Para el común de los mortales, sin suficiente formación o ángulo de observación, los falaces y los amantes de las frases cortas, la Historia parece una cadena de ciclos sin marcha atrás, pero no es así. En realidad son tantas las circunstancias, tantas cosas pueden no salir como uno creía, que las naciones y masas se engañan a sí mismas cuando creen en lo aparentemente obvio.
Hay gente que agarra una idea y no la suelta. Eso es peligroso, porque se ciegan a sí mismos. El universo es un cruce de circunstancias. Todo son detalles, todo son perspectivas, nada se repite siempre de la misma forma y, sobre todo, nada es irrefrenable. Jamás en vuestras vidas deis nada por sentado, como si tuviera que pasar sí o sí. Porque el universo no funciona así. “Dame un creyente y te daré una mente débil”, dicen los relativistas. Y en este mundo de apariencias fáciles lo mejor es agarrar algo y no soltarlo. Una de esas grandes medias verdades es China, una nación donde todo tiene que llevar el prefijo “hiper”, con un pasado increíble y un futuro que se empaña por un presente donde todo va demasiado rápido. Y sobre todo: no importa cuánto dinero tengan, o lo que hagan, NO es una democracia, y por lo tanto no deberíamos considerarlo un país preparado para este siglo multipolar donde nadie parece tener las manos en el timón. El pánico de Filipinas, Vietnam o Malasia con los movimientos chinos no son una pose, es miedo real porque conocen al bicho mejor que nosotros.
El pulso China-EEUU es el viejo pulso entre Oriente y Occidente, que hoy se debate entre ambos países pero que en el pasado ya fue un China-Europa que terminó muy mal para los asiáticos, que perdieron casi 200 años entre convulsiones, guerras y fracasos. Pero el potencial del dragón es inmenso: 1.200 millones de habitantes, capacidad industrial, trabajadores baratos y mansos, inversión extranjera altísima, producción a bajo coste y un gobierno que teledirige la economía y la vida pública. Pero esta China no es ni la sombra de lo que fue. La antigua China era una auténtica maravilla capaz de inventar la fabricación por módulos (cuando el resto de la Humanidad construía con adobe y madera), generalizó la fundición de metales y creó los primeros manuales de construcción, sistematizó la legislación, unificó el alfabeto y sentó así las bases de la civilización, creó las primeras redes educativas masivas… fueron los primeros en sistematizar también las cuentas fiscales (junto con Roma) y en intentar eso tan humano que es hacer la vida predecible.
Su cultura intangible, es decir, las ideas y costumbres, también fueron revolucionarias para aquel tiempo: el confucianismo lo cambió todo, fue un punto de inflexión entre la vieja China animista y la nueva civilización capaz de resistir a todo y a todos. El taoísmo también jugó un papel fundamental, y de hecho ambos ismos son más filosofías que religiones, y sin embargo se convirtieron en la vara de medir espiritual de los chinos. Y les funcionó: no importó quién les conquistara o dominara el trono a lo largo de los siglos (mongoles, turcos, manchúes…), ellos terminaban por conquistar al invasor y hacerlo suyo. Fue lo que le pasó a los mongoles, que se comieron el mundo a dentelladas pero hincaron la rodilla frente a la cultura china. Aquella era una China que ansiaba la moral y la tradición, el orden frente al caos, una férrea ética comunitaria frente a los desvaríos del egoísmo del individualismo.
Justo lo contrario de lo que ocurre ahora. Esta China no es aquella, ni por asomo. El individualismo egoísta espoleado por el capitalismo ha corrompido hasta la médula a la vieja cultura; la división social entre las provincias costeras y del interior es abismal, y de nada sirve tener a 400 millones de consumidores de clase media cuando al otro lado de la división social tienes a 800 millones que en muchos casos son pobres de solemnidad. Todos los que han viajado a Beijing o Shanghai se han dado cuenta de que detrás de las luces de colores hay auténticos guetos que incuban una terrible enfermedad que el gobierno chino, angustiado, no es capaz de atajar. El Centro Pew alertaba en 2014 de que las manifestaciones y reacciones violentas se han multiplicado por diez en China desde los años 90, y que al Partido Comunista ya empiezan a temblarle las rodillas porque la corrupción rampante, el capitalismo y la nueva élite corroen su poder como ácido sulfúrico.
No somos economistas (afortunadamente), pero sí que sabemos plantear las cosas con perspectiva. Hay que ver el bosque, no el árbol gigantesco que te esconde el Sol. Y sobre todo mirar los datos. La economía de producción barata ya no funciona: en Mozambique, Vietnam, Myanmar, Angola o Etiopía producen más barato que en China, y las empresas occidentales, que iniciaron la ola pro-china, ya empiezan a no poner todos los huevos en la misma cesta. China ya está frenando, y los tiempos en los que crecía al 9% como mínimo ya terminaron. El diferencial se reduce, y con él las opciones de acelerar. La calidad de producción china es infame de lo mala que es, y eso cuando no copian por sistema a occidentales, japoneses o rusos, que son los que más han sufrido el ansia de los chinos por acortar distancias con “los monos blancos” (como nos llaman a los occidentales). A Rusia le han copiado de todo, desde los avanzados cazas Mig hasta los barcos y los motores.
China, además del problema social interno larvado, y de tener que replantear su economía barata hacia otra más sofisticada (que no es tan fácil de hacer; Rusia, México, Sudáfrica o Brasil no lo han logrado), tiene un tercer escollo: el resto del mundo. Un tweet de un periodista norteamericano sobre el Año Nuevo chino fue muy revelador: “Hoy es el Año Nuevo para 1.200 millones de chinos. Enhorabuena, pero el primer día del año para los otros 5.800 millones de almas de este planeta fue hace un par de meses…”. China es un país que por su sistema político y pasado infunde mucho miedo a sus vecinos, y sobre todo no da garantías de nada. Puede que EEUU, que por cierto ya crece al 4% y está rejuveneciendo para afrontar el nuevo siglo, haya actuado como un típico imperio de blancos mezquinos, pero por lo menos es una democracia donde no te encierran en casa por pensar diferente. Y eso con suerte. Con mala suerte te fusilarán y le pasarán la factura de las balas a tu familia.
El resto de la Humanidad ya ve a China como el nuevo jefe del barrio, pero en lugar de aplaudir le dan escalofríos. En América Latina y África ya hay conciencia de que China sólo viaja allí para rapiñar recursos. Hace lo mismo que los denostados Estados Unidos. Y frente al discurso democrático y políticamente liberal está ese bonito argumentario nada esperanzador de una tiranía que cercena la libertad una y otra vez. Quién sabe cómo será el siglo XXI, puede que China gripe su economía, puede que India la supere (ojo con ella, que en silencio crece y crece…), puede que Europa resucite (¿?), o que EEUU haga lo que está haciendo ya: strike back. Todo es más complicado, todo son detalles, como olvidarse de Indonesia o África. Los yankees han envenenado sus relaciones con el mundo, pero la primera victoria del boxeador es hacer creer al otro púgil que está cansado. Así ganó Mohammed Alí dos títulos mundiales. Pero nada, que la masa siga con la ola…