Ellos no lo saben, pero la Historia ya ha juzgado y al proyectarse hacia el futuro bien podría haber dictado sentencia sobre quiénes serán los perdedores: los reaccionarios, los agoreros, los amantes de las cadenas y los insulsos.
Los astrónomos suelen decir que la Humanidad tiene un futuro despejado, que a pesar de sus tropiezos siempre va hacia delante, “hasta que aparezca Apofis en los radares de la NASA”. Para quien no lo sepa, Apofis (número de serie 99942-Apofis, en la foto de portada) es un monstruo de 325 metros de diámetro que vaga suelto por el espacio en una órbita cercana a la Tierra, a la que visita de vez en cuando de manera cíclica y que, de chocar con nosotros, probablemente nos metería de golpe en un Apocalipsis de dimensiones inimaginables. Entonces ya no habrá nada que podamos hacer, salvo adaptarnos (los que sobrevivamos, si lo logramos), llorar a los muertos en los refugios y esperar que la extinción consecuente no se lleve por delante a todos los animales y plantas. En 2004 Apofis hizo una de sus visitas. Pasó muy cerca. Pero mucho. Se filtró a la opinión pública, pero siempre con el soniquete de “no pasará nada”. Pero los que están metidos en ese noble arte de mirar hacia fuera del planeta sudaron en frío durante mucho tiempo. Y no está solo, hay miles de Apofis más vagabundeando el espacio.
Así que, en vista de que en realidad no somos dueños de nuestro destino, que en cualquier momento todo puede cambiar, que somos pequeñas motas en medio del vacío, no vale la pena tomarse muy serio casi nada. No es nihilismo, es pragmatismo: somos lo que somos, así que dejémonos de tonterías. Además, la Historia, que no deja de ser el juicio sereno del Tiempo a posteriori, suele juzgar inmisericorde a los Perdedores de la Historia, ese abanico de ideologías, culturas, formas de pensar, costumbres, tradiciones y posturas humanas que no sirven para nada salvo para ahuyentar el miedo a la muerte y al dolor que vertebra toda religión o sociedad humana. En ese saco hay mucho sitio, desde ISIS al gobierno ruso pasando por el Partido Comunista Chino, la Coalición Cristiana ultra de EEUU, los machistas que le ríen las gracias al capullo misógino de turno o los avariciosos que sólo quieren recortar gastos imprescindibles en toda sociedad civilizada moderna para poder contar monedas como un Tío Gilito absurdo.
La Historia juzga siempre con el cuchillo entre los dientes a partir de dos premisas: la primera, la injusticia y el dolor causado por una nación, cultura, ideología o religión. Segunda: las aportaciones que han hecho al desarrollo de la Humanidad. En realidad todas (o casi todas) han causado daño y dolor, y todas han aportado algo bueno, así que en realidad todo se basa en el pragmatismo que hayan demostrado. Cuanto mejor se adapta una cultura y más progresa técnica y políticamente, mejor es. No es una posición subjetiva, es la lucha por la supervivencia y los réditos. China lleva ahí 4.000 años por algo. Los europeos llevamos aquí otros tantos por algo. Y todo eso a pesar de nuestros errores garrafales.
El Tiempo es especialmente justiciero y cruel con las reacciones conservadoras, siempre vistas a posteriori como pataletas infantiles de mentes incapaces de adaptarse al devenir y que por lo tanto están condenadas a extinguirse, a acumularse como huesos viejos y polvorientos. Es lo que le ocurrió a la Iglesia Católica desde que en el siglo XV le empezaran a bailar el agua los artistas, los filósofos y los científicos. Pero el Vaticano no lo sabe, o no lo quiere saber. Hace mucho tiempo que perdió el tren, pero persiste porque vive del miedo de los seres humanos, y de la esperanza consecuente con algo mejor. Lo mismo le ocurre a los musulmanes, los judíos y al resto de fieles del mundo que se definen a sí mismos en base a una religión. Quizás los budistas no. Pero también, todos pecan de lo mismo: quieren atar lo que no se puede apresar. Y de ahí nace toda la injusticia: quemar viva a la gente que disiente, cortarle la cabeza, postrar a las mujeres para controlar la reproducción, perseguir a los científicos que te dicen que te equivocas, humillar y torturar a todo aquel que no sea como tú dices que tiene que ser.
La mayoría de religiones son perdedoras natas. Se basan en preceptos basados en el temor, en la necesidad de buscar una respuesta sólida e infalible. Es un defecto humano que al tomar conciencia de sí mismo se dio cuenta de que la muerte estaba ahí, que era inevitable, y que somos como polvo en el viento. Por supuesto esto no quiere decir que no haya un Dios, más bien lo que insinuamos es que de haberlo estaría espantado de nuestro comportamiento y por lo tanto no se mete en nuestras cafradas. El libre albedrío, uno de los pilares de todas las religiones humanas (serás juzgado por tus actos en vida) es la clave de que ese Dios escurridizo no quiera saber nada de nosotros. Y hace bien. También existe la leyenda urbana de que hay vida inteligente ahí fuera que hace malabares para no cruzarse con nosotros porque somos terribles. Quizás el malo de la película no sea ese alienígena oscuro y siniestro que nos mira, puede que en realidad hayan creado un cordón sanitario alrededor nuestro y se ponen de los nervios cada vez que enviamos una sonda a algún lugar. Los imaginamos detrás de sus pantallas, temblando. “Ya vienen estos malditos humanos egoístas, crueles y parasitarios con sus chorradas otra vez”.
La Historia ya ha elegido a sus perdedores: los conservadores, los fundamentalistas, los machistas, los que regatean dinero a la ciencia y a las organizaciones que cuidan de los desfavorecidos, los racistas que se creen mejores que el resto por el color de su piel, sus ideas o su lugar de nacimiento, los nacionalistas que luchan por sostener como sagrado algo que sólo es una casualidad con principio y fin. Porque, y esto es un aviso a todos esos amantes de su nación, su lengua y su sacrosanta identidad, si cayó el Imperio Romano entonces cualquiera de vosotros hincará la rodilla en tierra en algún momento. Si cayó Roma, todos podemos caer, y da igual que seas castellano, catalán, vasco, yankee, ruso, chino o árabe. Nada es eterno, nada es inmutable, todo es caduco. Caerás, te disolverás en el Tiempo como lo hicieron los antiguos griegos, los hititas, los egipcios, los aztecas… No eres mejor que ellos. Todos los que optan por enrocarse frente al futuro son perdedores, son los que mañana serán juzgados con crueldad, sus nombres maldecidos y su legado apartado a patadas a las cunetas del Tiempo. Hace 300 años la Inquisición era inamovible, y hoy es sinónimo de crueldad e inmoralidad. Y así con todo.
Así que aprended a ser humildes, a relativizarlo todo, a entender que la identidad es cambiante, que somos afortunados por tener lo que tenemos mientras vivamos, que vuestro vecino no es un monstruo por ser diferente (seguro que él/ella piensa lo mismo de vosotros), que el universo no gira alrededor nuestro, que no poseemos el futuro y que nuestros deseos de controlar la realidad sólo son pataletas infantiles. Amoldaos como lo hace el agua. Recordad: Apofis está ahí fuera. Y volverá a visitarnos en 2029. Y tu existencia, tu cultura, tu identidad y tu religión le importan muy poco.