Un buen día un Papa de Roma descubrió que no se juega con el único sostén posible y conocido. Llega tarde, pero bienvenido sea al bando de los buenos. Y vamos a ver hasta dónde le dejan llegar. Si hay un Dios allá arriba probablemente estará muy preocupado pensando que el mejor funcionario que ha tenido en siglos podría estar a punto de sentir en sus carnes la milenaria maldición de que no se toca el sostén de los poderosos si no es pagando un precio muy alto.

Sería muy fácil, muy moderno y circunstancial, pensar que el Papa Francisco es un Stark rodeado de Lannister a punto de saltarle al cuello porque le ha dado por ser bueno, moral, ético, ecologista y solidario. No lo haremos, pero ahí queda. En realidad todo es mucho más sencillo: lo que la comunidad científica sospecha y ya sabe experimentalmente acaba de ser descubierto por un hombre de Fe cuyos menesteres poco tienen que ver con la Física aplicada que usan los meteorólogos. Las matemáticas son muy traicioneras: tienen la mala costumbre de contradecir con lógica aplastante y millones de datos concretos las ideologías humanas, siempre tan caprichosas, erróneas, subjetivas y casquivanas. En realidad el ecologismo le pega al cristianismo mucho mejor que a cualquier otra ideología. Pero ya sabemos que una cosa es la voluntad de Dios y otra la de los que dicen hablan por él aquí abajo.

En la teología cristiana y en toda su larguísima tradición hay una verdad inmutable: el mundo pertenece a Dios, autor de la creación, y por lo tanto todos nosotros no somos más que huéspedes temporales sin derecho a posesión. Si tomáramos eso como cierto entonces todo el sistema patrimonial humano respecto al suelo o las cosas físicas que conforman el mundo sería una gigantesca chorrada. Pura avaricia. Adiós capitalismo. Y claro, también adiós comunismo, porque si ese árbol y ese pedazo de suelo no es mío tampoco puede serlo del Estado o de ningún grupo social. En realidad el Papa Francisco se ha limitado a ser coherente con su propia Fe, a la que ha añadido la conciencia palpable de que los excesos industriales y del consumo humano han provocado una situación muy peligrosa. Tampoco esperen revoluciones con sotana: la Iglesia es como una tortuga de las Galápagos, cada cambio cuesta generaciones. Piensen que necesitaron casi cinco siglos para atreverse a dar las misas en las lenguas vernáculas desde que fue evidente que ya nadie hablaba latín en Europa. Así que hagan cálculos…

Seamos más concretos con el clima: ni vamos a poder cocer huevos sobre los capós de los coches ni tampoco nos vamos a congelar como cubitos de hielo. El clima del futuro será más seco, más caluroso, pero sobre todo será mucho más inestable. Vayan preparándose para ciclos de tormentas cada vez más virulentas y destructivas. La factura de seguir pululando en la Tierra va a seguir subiendo. Y la avaricia ciega de hoy (dinero, dinero, dinero, que le den a la Naturaleza) será la ruina del mañana. Nunca el ser humano ha sido más estúpido que hoy: por cada especie que desaparece no sólo se pierden vías de expansión de la vida, sino que se cierran nichos ecológicos que podrían haber sido beneficiosos. Lo de las abejas y la polinización no es más que una parte llevada al extremo. Hace millones de años este planeta era un carámbano gigante (Teoría del Gran Frío) que se recalentó gracias al vulcanismo hiperactivo hasta ser un paraíso. Y después, ha pasado por todos los estados climáticos posibles. Simplemente vamos a entrar en uno nuevo, provocado por nosotros y con consecuencias incontrolables. Somos así de idiotas.

En realidad, como dicen varios científicos, vamos a tener un clima mucho más parecido al que tenían los dinosaurios que nuestros antepasados bípedos. Eso sí, salvando las distancias: habrá menos humedad, será más seco, y los cambios serán como una guadaña. La vida se adaptará a todas las extinciones. La próxima, la sexta, es una más que probablemente no alcanzará el desastre de las anteriores. Esperemos. Pero eso no significa que no seamos una especie miserable, inmoral y parasitaria. En realidad lo que el Papa debería haber dicho es esto: “Despertad de vuestra vanidad humanos, somos como los virus, parásitos que viven de un cuerpo hasta que lo matan o lo pudren tanto que ya no sirve para nada. Y entonces saltamos al siguiente cuerpo para seguir haciendo lo que se nos da tan bien: consumir sin medida ni preocupación”. Esa frase es el verdadero mensaje. Y una vez más, gracias. Ningún gesto o apoyo a la causa de la bola azul será despreciado, toda ayuda es bienvenida. Quizás un puñado de cristianos devotos hagan caso y asuman el respeto al planeta como parte de su vida diaria.

Su encíclica “ecologista” (siempre con comillas) con ramificaciones en la solidaridad entre seres humanos es algo tan moral y perfecto como un brindis al Sol. Es un gesto necesario, aplaudible y esperado. Con todo el peso religioso que tiene todavía la Iglesia Católica este apoyo (con matices, claro) será un buen respaldo a todos los que llevan décadas predicando en el desierto (nunca mejor dicho…) contra los abusos de un sistema económico e industrial que no tiene miramientos con el equilibrio de fuerzas que hace posible que el mundo sea mundo y no una bola rocosa desastrosa y muerta como Marte. Poco han tardado el resto de rancios especímenes que se ocultan tras las sotanas para ligar sus particulares obsesiones (aborto, eutanasia, homosexualidad, etc, etc) con la encíclica. La mejor la de un señor muy mayor y cuyo reino, en efecto, no es de este mundo, que es obispo de Valencia y aseguró que el aborto no era coherente con el ecologismo. Es decir: cualquier argumento posible (por falaz que sea) es lícito con tal de meter en vereda a esta sociedad occidental a la que le ha dado por pensar por sí misma. Este señor llega tarde. Concretamente más de 400 años tarde: el día que Isaac Newton publicó los ‘Principia Mathematica’ se acabó el monopolio.

El resumen final es sencillo: el Papa se ha dado cuenta de lo obvio. Le han caído palos, y le caerán muchos más, a medida que ese mensaje sea repetido y cale hondo. Quizás en Europa no tanto como en EEUU, donde el negacionismo del cambio climático es una lacra absurda que se resiste a la civilización. Pero por lo menos uno de los poderes totémicos de la Tierra también clama al cielo. Esperemos, por el bien de todos, que le hagan caso los ciegos de hoy. Ya que no se lo han hecho a los científicos (que saben mucho mejor lo que está pasando realmente) al menos que se lo hagan a la máxima autoridad moral que conocen. Si es que tienen algo parecido a moral. Lo más probable es que se limiten a insultarle: rojo, jesuita, traidor, sudada… ¿ecologista?