Estas palabras brotan el mismo día en el que se confirma que los huesos encontrados en una cripta madrileña son de Miguel de Cervantes; eso será lo más cerca que estén muchos de su obra.
Ya está, los huesos que encontraron en la iglesia de las Trinitarias en Madrid son de Miguel de Cervantes. A partir de aquí empieza el circo propio de un año con elecciones: alcaldesa, presidentes, ministros, hasta el último mono se hará una foto con el fémur del manco de Lepanto, tal y como adelantó Arturo Pérez-Reverte. Es lo que quedará de Cervantes en la realidad presente, y muchos de los políticos, periodistas y curiosos que verán los huesos nunca estarán más cerca del escritor que en ese momento. Porque España no lee. Ni lo ha hecho ni lo hace, ni lo hará. Da igual que seas rico o pobre, no lees. Es el resultado de mil años de religión abusiva, de intereses creados, de malos sistemas educativos y de una idea propagada entre la población, que todos somos iguales y que al que destaca se le cortan los pies para que no rompa la feliz estulticia general. Si piensa es malo, y leer es como pensar, así que leña al mono.
Lo que queda es una sensación de desasosiego permanente, de pena suprema que empuja a los autores a mirar más allá, hacia América Latina, el horizonte final de la lengua española toda vez que en el país de origen cada vez se habla peor y se escribe menos. Un escritor con mucha suerte, que logra el mérito de que le publiquen, todo un milagro, sueña con poder vender la primera tirada, que en España está sobre los 4.000 ejemplares. Hagan números: un país de 45 millones de habitantes donde lo normal es no superar una tirada de 4.000. Es tan miserable que da miedo. Muy pocos superan esa barrera, y los que lo hacen no pueden vivir de su trabajo. Ellos y ellas son solo un ejemplo de cómo España pierde todas las oportunidades, porque leer es el primer paso hacia un nivel superior. Si nos dieran un euro por cada persona a la que le hemos oído decir “yo no leo nunca, me aburre”… Educación, educación, educación.
Un pueblo analfabeto es más fácil de conducir. Como ovejitas por los campos. Es una tara que se cultiva desde la Edad Media. Porque si leían podían pensar, y sacar conclusiones, y el Medievo era la era de la Fe y la Espada, y por lo tanto era peligroso que un campesino, un artesano o un ganadero supieran leer. Incluso los nobles eran analfabetos. Pero todo cambió después gracias a la imprenta y el humanismo, y por el protestantismo, una religión que obligaba a leer la Biblia y establecer relación personal con Dios. Lutero logró romper las cadenas (para poner otras nuevas, claro) y de paso poner a leer a la mitad de Europa. La otra mitad de la Cristiandad siguió siendo católica y por extensión analfabeta. Ha costado más de 400 años lograr que España sepa leer y decir “Mi mamá me mima” sin provocarse un ictus en el intento.
Hoy ya no pasa eso. El 99% de la población española sabe leer y escribir. Muchos con serios problemas para entender textos o redactar con un mínimo de coherencia. El cálculo más optimista asegura que sólo el 60% sabe conjugar bien los verbos y construir una oración subordinada sin trastabillarse y darse de morros. Eso se llama analfabetismo funcional, y es una de las razones por las que el año pasado en España cerraron 1.000 librerías, la cifra más alta de Europa y quizás del mundo civilizado. También pinta mucho la crisis económica y el cambio de soporte del papel a lo digital. Hoy ser librero es ser un héroe, alma valerosa como un caballero medieval que custodia a una princesa durmiente o un tesoro de valor incalculable.
Piénsenlo bien: mil librerías. Mil. Repítanlo otra vez: mil. Un millar de templos, de patrias de papel y tinta. Y no pasa nada. Si cerraran mil iglesias en un año, o mil bares (los nuevos templos ibéricos), el mundo se resquebrajaría, habría sesudos estudios y reportajes en los medios progresistas, tertulianos de derechas sobrecogidos y escupiendo bilis porque España ya no vive en el temor a Dios (en realidad a quien se tiene miedo es a los que hablan en su nombre en la Tierra), o un montón de gente anónima con micrófono delante que no pararía de decir la primera estupidez que se le pasara por la cabeza. El libertinaje de la ignorancia es demoledor. Y triste, muy triste.
España no lee. No le gusta. Le meten con calzador El Quijote de Cervantes en el colegio y se rebota. La relación con el libro es miserable, y eso que España es patria y tierra abonada de escritores. Aquí eso de juntar palabras siempre se nos dio muy bien, pero leerlas es otra historia. La tasa de lectura nacional está por debajo de la media mundial, y el común de los mortales asocia a una persona leyendo con un listillo. Baste recordar que una ex directora de periódico llamó cultureta (esa palabra despectiva con la que el iletrado define al letrado) a uno de sus redactores porque lo pilló leyendo un libro de Joseph Conrad. Por supuesto no sabía quién era Conrad y preguntó si ese autor iba a presentar pronto el libro. Apunte: Conrad murió en 1924. Así pues… no.