Hace 150 años que Lewis Carroll creó a Alicia y sus dos viajes, uno al País de las Maravillas y el siguiente al Otro Lado del Espejo. De los dos probablemente sea más contemporáneo el segundo, por lo que tiene de implicaciones con lo que somos y en qué nos convertiremos. Bienvenidos al lado lisérgico y bizarro de vuestras mentes, a Alicia.

Más que de literatura, esto es una invitación a que comprendamos que nunca nuestra civilización ha estado más atada a la fantasía y al escapismo que en estos momentos. Vivimos tiempos de tecnología omnipotente, donde nuestro mundo cada vez depende más de máquinas. Volvemos a un tiempo pretérito en el que el trabajo duro lo hacían esclavos (ahora máquinas) y los privilegiados usaban su tiempo a pensar, crear, mandar o buscarse la vida de otras formas. El siglo XXI bien podría ser el del salto definitivo a otros mundos. Pero como si fuera una pulsión interna, a cada avance material y técnico que nos ata más a la realidad, mayor es el deseo de escapar. Nunca se había leído tanto, nunca se había creado tanto, jamás la tentación y necesidad de volar hacia mundos diferentes se había mostrado con tanta fuerza.

Detrás del auge del cine fantástico, histórico, de ciencia-ficción o fabulado habita esa necesidad. Es la misma fuerza que empuja a la literatura hacia lugares cada vez más alejados de la realidad. Y la explosión de los videojuegos es otra onda expansiva de ese movimiento contrario. Ya saben: acción-reacción, a cada acción en el Universo le sigue una reacción igual en proporción. Somos los humanos animales peculiares, vivimos de asociaciones mentales, deducciones, inferencias, creamos leyes sobre el mundo para poder sobrevivir en él. Si vemos algo que se repite en el tiempo creamos un patrón mental de forma instintiva, de tal manera que lo usamos siempre. Si las setas rojas nos sientan mal, no volvemos a comerlas, porque entendemos que todas las setas rojas son perjudiciales. Aunque algunas puedan comerse.

Durante siglos el afán de la fantasía fue mal visto: el que fantasea y viaja a otros mundos, ya sea creándolos con literatura o arte, ya sea viviéndolos por su cuenta, es un ente peligroso porque no se ajusta a la realidad impuesta. Si sueñas, malo. Si fantaseas, malo. Si piensas, peor. A las comunidades donde la libertad no está bien vista el hecho de soñar siempre ha sido peligroso y malo para el orden interno. Por eso cuando se prohíben libros casi siempre se empieza por la fantasía. Tenemos recuerdos de nuestros mayores abroncándonos porque no parábamos de leer libros que no eran de estudio o viendo películas de género fantástico simplemente porque eran eso, fantasía. Con la edad se pierde el énfasis en soñar, en crear, salvo que seas un individuo con suerte o personalidad. La realidad es lo que queda cuando te rindes. Y la edad no debería ser una excusa.

Carroll arrastra muchas leyendas negras sobre sus espaldas (complejos psicológicos, sexualidad retorcida y reprimida, pederastia o como mínimo paidofilia), pero tenía una mente privilegiada construido por las matemáticas, los juegos de lógica, un altísimo sentido de la fantasía y una imaginación que en realidad era una disección del mundo que le tocó vivir. La mayor parte de los personajes de ambos libros están basados en personas reales que conoció durante su vida, y cada frase, situación, escena, guiño y descripción tiene una razón de ser. Pocos libros han sido tan meditados, construidos, pulidos y revisados que esos dos de Carroll. Nada se deja al azar, lo cual choca con la idea de que son textos libres, ácratas y tremendamente surrealistas. ¿Puede el absurdo y la fantasía total programarse y racionalizarse incluyendo juegos matemáticos y de lógica? Sí. Al menos Carroll pudo.

Ambos libros son un punto de fuga bien construido, pero también son un principio. De la misma manera que la Revolución Americana fue el inicio de la democracia moderna y del cambio de estructuras sociales, igual que la imprenta expandió el conocimiento y la lectura, igual que la rebelión de los impresionistas creó el arte contemporáneo y la figura del artista libre de ataduras, los libros de Carroll iniciaron la era de la imaginación total. A su estela, y a la de Edgar Allan Poe (mucho más importante en nuestra civilización de lo que pensamos), nació toda una corriente que atraviesa estilos, épocas y culturas. Un tiempo inverso, como dos ríos que discurren en paralelo pero en direcciones opuestas: uno es materialista, hiperrealista y tecnificado, el otro es irreal, libérrimo y aleatorio. La libertad alcanzó un puesto más con Carroll: vive en los sueños.

La realidad virtual que nos permiten determinados videojuegos o tecnologías son una demostración de que vivir en las nubes es factible. Es más, ya es una parte de nosotros mismos. Somos escapistas cargados de cadenas atadas a este mundo, pero que lo darían todo por atravesar el Espejo y vivir en ese Otro Lado donde somos dioses a capricho de nuestra voluntad. Por eso todos deberíamos viajar al otro lado, atravesar, saltar ese Espejo y vivir libres de toda atadura. Al menos una vez. Para limpiarnos. No es real, pero la diferencia entre un sueño y la realidad es ínfima. ¿Y si somos cerebros en una bañera como pensaron Dahl y los filósofos? ¿Y si en realidad vivimos atados a máquinas que reproducen este mundo aleatorio en nuestras mentes como en Matrix? ¿Y si todo esto no tiene sentido? Busquen un espejo, y atraviésenlo. A nadie le importará. Y verá cosas que quizás sean más reales (porque emanan de su mente) que la propia realidad que todos damos por cierta.