No hay mejor libro de instrucciones que la sabiduría heredada de la propia experiencia, la mano que mece la cuna de todo villano que quiera cargarse un oficio: en este caso el periodismo, un pez que boquea y que se ha finiquitado en cuatro cómodos pasos.
Al margen de proyectos pioneros o, al menos, con cierta dignidad, donde los periodistas luchan a brazo partido por dignificar su oficio por su cuenta (saludos y buenos deseos para ellos), el noble oficio de informar a la sociedad y cumplir así con uno de los preceptos de toda democracia sana (fomentar la crítica y la opinión pública) ha terminado en el mismo sitio donde se finiquitan todos los sueños humanos que chocan con la realpolitik del sistema: en la cuneta. Todos los oficios lloran por donde supuran, que son esas heridas que han dejado la evolución de la sociedad y la crisis económica cuasi crónica que ha devorado a un país entero hasta dejarlo en los huesos. Vaya por delante que aquí cada cual hace procesión de plañideras: los actores se quejan del 90% de paro de su profesión, igual que todos los licenciados en carreras de Humanidades, investigadores cargados de titulaciones e ideas que cobran 1.100 euros (con suerte) en contratos temporales, o incluso, durante un tiempo, los obreros de la construcción.
Las crisis son como la Muerte: son totalmente democráticas y no respetan trabajo, carrera, reputación, currículo o inteligencia. Si ser inteligente fuera salvaguarda de éxito el mundo funcionaría mejor y no habría tanto analfabeto funcional tomando decisiones. Pero si alguien como Mariano Rajoy puede ser presidente entonces cualquier cosa es posible, para bien, para mal y para peor. Pero el periodismo ha terminado en la zanja de la Historia, enterrado entre los huesos mohosos de tantos sueños humanos. Ya no existe. O cuando menos no existe como debería, que es tanto como estar muerto. Y lo que se aplica al periodismo también se podría utilizar para destrozar cualquier otro oficio existente. Todo se resume en cuatro cómodos pasos que todo súper villano debería tener en cuenta.
Primero: Nada de sindicatos. Es sencillo y se cae de tan lógico como es. Si los trabajadores no pueden crear un sindicato no podrán cambiar las circunstancias laborales, que van desde los turnos de trabajo a los salarios o la propia organización de una redacción en prensa escrita, prensa digital, radio o televisión. De nada sirve la matraca de que ya hay periodistas en UGT y CCOO, dos oscuros rincones tan corrompidos como los partidos políticos o las organizaciones empresariales. Sitios donde los trabajadores son como números, no personas, y donde, experiencia personal mediante, los periodistas tienen tanta importancia como el pedo de una mosca en las selvas de Tailandia. En su lugar han construido esa pantomima de las asociaciones de prensa, que no hacen nada, no representan a casi nadie (porque nadie las entiende como útiles) y en la mayor parte de las ocasiones están teledirigidas por los editores y dueños. Éstos saben perfectamente que un sindicato podría obligarles a pagar salarios dignos, a estructurar el trabajo de otra forma en lugar de explotar a un periodista para que sea redactor, fotógrafo, cámara, relaciones públicas, captador de publicidad y ya incluso community manager, todo en uno y por un puñado de monedas sucias y la amenaza permanente del despido si no traga con todo eso. Y en la prensa digital ya es el día a día: sin horarios, sin límites, sin contrapesos, sometidos al capricho de empresas que sólo quieren esclavos multipropósito… Es un chollo. Por eso ni siquiera la ley permite la sindicación, no vaya a ser que la información al público quedara en manos libres y no en el bolsillo de empresarios, partidos y gobiernos. No por Dios.
Segundo: Vivan los autónomos, mueran los asalariados. Basta una vistazo a las ofertas de trabajo, casi todas en categoría de autónomo, para darse cuenta del perverso grado de tacañería y miseria moral a la que se ha llegado: tú te pagas la seguridad social, yo te doy una parte en negro y el resto lo facturas tú y así Hacienda no me pasa la guillotina, que para poner el pescuezo ya estás tú. Y todo eso con la tasa más alta de cuota de autónomo de Europa (250 euros y subiendo), fritos a impuestos y con una falsa cobertura que en realidad no es tal, ya que las compañías de seguros no van a jugársela por un tipo que factura apenas 900 euros al mes. Ser autónomo es la esclavitud por otros medios, ya que un asalariado siempre estará más cubierto que un pobre diablo que mendiga las facturas y al que, muchas veces, no pagan. Las historias de freelance que trabajan y no cobran por sus esfuerzos es tan larga que no cabría en millones de páginas web. El mayor truco del diablo fue hacer creer a todo el mundo eso de que “como autónomo eres tu jefe y te forras si trabajas”. Mentira, y gorda: los empresarios no pagan y lo hacen es tarde, Hacienda te persigue, no tienes cobertura social real, el resto de la sociedad te mira como si fueras millonario cuando apenas llegas a final de mes, los bancos no te dan crédito… Todo lo que podía ir mal ha ido peor.
Tercero: Superpoblación de titulados. La mejor manera de cargarse un oficio especializado, como debería ser el de la información, es abrir un montón de facultades y saturar el mercado de trabajo. En lugar de concentrar los esfuerzos en dos, tres, cuatro facultades como mucho, y adaptarlas a la estructura de medios del país, no, en España se abrió la barra del bar y copas para todos, de tal manera que se terminó por poner en circulación quizás el triple o cuádruple de personas de las que hacían falta. Se les engañó miserablemente con carreras de cinco años que luego no han servido para nada. Resultado: por cada puesto de trabajo en 2015 hay casi cuatro personas, y dos son parados, que en teoría deberían tener preferencia… en teoría, claro. Esto abre la puerta a otra de las lacras, los becarios, esa nueva forma de esclavitud que ha sustituido los látigos y los negreros por la promesa de la formación y beneficios universitarios. Para un medio de comunicación es más sencillo y barato poner a trabajar a cuatro becarios a los que muchas veces no paga en lugar de a dos profesionales, porque cuando se les acabe la beca ya tiene en remesa a otros cuatro pobres desgraciados listos y con el cebo metido hasta la garganta. Esto, con un sindicato quizás no habría pasado… pero…
Cuarto: Fomentar el intrusismo. Aquí hasta el más tonto hace cestos, que dice el proverbio popular. En la memoria quedan las palabras de un veterano de la Agencia EFE: “Para la sociedad ser periodista es como ser obrero de la construcción, soldado o puta, cualquiera puede serlo”. Se da por sentado, socialmente, que cualquiera puede ser periodista. No hay nicho de los medios donde no se haya metido alguien ajeno a la profesión que le quita el pan a un periodista formado de verdad, ni en la radio, ni en la televisión, ni en la prensa y mucho menos en la prensa digital, donde ya no hay cortapisa alguna. Porque si no hay sindicato no hay límites ni contrapesos a la voluntad de los editores; y si no hay sindicato tampoco hay comités deontológicos ni un manual de buenas costumbres. El periodismo es la selva: la ley del más fuerte, o mejor dicho, del más barato. ¿Que sabes mucho de fútbol? Pues a comentar partidos en la radio y con lo que te pagamos nos ahorramos a un trabajador. Porque siempre será más barato darle un poco a alguien que no vive de esto que tener a un asalariado. ¿Que sabes idiomas y resulta que puedes ir a determinado sitio? Pues te pagamos un plus a ti por cuatro cosas y así nos ahorramos a un corresponsal de verdad. ¿Qué sabes juntar palabras y siempre has tenido ilusión por firmar y además tienes un blog y me dices que no necesitas que te paguemos? Pues no te preocupes, que te abro sitio y con lo que me hagas tú relleno páginas y me hago la ola digital por nada. Así me ahorro la pasta de tener a trabajadores de verdad, que al final terminan como en las fotos de los refugiados de la Segunda Guerra Mundial: en caravana por la carretera hacia un lugar perdido en el horizonte.