Esta semana se cumplen cien años del nacimiento de Orson Welles, un director, guionista y actor totalmente moderno y al mismo tiempo fuera de su propio tiempo timorato. Revolucionó el siglo XX, lo encarnó como nadie. A su pesar si tenemos en cuenta cómo fue gran parte de su vida artística.
Pocos personajes salidos de EEUU son tan fascinantes como Orson Welles. Quizás alguien como Howard Hughes, o puede que Truman Capote, también quizás una mujer como Eleanor Roosevelt. Pero Welles fue la persona que encarnó casi a la perfección el siglo XX que todavía hoy nos condiciona: fue el primero en manipular de verdad a la sociedad de masas con su versión radiofónica de ‘La Guerra de los Mundos’ (de obligado estudio en todas las facultades de psicología o sociología, y si no lo es, deberían); también fue pionero en la publicidad y el trabajo de marketing en el cine, ya fuera escandalizando o no. Igualmente fue explorador del lado más oscuro del poder de los medios de comunicación con las múltiples vendettas que el magnate Hearst desencadenó contra él por ‘Ciudadano Kane’, basada en él.
Después de la Segunda Guerra Mundial empezó su declive y también su deriva más interesante hacia el cine de autor, que incluyó un experimento como ‘F for Fake’, la primera muestra de las mentiras sofisticadas y bien elaboradas que hoy son pan diario en internet, en los medios y en el cine o la televisión. Literalmente jugó al gato y al ratón con el público y venció. Pero el mayor legado, el más hermoso y decisivo, son sus películas. Un breve listado recitado en voz alta avergonzaría incluso a gente como Scorsese o Coppola: ‘Ciudadano Kane’ (1941), ‘The stranger’ (1945), ‘La dama de Shanghai’ (1947), ‘McBeth’ (1947), ‘Sed de mal’ (1957), ‘El proceso’ (1962, a partir de la novela homónima de Kafka), ‘Campanadas a medianoche’ (1965), la mencionada ‘F for Fake’ (1973, aquí ‘Fraude’)… eso sin contar su participación como guionista y actor en ‘El tercer hombre’ (1949).
Carlos Boyero, uno de los mejores críticos de cine de España a su pesar y a pesar también de sí mismo, cuenta de él que “siempre fue una cosa tan insólita como impresionante que respondía al nombre de Orson Welles, que no necesitó aprender ni evolucionar […] desde su niñez y así hasta el final”. Pero Welles, además de revolucionario, proteico, inteligente y ambicioso, también fue un represaliado precisamente por todas estas cosas que le definían. También Boyero lamenta esos mundos perdidos, los que pudieron ser y no fueron nunca. Quién sabe lo que habría hecho Welles de haber dispuesto del dinero y apoyo de los grandes estudios en lugar de su odio visceral. Welles no era un esclavo de lujo, ni un bufón, tampoco un tipo equilibrado que no diera problemas. Después de, literalmente, mofarse del multimillonario manipulador de Hearst con su Rosebud (que, cuenta la leyenda, el nombre que le había puesto el magnate a la vagina de su amante preferida) en ‘Ciudadano Kane’, Welles se convirtió en un peligro público.
Fue entonces cuando, a pesar de películas de obligada visión como ‘Sed de mal’ o ‘Campanadas a medianoche’, se convirtió en un errante del cine que daba tumbos entre EEUU, España, Italia o donde fuera que pudiera hacer algo. Inició muchos proyectos, como su famoso ‘Quijote’, pero ninguno lo pudo terminar. Los que lograron la inauguración final fueron pocos, muchos menos de los que este genio hubiera podido hacer. Y en progresión a su dulce decadencia, que era también la del propio siglo, su volumen físico aumentaba. De aquel joven genio iconoclasta y kamikaze de mejillas amplias de los años 30 ya no quedaba nada en el viejo orondo e inmenso, el mismo que se quejaba de que la gente dejara comida en el plato. Cuenta Boyero que Welles sólo tuvo esa libertad total con ‘Ciudadano Kane’, quizás una de las mejores películas de la Historia, pero que le obligó a pagar un precio inmenso: su propio futuro. No obstante, es probable que Welles no se arrepintiera. En el futuro seguirán hablando de él, de su obra; de los conformistas nunca se acuerda nadie.