De tanto gastarle el nombre a España lo vamos a tener que cambiar. Sería una buena idea de catarsis: nada mejor para refundar que empezar por lo básico, el propio nombre. Luego ya vendría lo demás, que costaría, pero que sería posible. Con ese primer pequeño paso ya estaría iniciada la bola de nieve. 

Los españoles son gente diversa, ácrata, heterodoxa, contradictoria, creativa, mal educada y talentosa. Todo a partes iguales. Le das una patada a un árbol y te caen 20 licenciados de cualquier cosa que puedas imaginar. Le das otra a una farola y se descuelgan mecánicos capaces de devolverle la vida a un coche de 40 años, o albañiles que hacen maravillas con los cuatro duros que se gastaban los constructores antes para ahorrar costes, y así poder pagarse el Audi A8 que soñaban desde que eran niños de pueblo. Pero le das una patada a los despachos y al Congreso y lo único que te caen son porrazos de la Policía o sermones sobre la bondad de un sistema que nos ha fallado a todos. Que no se mueva nadie para que yo siga durmiendo.

Pocas veces una crisis económica ha dejado para el arrastre una nación entera. Difícil una tormenta como la que estamos pasando. Ni hecha a posta. Y sólo de pensar en cómo debe estar Grecia se ponen los pelos de punta. Hace poco alguien dijo eso de “joder, menos mal que no somos griegos”. El consuelo en el mal ajeno, en el “menos mal que no me pasó a mí” es el de los idiotas. Lo que hay que decir es “joder, qué putada no ser noruegos, californianos, canadienses, australianos, austriacos…”. Hemos enfocado mal el problema. Así que lo mejor sería cambiar primero el nombre. Y nada mejor que evocar tiempos de gloria pasada, cuando todo parecía mejor. Haciendo honor a nuestro origen como ente regional y cultural, ¿qué tal Hispania?

Roma fue una civilización genial de gente práctica y consecuente. Y corrupta también. Pero funcionaba. Tenían muchos de los defectos que hoy poseemos como parte de nuestra identidad, pero también muchas de las virtudes que nosotros hemos perdido. Por aquel entonces las decisiones se tomaban entre Roma y las capitales de provincia. Pero la cultura era la misma. Hispania era famosa por sus riquezas, su prosperidad a todos los niveles y su situación geográfica. Era una de las joyas del Imperio. Los tipos que construyeron el Acueducto de Segovia (ahí sigue por algo) no podían ser tan lerdos. Por decirlo de una manera sencilla y contemporánea: Hispania era la California de Roma. Igual que la Galia ejercía de Alemania de Roma, nosotros (buenos, los antepasados de muchos) éramos la guinda del pastel. De Hispania salieron algunos de los mejores sabios y políticos que tuvo jamás la Ciudad Eterna: Séneca, Adriano, Trajano…

Ellos no hubieran permitido que Hispania se convirtiera en el hotel, el burdel y el campo barato de Europa. Eso del turismo (que inventaron ellos con sus viajes regulares a Grecia y Egipto) les habría hecho arquear las cejas de incredulidad. Los viejos romanos habrían seguido una norma básica: si tus competidores producen más y más barato, pues tú produces menos y más caro. Es sencillo: España no puede competir con China, Perú, Brasil, Marruecos, India o Vietnam, así que tiene que buscar su riqueza en otro lado. Las neuronas. Es decir: ciencia, tecnología, servicios aplicados, industria cultural… Y a los españoles les sobran. Otra cosa es que están durmiendo el sueño eterno. El mundo no necesita otro país que produzca barato en pésimas condiciones, necesita otra California, otra Canadá, otro Japón. Necesita conocimiento y astucia, no más esclavos.

Es la cadena lógica de sucesos que han aplicado en otros lugares del mundo donde el viejo pragmatismo consecuente (y eficiente) de los romanos sigue brillando. Por supuesto ahí fuera no son perfectos, pero son menos imperfectos, que es de lo que se trata. Los españoles, encabronados consigo mismos y con el mundo, se hartan de que les digan lo malo que es su país y lo buenos que son fuera. Todo tiene un límite. Lo que no entienden es que no se pide la perfección, sino que todo sea un poco mejor para poder avanzar. Vivir del turismo no es una solución: es una industria que sólo beneficia a unos pocos y genera legiones de trabajadores precarios, baratos y sin seguridad futura. Pero claro, el Sol y el mar siempre están ahí. O esa Meseta castellana que vive de su historia y sus campos. Como siempre. Sin avanzar ni un poquito.

Debería estar penalizado vivir del turismo. Es la salida fácil, de los idiotas. No paramos de repetir una frase de alguien muy cercano: “Donde hay turismo no hay obreros”. Y sin obreros-asalariados no hay progreso. California tiene incluso mejor clima que España, pero también tiene universidades que son el motor de nuestra civilización, tiene a Silicon Valley (que nació por las empresas, no porque un gobierno pusiera polígonos industriales), la industria cultural más potente del mundo, Los Ángeles, la Bahía de San Francisco y más empresas que las que cualquier otro país podría soñar. Con 36 millones de habitantes, California genera ella sola, directamente o indirectamente, casi el 30% de todo el PIB de EEUU. Pero bueno. También hay terremotos y ahora sufren una sequía tremenda (claro, porque en España no falta lluvia nunca, ¿verdad?). El que no se consuela es porque no quiere.

La cuestión de fondo es que Hispania habría invertido en ese nuevo modelo económico de servicios y productos de calidad que es la clave de que naciones como Austria (sin mar, sin apenas recursos naturales, la mitad del país es pura montaña) estén por encima incluso de Alemania. ¿Cómo es posible que Austria sea más rica y más productiva que España, que tiene más de todo lo necesario, incluyendo talento? Sencillo: en el fondo siguen siendo un poco más romanos que nosotros. Así que habría que aplicarse el cuento, y empezar por lo básico. España ha muerto, viva Hispania. Igual así podríamos volver a ser aquella provincia romana que todos envidiaban. ¿En serio, qué nos pasó?