No es país para humor, sí para el cachondeo, la farsa, el esperpento y es forma de comedia costumbrista que los ibéricos bordan como nadie.
España es un gigante cultural. Sin duda alguna. Sabe reír, pero sobre todo sabe llorar. Y por encima incluso de las lágrimas, sabe cachondearse del mundo, reducirlo a un montón de escombros sin sentido. Pero al contrario de lo que la percepción social generalizada indica, en realidad España no tiene sentido del humor: cachondeo sin sentido sí, humor poco y siempre vigilado, no vaya a ser que algún listillo se ría con calidad de los pilares de la sociedad. España y los españoles, pueblo castigado como pocos, lleva más derrotas que victorias en las alforjas, más curas y más sátrapas en los tronos de los que son recomendables y mucha más tradición que evolución. Y nada mata más y mejor el intelecto que la seriedad castrante que reduce a los individuos a simples peones de ideas y mitos. Un primer ejemplo para que comprendan mejor: ¿recuerdan aquel falso documental de Jordi Évole sobre el 23-F?, ¿recuerdan cómo mucha gente se enfureció porque le tocaban la sacralidad de la Transición y el periodismo? Si usted fue uno de los que se cabreó, lástima.
El humor es una estructura dialéctica derivada de la vieja comedia clásica que desnuda la realidad y la expone con crueldad: hace el mismo trabajo que aquel niño del cuento sobre el traje nuevo del Emperador, cuando dice eso de “pero si va desnudo”. Entonces llegan las carcajadas. Y nada es más destructivo, letal y devorador que una risa. Por algo los emperadores romanos, cada vez que había una revuelta, prohibían las obras cómicas. Y por eso también la Iglesia desconfiaba tanto de los cómicos y el teatro. Pero no todo estaba perdido: hubo excepciones que confirmaron la regla, como Luis García Berlanga o Rafael Azcona, siempre bajo la diana del franquismo: se les toleraba bajo estrictas condiciones. Y gracias quizás a eso generaron el mejor humor que se ha hecho nunca en España desde los versos kamikazes de Quevedo: ‘El Verdugo’, ‘La escopeta nacional’, ‘La Vaquilla’… Películas en las que no hay cachondeo gratuito sino una construcción sutil como un pluma y devastadora como un martillazo que desnuda a la sociedad, a la nación, al poder, a la Iglesia a todo lo que se viste con trajes sagrados sin serlo realmente. Todavía hoy no han sido superados. Cómo será de cierto lo que digo que los españoles inventaron una palabra nueva para poder sintetizar cómo ven la comedia: “cachondeo”.
La comedia puede reírse de la vida diaria, pero es el humor el que enseña los colmillos. Normalmente van juntos de la mano, pero en España pasó algo: en algún momento la gente empezó a reír más lo chusco y costumbrista que lo elevado. Muy probablemente la razón sean siglos de despotismo político y religiosos. Quizás sea verdad ese axioma de que cuanto peor sea la educación de un pueblo más fácil es controlarlo. Y España tuvo que soportar siglos y siglos de estupidez impuesta desde púlpitos y tronos para poder ser domeñada, que este siempre ha sido un país levantisco. La fuente del humor se secó. Te puedes reír del mundo, pero sólo a partir de lugares comunes; el español se mofa de la realidad para echarse unas risas, pero no la desmonta ni critica como sí lo hacen otros. Detrás de las risas españolas no hay nada, detrás de las carcajadas anglosajonas, por ejemplo, hay una crítica feroz que destruye la realidad impuesta y sus farsas. Dario Fo, italiano, lo sabe bien, y dejó para la historia aquella ‘Muerte accidental de un anarquista’ que todo hombre y mujer de bien debería leer alguna vez en su vida. Nunca la lógica del poder se había exhibido en toda su crudeza criminal. Y todo envuelto en el humor.
Porque en cuanto tocas los puntos sensibles (Dios, familia, hijos, padres, el poder, religión) aparece esa mueca de horror y pavor del que escucha. En España la gente no tiene fondo para aguantar críticas, y así nos va. Cuentas un chiste sobre los clavos de Cristo y el orden correcto para quitarlos y evitar que se caiga de morros y te fulminan. Insinúas que la familia es una gigantesca batidora que sólo fabrica psicópatas en potencia y te condenan. Demuestras que el gobierno es una gran farsa y te ríes en su cara y siempre habrá un lacayo dispuesto a perseguirte. Dices eso de que el matrimonio es un acuerdo fiscal sin sentido y te dan la espalda. Comentas que los hijos secan tanto la libido y la vida personal como el bolsillo y te mandan al exilio. Los españoles ríen mientras el ojo del humor no se pose en ellos y lo que consideran sagrado: por eso este país es tan tramposo, saca la lengua de paseo con facilidad pero se atraganta con la verdad.
Otro ejemplo: el día después de los atentados del 11-S se abrieron todos los clubes de comedia de EEUU e hicieron sesiones dobles para sobrellevar el luto nacional. Nacieron entonces las primeras bromas sobre Osama bin Laden y su nefasta capacidad para organizar vuelos aéreos. En España, el mismo día del 11-M, el que suscribe intentó ir a un conocido café de monologuistas y casi me pegan por preguntar si no iban a abrir. El famoso luto nacional fue una broma de mal gusto: esa noche la gente salió a divertirse sin ningún tipo de mala conciencia. Tengo pruebas. En España enseguida se hicieron bromas sobre el 11-S, y los yankees también las hicieron casi enseguida; pero a día de hoy todavía nadie ha hecho una buena broma sobre el 11-M. Ni la harán. Fíjense que han tenido que pasar casi 30 años y varias treguas para que se atrevieran a reírse del nacionalismo vasco con ‘Ocho apellidos vascos’.
La comedia es para el común, el humor es para los individuos, y sería la forma más sutil, avanzada y elevada de la propia comedia. Eso los ingleses lo supieron enseguida, y como Inglaterra es un país de escritores y dramaturgos crear eso que ellos llamaron “humour” era algo natural. Lo llevan dentro. Ya Shakespeare lo menciona como una cualidad nacional. Son acunados en esta forma cultural desde que son niños. Y allí donde hay un anglosajón se repiten esas formas, a veces con una maestría tremenda (como en la stand-up comedy norteamericana o la comedia surrealista británica). En España se puso de moda en los años 90 y a principios de siglo la fórmula del monólogo de humor, pero pocos, muy pocos, entendieron de qué iba precisamente un monólogo. Empezaron bien, pero terminaron por derivar en un cachondeo general de puntos comunes: los amigotes, las relaciones de pareja, los cuñados, el trabajo, la familia, el fútbol… todo aquello de lo que uno puede cachondearse sin ser socialmente reprobado. Sigo esperando un monologuista que desmonte a Dios, la democracia de partidos, la familia real más allá de los chistes fáciles sobre la cadera del antiguo rey, la misma existencia de la familia… nada de eso pasará en España. Mucho cachondeo, pero poco humor.