Hollywood es un lugar mucho más blanco y conservador de lo que nos imaginamos, de la misma forma que el cine español es bastante más caótico de lo que nos tememos; todo ha quedado bien retratado en la ceremonia de los Oscar y en la dimisión de González Macho.

‘Birdman’ ganó en los Oscar. Es una película diferente, dirigida por un mexicano (Alejandro González Iñárritu) con dinero anglosajón, con un guión co-escrito con dos latinoamericanos más y un armenio, interpretada por algunos de los mejores actores norteamericanos y que ha tenido un impacto mundial. La avanzadilla mexicana anterior (Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón) ya se ha convertido en “invasión” en toda regla. Fueron unos Oscar reivindicativos, más de lo que nos imaginamos: los ganadores son latinos, y el mejor momento de una gala dirigida por el insospechadamente insulso Neil Patrick Harris (no lo era sobre el papel) lo protagonizaron dos cantantes afroamericanos, Common y John Legend.

Patricia Arquette hizo vibrar al público con su proclama a favor de la igualdad salarial femenina, y demostró que, como se suele decir castizamente en España, Hollywood “es un campo de nabos”. El poder blanco y masculino (ser judío o no es secundario, porque el dinero no entiende de religiones) es omnipresente, y lo políticamente correcto, que a veces es una forma sutil de fascismo posmoderno, aquí hizo de mala conciencia. La baja cantidad de negros, mujeres y latinos entre la platea y los nominados (con excepción de la tropa de ‘Birdman’) obligó a la maquinaria de la Academia de EEUU a poner como presentadores a todo lo exótico que podían reunir, desde The Rock a Zoe Saldaña pasando por Eddie Murphy. Una reacción de mala conciencia.

Liberales progresistas, ricos y sofisticados, pero que adolecen de los mismos males que el resto del mundo occidental. Fíjense bien cómo funciona este asunto: un grupo humano de cien personas, la mitad mujeres, y la otra mitad hombres; sólo 30 de esos 50 hombres son blancos, y de ellos sólo 25 son heterosexuales. La realidad es esa: 25 hombres blancos toman las decisiones y realizan un negocio donde son clientes el total de los 100. Una minoría copa todo el poder. Y esa misma fórmula sirve para la política, la industria, los deportes o la cultura. Todavía es legendaria la capacidad de los críticos españoles para hacer listas absurdas sobre los mejores libros del año y (sorpresa) un 90% son de hombres.

Hombres eligiendo a hombres. Que Clint Eastwood estuviera sentado en la platea con una película patriotera y excesiva como pocas (‘American Sniper’) demuestra que los académicos siguen esa fórmula. Porque si no, aparte del pelotazo en taquilla, no es entendible. Ni es la mejor película de Eastwood ni merecía estar ahí. Si fuera por cuestiones de éxito económico, ¿por qué no estaba ‘The Hobbit’? El poder en manos de unos pocos siempre termina mal. Ya lo decía Orwell en ‘Rebelión en la Granja’, pero salvando distancias y dictaduras, la industria del entretenimiento mantiene esa estructura de que “todos los animales son iguales pero algunos más que otros”.

Esta situación no es equivalente en España. Aquí más que un problema racial o de visión masculina se trata de un déficit de sensatez. González Macho ha dimitido como presidente de una Academia sobredimensionada y sobrevalorada. Lo hace por “motivos personales”, traducidos en que tiene que salvar su negocio de la ruina final y que está harto de ser el pim pam pum de medios, sectores y críticos. Sus más de cuatro años al frente de la Academia dejan la sensación de que si no hubiera estado tampoco habría pasado nada. Seguimos igual que cuando Alex de la Iglesia se fue por la puerta de atrás presionado por la infame Ángeles González Sinde, quizás la peor ministra de cultura que haya tenido España si no fuera por Wert.

La realidad de González Macho era más propia de principios de los 90 que de 2015. No sólo es un distribuidor, también forma parte de la hornada de hombres de cine que eclosionaron en los años 80 bajo un sistema hoy ya inviable. Seguimos sin tener una distribución con futuro en internet, con las sucesivas leyes de sucesivos gobiernos inútiles acerca de la propiedad intelectual, sin mecenazgo. Tres pilares fundamentales que siguen sin cumplirse. Leyes que sólo rascan la superficie y posponen la revolución necesaria para sobrevivir que se hace cada día más necesaria. No habrá pelotazo de apellidos vascos, narcotraficantes o asesinatos durante la Transición en pequeñas islas, políticas culturales públicas o nuevos valores que libren al cine español de su destino final si no se corrige el rumbo: la decrepitud.

Daba grima ver y escuchar los discursos de González Macho, un dinosaurio que va a ser sustituido por otro hijo de los 80, Antonio Resines, que se comerá el marrón temporal de ser presidente en funciones hasta que haya elecciones. Lo que haga el actor de decenas de comedias españolas y de series de televisión de éxito entra en el estrecho corredor de su antecesor. Puede que no, pero si iba en su candidatura como vicepresidente primero no debería haber sitio para las sorpresas. Y es que Hollywood tiene muchos defectos (avaricia, mercantilismo, machismo y racismo soterrados, infantilismo…) pero dos grandes virtudes: independencia económica y pragmatismo. Y ambas consiguen compensar todo lo malo. Mientras tanto, en España, dimite el presidente de la Academia y parece que tiemblan los cimientos; seguimos con las ayudas públicas como casi única fuente económica y los canales de distribución en manos de lo que podríamos llamar un cartel. El cine es un arte, un negocio y un ejercicio de sensatez. Todo lo demás es un lastre.