España en 2015: elecciones, políticos mesiánicos, políticos mediocres, destrucción de la cultura, crisis crónica en la sociedad y las mentes, muchas mentiras, precariedad y ‘Juego de Tronos’.

Una imagen de apenas unos segundos resume perfectamente lo que es España en este caótico e histórico 2015, un año que pasará sin duda a la Historia de nuestro país por tres razones fundamentales: la crisis se ha cronificado (gangrenado más bien, porque este participio parece artificial), habrá cinco elecciones en menos de siete meses contados y la incongruencia de tener una Corona se mantiene. Esa imagen es la de Pablo Iglesias entregándole un pack con la serie ‘Juego de Tronos’ a Felipe VI. En esos segundos se resume todas las incongruencias de España: otro político mesiánico más, una crisis y un jefe de Estado que no ha sido elegido por el pueblo, como debería ser en toda democracia real (y en efecto, no nos vale que Gran Bretaña o los paraísos nórdicos sean monarquías, eso son efectos colaterales de la Historia, no autenticidades).  El gesto dice mucho de ambos, ya que mientras el rey sonríe y parece no pillar las indirectas el político gana atención mediática gratuita. Por cierto, sobre el titular: “Valar morghulis” significa “todos deben morir” en uno de los idiomas creados por George R. R. Martin para ‘Juego de Tronos’. Arya Stark (la no tan niña de la foto) lo repite siempre mientras recita los nombres de todos los que la han dañado y deben morir. Es un mantra que recuerda a los injustos y su necesario castigo.

Pablo Iglesias es un tipo muy inteligente. Y soberbio. Y vanidoso (intelectualmente). Y mesiánico. Le falta el canto de un duro para quitarse la goma que sujeta la coleta, ponerse una túnica blanca y subirse a una colina para dar el Sermón de la Montaña. Jesucristo sólo ha habido uno y los que vinieron después le manipularon (su figura y su legado) para crear una religión muy poco parecida a lo que realmente debió de difundir él. El subversivo de Nazaret que soñaba con un reino de iguales terminó convertido en un símbolo del poder. Una más de tantas en la Historia de la Humanidad. Iglesias juega sus cartas como cualquier otro político, y vende un mensaje tántrico sobre cambio, reforma, sustitución… una revolución tranquila en las papeletas de voto frente a lo que debería estar pasando en España. Un breve diálogo casual con un estudiante norteamericano desvela lo que aquí no se ve: “Si en mi país pasara lo que ocurre en España el Ejército estaría patrullando las calles entre edificios en llamas y saltando barricadas”. But this is Spain, dear. Aquí nunca pasa nada.

La última vez que se nos ocurrió decir públicamente lo que es obvio (no hay verdadera democracia sin elección libre de todos los cargos públicos) nos calló encima un alud de excusas y de improperios. Y siempre con la misma coletilla: ¿entonces Inglaterra no es una democracia, o Suecia, o Noruega, o Dinamarca? Demagogia monárquica ad hoc: arte nigromante por el cual una excepción consecuencia del devenir histórico (que no tiene por qué ser congruente o lógico) se convierte en ley universal. Que los ingleses sean unos sosias adoradores de una señora mayor que les recuerda a su abuela imaginaria no significa que eso sea la norma lógica. La democracia moderna se basa en cuatro supuestos fundamentales: libertad individual, soberanía popular, igualdad ante la ley y elección de los cargos públicos. El llamado “imperio de la ley” se da por supuesto ya que sin él no sería posible todo lo anterior. Si un sistema no respeta esos cuatro pilares entonces no es una democracia perfecta o auténtica. Quizás el gesto de Iglesias era una manzana envenenada al estilo Bella Durmiente: sí Felipe, te estoy recordando que eres una anomalía. Pablo en cambio es una consecuencia de esa incongruencia del sistema.

Ambos, Felipe y Pablo, son las dos caras de una España que convulsiona pacíficamente porque, queramos o no, la piel de toro se ha civilizado un poco. Hace cien años en la misma situación estarían ardiendo las iglesias, los militares entrando en el Parlamento y las ciudades se llenarían de clubes políticos donde se cantarían loas a la guillotina. Europa siempre se convulsiona de la misma forma: crisis económica, desigualdad, revolución, violencia extrema y reajuste. Lo ha estado haciendo durante siglos, pero como en España estudiar Historia parece cosa de empollones pues nadie se entera de nada y hace juicios de valor equívocos. Desde la Edad Media los estallidos son continuos: pasó durante las rebeliones de campesinos, durante el siglo XV, con la reforma protestante, con las revoluciones inglesas del siglo XVII, con la Ilustración, con la Revolución Americana, con la Francesa, y con la miríada de rebeliones que hubo durante el siglo XIX. Y en el siglo XX se llegó al paroxismo: a nadie se le escapa que el fascismo triunfó en la primera mitad como un acto revolucionario. Lo que pasó después era consecuencia de una ideología fallida repleta de contradicciones y netamente negativa.

Y ahí estaba Pablo dándole el pack a Felipe. ‘Juego de Tronos’ es una buena historia, pero no deja de ser otro ejemplo de la pasión de los anglosajones por el teatro político al estilo shakesperiano, eso sí, lleno de violencia, dragones y una narrativa que recuerda a la Ilíada y al teatro inglés isabelino del que bebe su autor, George R. R. Martin. Es una de las claves de su éxito, un recordatorio de que la pirotecnia y los lugares comunes no lo son todo en el cine y la televisión. “Es un buen ejemplo de lo que pasa en la política española”, apostilló Iglesias. Sí y no. Porque España es un país de medias verdades donde al Jefe del Estado no se le elige, se le corona, y las excusas para seguir así por parte de los supuestamente “sensatos” son tan vacías como irreales las justificaciones de un sistema anómalo en el siglo XXI. Y Pablo Iglesias recoge la cosecha de esas contradicciones.

El trono de España es el paraguas detrás del que se esconden los temerosos que se creen que podríamos volver a 1936, como si la Historia se repitiera siempre de la misma forma. Lo hace, pero siempre cambiando. Pero España está atenazada por el miedo: a Bruselas, a Alemania, a los mercados, a cambiar, a civilizarse, a perder el suelo de la vida de siempre que evita que tengamos que asumir nuestras responsabilidades como verdaderos ciudadanos, a pensar diferente. Siempre encerrados en cómodas jaulas mentales, la verdadera lacra de nuestra historia como nación. Mientras los inútiles mezquinos disfrazados de economistas y bufones de corte que nos gobiernan sigan diciendo “esto es lo que hay” no habrá cambio real. Viven agarrados a ese miedo y sobre todo a las falsedades repetidas una y otra vez para que sean verdades. Y Pablo Iglesias, lo sentimos, es uno de ellos. Promete el Cielo sin dar factura. Hace honor a su apellido, porque hace lo mismo que los curas: tú haz lo que yo te diga y ganarás el Cielo. Ya, perfecto, ¿pero me puedes dar alguna prueba real?

Mejor nos iría a todos si hiciéramos caso a aquel diputado inglés que en 1790, después del triunfo de la Revolución Americana, dijo “si tan sólo tuviéramos la sabiduría de los colonos de prescindir de reyes y nobles”. Pero aquella frase quedó perdida en el marasmo posterior de la Revolución Francesa. Y sin embargo, una vez más, repitamos todos como un mantra, mejor nos iría si les imitáramos: allí Obama, la Reserva Federal, Wall Street y las grandes compañías han hecho lo contrario que en Europa y EEUU ya crece al 5% y ha salido preparada para el siguiente salto adelante. Aquí todavía estamos colgados del terror de los alemanes a tener una idea nueva, a la codicia de la Bolsa de Frankfurt y la City de Londres, a esa maraña nada democrática que es la Unión Europea, siempre tan mediocre, siempre tan aséptica y gris que mata la inteligencia. Valar morghulis, Bruselas. Pero no importa: estas líneas que acaba de leer (si es que ha llegado al final) no son más que una gota en el océano, a fin de cuentas éste sólo es un blog más. Somos, como decía el replicante Roy Batty en ‘Blade Runner’, “como lágrimas que se pierden en la lluvia”. Ahora no nos hagan caso, sigan con sus vidas felices de certezas temerosas, porque da igual que sean de izquierdas o derechas, son todos iguales. Seguro que Pablo Iglesias o quien quiera que termine en la Moncloa lo arreglará todo con una varita mágica. O igual cae un meteorito y ya nada tendrá importancia. Quién sabe.