Después de mucho pensarlo, de darle vueltas a la cabeza y de entender que ciertas tonterías no son tales, ponemos por escrito algo que mucha gente sabe pero que no se atreve a decir: los españoles no saben caminar por la calle. Es una consecuencia más de la anarquía interna de una sociedad dominada durante siglos por el ordeno y mando y que reacciona con la desidia y el caos ante la fusta que le deja el pandero identitario rojo como un tomate. Pero no hay problema que no se pueda arreglar con educación, la varita mágica que todo lo cambia.
Todo este puñetero país es tan complejo que la inmensa mayoría de sus ciudadanos sigue sin entenderlo. O mejor dicho, sin querer entenderlo. A todos nos viene de fábula decir eso de “España es diferente”, una excusa que sirve tanto para escamotear impuestos, no pedir el IVA, seguir yendo a misas absurdas, mirar con recelo la ciencia, postrar a la mujer un poco más o seguir contando chistes soeces sobre homosexuales, gitanos, negros, sudamericanos o sobre el matrimonio. El caos forma parte tanto de la identidad española como la tortilla de patatas, las fiestas populares absurdas, el brazo incorrupto de Santa Teresa o el disfrute personal de tocarle las narices al vecino. Somos un pueblo de renegados que disfrutan mirando con desdén las normas. Un pueblo de maleducados. Mucho talento escondido y mucha compasión entre nosotros, sí, cierto, pero bastaría con gritar un poco menos, respetar un poco más y todo saldría mucho mejor. No se trata de quién gobierne: Rajoy debe ser el tipo más educado y formal del mundo, pero el país que gobierna no lo es. Por eso los pequeños gestos, como aprender a andar bien por la calle, que es un espacio público con normas, podrían ser un buen comienzo para el verdadero cambio.
1. Se circula siempre por la derecha, no por el medio. Si estuviéramos en las Islas Británicas habría que cambiar de lado de circulación y listo. Esta verdad es sacrosanta, y no es producto de un capricho, sino del intento de que el tráfico sea fluido y rápido, porque somos miles de millones sobre la Tierra y entre tanta hormiga hay que poner cierto orden. Si pequeños insectos de unos milímetros de largo pueden hacerlo, seguro que un homínido bípedo de gran capacidad cerebral como usted podrá también. Recuerde, hay que dejar siempre un espacio por la izquierda porque las aceras, sí, esas cosas que quedan libres entre los edificios y los coches, son de doble sentido. De lo contrario, si usted camina por el medio del espacio, no dejara pasar ni al que viene de frente ni al que está detrás y va más rápido. España ya tiene un Rey, no necesita otro que se crea que es el amo de la acera.
2. No se hacen cambios de sentido como si el resto del universo estuviera vacío de gente. Si quiere girar o cambiar de acera, por lo menos espere a que pase el que viene de frente, o cuando menos mire atrás para evitar chocarse con otro. Luego cruce sin problema e intente que no le atropellen, a ver si tiene suerte. Dentro del descontrol que es una calle llena de gente en movimiento hacen falta normas para evitar problemas. ¿Verdad que si ve venir un coche de frente usted no cambiará de sentido y exponerse a que le embistan? O cuando menos se lo pensará. Pues es el mismo principio de armonía física de los objetos en el espacio pero aplicado a los seres humanos. Es muy sencillo, usted puede. Ánimo. Lo del giro en diagonal es un invento madrileño, los demás no tienen por qué hacerlo. En realidad esto conecta con el segundo puento. Y si ha visto usted un jersey precioso y rebajado que le va a quedar divino de la muerte, pues se espera a que pase la gente. No todos están acostumbrados a hacer ‘slalom’ como en Preciados, Carretas o Gran Vía de Madrid. En serio, déjeselo a los profesionales y no arriesgue su vida inútilmente.
3. No se circula en paralelo. En España si una acera tiene diez metros de ancho o sólo uno da igual: al ciudadano medio le importa muy poco y necesita que su amigo, pareja, familiar o colega de trabajo vaya a su lado. Y cuantos más sean, mejor. Quizás sea consecuencia de esa otra manía tan española: la necesidad de que aquel al que hablamos nos mire de frente. Es como si fuéramos monos en la selva: te estoy oyendo, no hace falta que te mire a la cara. En serio, estamos a medio metro, te oigo. Este comportamiento de grupo es transversal a toda edad, clase social o género. La calle no es el salón de su casa, y si la acera tiene tres metros de ancho no puede usted ocupar todo el ancho con dos personas a los lados, o cuatro, simplemente porque cuando habla necesita tenerlos a ambos lados. No es normal que en una familia de doce personas vayan todas en paralelo por una calle peatonal y casi puedan tocar las paredes de los edificios. El resto tendrá que atravesar ese muro o esperar a que pasen para circular. Es infantil, maleducado y absurdo.
4. Si el paso es estrecho y se va usted a cruzar con alguien que va más cargado, es anciano o está enfermo, déjele el paso. Se dan a veces situaciones absurdas: una competición para ver quién aguanta más antes de cruzarse, para que al final pasen los dos de lado y manchándose con las paredes. O por el suelo. Insistimos, esto no es el Paso Honroso y no hace falta convertir algunas calles estrechas en desafíos al honor. Esta norma conecta con la anterior: sí, tu hijo, hija, marido, esposa, familiar, amigo, amiga son geniales, pero por favor, voy cargado con bolsas de la compra o con maletas, o con niños, déme espacio para pasar, piense un poco en los demás. Es especialmente sangrante entre los jubilados que sienten que ya han hecho suficiente por el mundo y caminan como uno de los caminantes blancos de Juego de Tronos, o entre los menores con mucha prisa o poca educación. Puede entenderse que alguien joven vaya más alocado, pero al resto se le exigirá cierto grado de corrección.
5. Si es usted objetivamente más lento que el resto, no vaya mirando al cielo y esperando que el resto vaya a su ritmo. Piense un poquito en los demás y no convierta su paso de elefante en la norma. Esta regulación es quizás la más complicada de implantar porque, y más en un país como España, el turismo es una barrera enorme. Los turistas caminan por las calles como si acabaran de bajarse de un módulo espacial recién llegado a Marte. El paso relativamente rápido de un nativo siempre superará al de un turista que, por definición, mira a todos lados menos al frente y al suelo. Pero hay que intentarlo. Porque de lo contrario se formarán embotellamientos inmensos. De esta norma sale otra: si es usted un guiri y el guía le está explicando las maravillas de la ciudad, y la calle es estrecha, y viaja usted en grupo como un rebaño, por favor, deje espacio para que el resto pueda pasar, no haga un muro humano de jubilados alemanes abotargados, que el resto no somos parte del patrimonio artístico urbano.
Y ya está. Hay muchas más normas, por supuesto, más detalladas, pero las más sencillas son estas. Si las cumple lograremos no sólo más fluidez en las aceras y calles peatonales, también avanzaremos como sociedad civilizada y quizás, en un futuro, este comportamiento educado repetido miles de veces dé como resultado una sociedad mucho más respetuosa con el prójimo, que no deja de ser el objetivo real de toda comunidad humana, la convivencia. Sabemos de sobra que somos seres políticos (zoos polikiton) que necesitan reglas para sobrevivir. Y esas normas están por una razón útil. Recuerden, el ser humano nunca hace nada aleatoriamente. Somos seres prácticos para poder cumplir con nuestra primera obligación: la supervivencia.