un macho (o lo que los rusos consideran que es un macho) a Erdogan, un meapilas al estilo musulmán que tiene enervada a media Turquía por su derroche y tics autoritarios. Un viaje peculiar. Los chinos son de otra pasta, de otra manera. Son astutos.

En todos estos países lo que imperan son regímenes basados en el nacionalismo y el “mando porque la tradición dice que tiene que ser así”. Rusia, China y Turquía son las tres vías paralelas a Occidente: la tiranía social del orden al estilo eslavo, el comunismo como coartada para una tiranía mercantilista que empieza a mostrar grietas y las antiguas democracias secuestradas por la religión. Y aseguran que son la alternativa a Occidente, ese eterno enfermo en crisis que parece a punto de desmoronarse pero que lleva así 2.000 años. Y lo que le queda. Como la mala hierba. Como una hidra. Por alguna razón mucha gente odia a Occidente, y es comprensible: el colonialismo fue una de las peores vías de desarrollo posible, el mal que lo aunó todo, desde el saqueo de naciones enteras a la destrucción de civilizaciones, pasando por el negocio de la esclavitud. Eso sin contar con el fascismo y el comunismo, ideologías surgidas de la catarsis extremista de la Revolución Industrial. Todo muy occidental.

El multiculturalismo puso a todos a la misma altura y convirtió a Occidente en el malo de la película, el villano que se amparaba en la democracia para gobernar el mundo. El Oeste era la maldad, y el resto eran naciones inocentes que habían sido engullidas por la maquinaria imperial. Resulta especialmente curioso que muchos de los que han denunciado a Occidente por sus pecados sean tiranos, empezando por un Castro abotargado que no termina de finiquitar su paso por la existencia y llegando a un régimen chino que admitió tener campos de concentración para “reeducar” a los que piensan por su cuenta. Ahora China tira el ancla hacia aquellos a los que puede usar para su beneficio. Su primera víctima es Rusia, a la que esquilmará recursos mientras en Moscú creen que pueden salir con buen pie de semejante relación. Pobres rusos, siempre sufriendo. No es justo. Y luego vendrán otros, como Argentina, Perú, México, Angola, Sudáfrica… quien se tercie para que el dragón siga con su ritmo ciego.

Y finalmente está el objetivo real de todas las críticas interesadas: la democracia. Les molesta. La ven como un invento occidental que ata de pies y manos a las élites tradicionales. Y de eso se trata, de la impunidad del poder. La democracia es imperfecta, cierto, y permite que se cuelen a veces los gusanos, incluso les deja convertirse en oligarquía y gobernar, pero es el único sistema que evita la tiranía, una pulsión permanente del poder sea cual sea su naturaleza y origen. Por eso les molesta Occidente, por eso les molesta la democracia. Y si ellos son la alternativa al futuro, entonces paren la noria que nos bajamos. Al final, quizás, la democracia quede reducida a un par de lugares del planeta (¿Norteamérica y Europa occidental, la India quizás?), pero esos territorios seguirán siendo libres. O cuando menos tendrán la necesidad de luchar para serlo. Pero eso es lo de menos. Lo que importa es fustigar a ese Oeste malvado que al menos no esconde sus pecados y contradicciones. Intenta progresar. Fíjense en España, un solar depauperado por el robo sistemático y acosada por el nacionalismo más infantil imaginable, pero que lucha por mejorar desde la libertad. Y eso es mucho más de lo que hacen los demás.