Hay una gran diferencia entre un idiota y un inútil: el primero es un peligro público, ignorante y atontado, hace el mal sin saberlo y multiplica por tanto el daño; el segundo tiene un plan pero es demasiado torpe como para ponerlo en marcha o para reaccionar cuando se demuestra que es un mal plan.

Para que se hagan una idea pondremos dos ejemplos reales que permiten diferenciar y concretar. Empezamos por el idiota: Erdogan es lo que podríamos denominar un idiota de manual, el nuevo presidente de Turquía, enquistado en el poder desde hace décadas, islamista moderado que ha derivado en emperador otomano subido en el nuevo conservadurismo turco financiado con crecimiento fácil (Turquía es otra España pero un poco más atolondrada: cuando reviente su burbuja será peor que Grecia). Empezó como un normalizador democrático y después de catar las mieles del trono se ha construido un palacio de mil habitaciones y cientos de millones de euros, ha depurado la policía, la judicatura y las universidades, convertidas ya en trincheras entre laicos e islamistas. La Turquía moderna, un país modernizado a punta de bayoneta por Ataturk pero que logró salir del marasmo islamista vuelve ahora a su pasado. Erdogan reprimió violentamente las manifestaciones contra él y su política (con varios muertos como resultado), y todo lo que huela a laicismo es veneno para él. Eso incluye prohibir que mujeres y hombres jóvenes solteros vivan bajo el mismo techo. Las acusaciones de corrupción contra él incluso avergonzarían a un filibustero del PP de Madrid.

Pero los síntomas definitivos de que es idiota y un peligro para su pueblo son siempre en público: primero se atrevió a recomendar a Europa que prohibieran el aborto, el divorcio y mandara a las mujeres a casa para aumentar la natalidad. Incluso lo hizo en directo en una rueda de prensa con el primer ministro finlandés; como los periodistas europeos reaccionaron entre la palidez y la broma, Erdogan se enfureció y a punto estuvo de irse mientras las carcajadas ahogadas brotaban en la sala. Pero eso no fue nada comparado con la gran perla: según Erdogan los nativos americanos del Caribe eran musulmanes y en lo alto de una montaña en la isla de La Española (actuales República Dominicana y Haití) había una mezquita hace 500 años. El clavo alocado al que se agarra es que en los diarios de Colón hay una referencia a un templo en lo alto de una montaña que creyó ver desde el barco. Es más: ha pedido al gobierno comunista cubano, oficialmente ateo y que trata a las iglesias como si fueran leprosas en procesión, que permita construir una mezquita en la isla. Un gesto para acomodar las buenas relaciones económicas. Según Erdogan, el Islam tiene una nueva frontera para expandirse: América. Poco después añadió otra más: los norteamericanos nunca pisaron la Luna. Ya puestos a decir tonterías, ¿por qué controlarse?

La sorna con semejante estupidez (las dos más bien) ha sido tan grande que en Occidente han ido desde el “¿estaba borracho?” en directo de la cadena Fox News al sesudo informe de varios historiadores serios con razones para asegurar lo que es obvio: no había musulmanes en América, continente que antes de Colón sólo habían visitado los vikingos por el extremo norte y, quizás, sólo quizás, los marineros polinesios por la costa del Pacífico sur. Lo de que los chinos llegaron antes todavía es una leyenda urbana sin pruebas por mucho historiador a sueldo de Beijing que pulule por ahí. Pero de carcajada nada: Erdogan lo dice en serio, bien para poner una pica (minarete) en América o bien porque realmente se lo cree y entonces es peor todavía. Un política que no duda en criticar a Obama por el racismo en EEUU mientras él hace negocios con dictaduras y aprieta las tuercas a los kurdos. Decía Mario Cipolla en ‘Allegro ma non troppo’ que peor que un perverso villano es un idiota que se piensa que hace el bien.

Sea como fuere, estos políticos idiotas siempre arrastran consigo una larga capa de corrupción, despotismo y malas ideas que suelen hacer mucho daño. No sólo avergüenzan al país, sino que fabrican un futuro oficialista y falso: la manía de los políticos por definir el futuro a su gusto siempre choca contra el único y verdadero Dios todopoderoso que nos juzga a todos, la realidad. Turquía es una pequeña gran potencia, una pieza clave en Oriente Medio, pero también un problema muy serio si sigue en esa deriva autoritaria. Ayer mismo sindicatos, alumnos y profesores salieron a la calle para protestar contra la islamización de las universidades. Otro pulso más. Pero lo peor es que Erdogan no entiende que acabará cayendo: todos los iluminados terminan como Nerón, tocando la lira a la espera de los pretorianos que avanzan por los salones de mármol con la espada lista. Nerón se suicidó: era romano, psicópata, pero romano, con honor. Erdogan no lo hará. Es idiota.

Y luego está el inútil. En España hay más de un ejemplo. En los últimos años tenemos a dos de diferente grado: Zapatero y Rajoy. El primero fue un claro ejemplo de inútil ingenuo, y el segundo del inútil atontado. Hay una diferencia clara entre ambos: Zapatero pensaba que podía, lo intentó y se cayó del trono aquel día de mayo de 2011, cuando sucumbió a Bruselas, Merkel y el BCE, traicionando no sólo a sus votantes sino también al país y su futuro económico. La peor gestión posible de una crisis económica con aquella cara de librero autista que quitaba la esperanza y las ganas de luchar al primer vistazo. Sus logros sociales (Matrimonio Homosexual, Ley de Dependencia, ayudas sociales…) quedaron en agua de borrajas cuando llegó la verdadera vara de medir. Entonces fracasó miserablemente y quemó su tiempo, su realidad y la de todos por salvar los muebles. Disfrazó su inutilidad de sacrificio churchilliano: pero no era así, porque Churchill se habría negado a acatar lo que hubiera dicho Bruselas, Merkel y el BCE, arremangado tras un búnker habría luchado contra viento y marea sin descanso para salvar al país. Zapatero sólo se rindió y se retiró al Consejo de Estado con un sueldo anual más alto que el del presidente del Gobierno mientras el resto de la nación se ahogaba en deudas, paro y miseria.

Su inutilidad nos condenó a todos a caer en los brazos del segundo, de Rajoy, que es otro tipo de inútil: ligeramente más paleto, más conservador, menos inocente y mucho más pusilánime. Seguramente alguno de los que lean esto verán a Rajoy se acordarán de aquel jefe que tuvo, al que sufrió, una especie de saurio que no había evolucionado desde los años 70 u 80, rancio, clasista de provincias, incapaz de saber usar bien la tecnología, agarrado a su imagen marmórea de sí mismo y que reacciona ante la realidad quedándose muy quieto y toreando los problemas para que se los coman otros. Sin chispa, sin imaginación y capaz de morir agarrado a su manual personal mientras el resto del mundo arde. Seres pusilánimes y sin carácter, que nunca se enfadan porque la energía que usarían la necesitan para cimentar su impermeabilidad personal. Nada les afecta, por lo que son incapaces de reaccionar salvo con inutilidad. Rajoy en realidad es un tipo muy inteligente: ha sabido escalar hasta el poder absoluto, y para eso hace falta tener neuronas.

El problema es que lo ha hecho a pesar de él mismo, y ahora nosotros sufrimos esas carencias. Se suponía que la democracia debía ser el gobierno de los mejores por elección de las mayorías, de tal manera que el sentido común, el apoyo popular y el consenso fueran los cimientos del mejor gobierno. La responsabilidad era de todos, y por lo tanto las decisiones tiene más legitimidad y se aplican con más eficiencia. La democracia es lo más práctico y útil, pero entonces llega la realidad humana: la idiotez y la inutilidad. En un mundo de apariencias los demagogos y los lerdos se cuelan por las rendijas. Unos por ingenuos peligrosos, otros por reaccionarios paralizantes. Todos por lo malos que son sin ser villanos. Cabe la posibilidad de que Rajoy sea un supervillano y la realidad el producto de su mente perversa, pero no parece que sea el caso. Según la tesis de la Navaja de Ockham la explicación que requiere menos premisas (y por lo tanto la más simple y económica) es la más plausible. Lo lógico es que Zapatero y Rajoy sean dos inútiles.

Y esa misma lógica aplastante nos ha conducido a la actual situación: 24% de paro oficial, probablemente 30% de paro real, economía sumergida de casi el 37% del total, un 26% de la población por debajo del umbral de la pobreza, jubilados manteniendo a hijos y nietos, carreras profesionales truncadas por un mercado laboral hecho trizas y que probablemente ya son irrecuperables (con toda la frustración, amargura y rabia que eso genera), empresas ahogadas en deudas a las que no se les da tregua, bancos que cogen el dinero público y luego no lo devuelven, desahucios masivos, recortes en sanidad y educación, pérdida de poder adquisitivo, desigualdad… e inútiles. Para esto es mejor ansiar un supervillano perverso, mezquino e inmoral con un idiota.