La universidad en España es el resultado de muchos siglos de burocracia, atavismo, persecuciones, conquistas, éxitos y fracasos: pero el modelo se acaba, se hunde o no tiene más salida que intentar reconvertirse en algo útil en cuerpo y alma. Y el modelo que quieren imponer es la cima de esa pérdida.

Todavía no somos conscientes de hasta qué punto la Revolución Industrial cambió para siempre a la Humanidad, y sobre todo a Europa. América nació con esa misma revolución, fue moderna desde su inicio y allí es más fácil y lógico asumir sus preceptos. Pero Europa, que fue la iniciadora de ese cambio, también era el hogar de miles de años de tradición que saltaron por los aires con aquel cambio práctico, utilitarista y deshumanizado. Las universidades también se fueron por ese desagüe. Pasaron de ser islas autónomas sometidas a los vaivenes políticos (salvo en Inglaterra, donde siempre fueron lo que son) a piezas de un gran engranaje mayor que necesitaba abogados, médicos, ingenieros, trabajadores cualificados… La Universidad se convirtió en una fábrica más del gran entramado en lugar de la cuna formada integral que debería ser, donde pragmatismo e idealismo convivan sin matarse el uno al otro. Y donde, para terminar de cerrar la tontería, ni siquiera se forma bien en lo que se necesita materialmente. Y ahí murió la utopía universitaria del conocimiento por el conocimiento.

Hace muchos siglos que la Universidad, con mayúscula de lugar y concepto, dejó de ser el Parnaso de brillantez y excelencia que siempre quiso ser y consiguió muchas veces ser en sus primeros tiempos. En la Edad Media las universidades eran creadas para ser autónomas, templos de conocimiento por donde se resquebrajó lentamente el monolito religioso, muchas veces gracias a los propios clérigos que tenían allí su cátedra y su libertad. Mientras el resto de Europa era servil, vasalla, campesina, ignorante y vivía atemorizada por las condenas al fuego eterno y el pecado, en las universidades brotaba y se forjaba el modelo de la modernidad que luego se instauraría en Europa. Pero aquella excelencia, aquella utopía de puro conocimiento donde saber Filosofía, Ética o Literatura (todas con mayúsculas) eran la cima de lo que todo ser humano podría ser, ahora son conocimiento inútiles. Porque hoy todo tiene que ser útil y servir para algo, tanto para la sociedad como para el individuo. ¿Para qué sirve alimentar la mente, el alma y forjar una moral sólida y una actitud crítica frente al mundo? Eso no da dinero.

Hoy muchos lamentan ese cambio, y todavía hoy, ingenuamente, anhelan y luchan para que la Universidad sea un lugar abierto para todos, donde el mercantilismo y las necesidades de la industria no impongan qué se estudia y hacia dónde se estudia. Olvídense, eso ya no volverá salvo que la Humanidad dé el salto siguiente hacia un mundo mejor. Vivimos en una era donde si no eres útil no vales una mierda. Y perdón por la expresión castiza, pero es que es así: y el modelo que quieren imponer es todavía más obvio; un modelo americano sin las virtudes del modelo americano, con tasas altas, máxima exigencia, endeudamiento del alumnado, limitación de acceso y todo dirigido hacia el mundo empresarial. Eso sí, sin los programas de becas del modelo americano, ni la excelencia, meritocracia y brillantez que exige ese modelo, que esto es España y aquí la contradicción es la verdadera y única Fe.

El resultado es un desajuste entre un mundo universitario burocratizado que no ha despertado del sueño racionalista mecanizado del siglo XIX, donde lo que importa es el cargo, las filias, las fobias, los códigos internos y la sacralidad del profesor. En EEUU el modelo exige el máximo al profesor: publicaciones, cursos, seminarios, proyectos, actitud… porque cuanto mejor sea el profesorado mejor será la universidad y mejores los alumnos. En EEUU se busca a los mejores y se da el portazo a todos los demás. Resultado: el abismo entre los que pueden acceder a estudios superiores de calidad y el resto es inmenso. Y eso se traduce luego en mejores trabajos, sueldos más altos y mejores oportunidades. Es una sociedad elitista y práctica. Pero por desgracia, les funciona. El modelo que quieren imponer es un cuello de botella que cerrará para siempre la era de la titulitis que le dio a los españoles: todo hijo de vecino quería a sus niños en la Universidad, porque antes no accedía casi nadie a ella. Eso creó una esperanzadora generación de titulados que ahora se dan de bruces contra una realidad económica en la que no son necesarios. Tantos sueños, tantas esperanzas abatidas como patos un día de caza… Y ya no se libran ni los ingenieros, tratados con desprecio y reducidos a pura carne de cañón, sueldos bajos y máxima exigencia, nulo reconocimiento.

La Universidad, se muere, en la zanja, entre dos modelos igual de inoperantes. Ni podemos seguir con el actual, ya más que muerto y donde la injusticia interna es norma general (amén de pasto del machismo, el nepotismo, el abuso de poder y los pactos bajo cuerda), ni abrazar otro en el que se cierra el paso a una gran mayoría por simple dictadura económica. El ministro Wert sólo es la cara puesta para recibir las bofetadas de una ideología que miente porque no busca la excelencia y el mérito sino que sólo unos pocos accedan al conocimiento. De esa forma podrán luego seguir a los mandos al ocupar los cargos de poder y responsabilidad. Sin un amplio sistema de becas que premie la excelencia no habrá manera de conseguir que los mejores lleguen a la Universidad. Y eso significa la muerte de un país.

La Universidad española no tiene calidad: los buenos profesores viven rodeados de holgazanes funcionariales a los que les merman el sueldo cada vez que el ministro de Hacienda respira. Luego los alumnos, reconozcámoslo, en España, están más pendientes de vivir la vida universitaria que de aprovecharla. Un profesor de Historia del Arte de la Universidad de Salamanca (un buen ejemplo del desplome del sistema) se quejaba de que están más pendientes de emborracharse y encamarse que de formarse. No hay espíritu de sacrificio, ni de esfuerzo ni de superación. En cierta ocasión alguien me dijo una frase que lo resumía: “Hay gente que pasa por la universidad, y luego hay gente por la que pasa la universidad, ¿tú qué eres?”. Pues como en esta vida, de todo un poco. Y como suele ser habitual en sociedades fracasadas como la española, de nada sirve que seas brillante y la universidad te forje cuando el país no cumple con su parte del contrato. Conocemos una larga lista de estupendos licenciados que están metiendo y sacando hamburguesas de un congelador del Burger King. Y eso con suerte. Muchos otros se han ido, y probablemente no vuelvan si les salen bien las cosas. Por su bien es mejor que no regresen.

Tampoco ayuda el orgullo de la ignorancia que forma parte de nuestra identidad. Escuchar a alguien preguntar para qué sirve estudiar filosofía, arte, latín o literatura porque “no sirve para nada” es como una puñalada en el corazón de la civilización. La respuesta es simple: “Para que no seas idiota”. Pero eso no le vale a una sociedad acostumbrada a ensalzar la idiotez como bandera (pongan la televisión y lo comprenderán…), donde todo tiene que ser útil de forma mercantil e inmediata. Ya ni siquiera respetan la ciencia: hoy en día se cuestiona incluso que alguien estudie Física porque “eso no da dinero, ni un buen trabajo”. Es pura ignorancia: nadie ha hecho tanto por el desarrollo científico, tecnológico y material del mundo como los físicos. Pero claro, eso supone tener un grado de conocimiento sobre la ciencia que aquí, hoy, es utópico. El materialismo y esperpento utilitarista de la España actual es asombrosa si se tiene en cuenta que durante siglos este país fue el Tíbet espiritual y místico del catolicismo, religión inmaterial donde las haya.

Pues aquí va un ejemplo personal: el que suscribe estudió y se licenció en Filosofía, pura y dura, quizás la disciplina más inútil que existe para la sociedad actual (porque los teólogos sirven a la Iglesia, y eso ya es una ventaja). Y no sólo no se arrepiente sino que es consciente de que es, probablemente, la mejor decisión que ha tomado jamás: accedí a un conocimiento que me mejoró como persona, como ciudadano y que abrió tantas puertas internas que hoy las corrientes de aire son ya un problema. Y lo volvería a hacer si tuviera oportunidad. No sirve para nada, sólo para evitar que seas idiota. Y eso no tiene precio.