Cuesta abajo, sin frenos, a toda vela no corta el mar sino vuela, un bergantín que se creyó transatlántico y en el que todos tienen la culpa del naufragio menos los pobres griegos, que de la noche a la mañana pasan de ser parte del todo a ser un estado-paria endeudado durante generaciones y sometido al mayor castigo económico nunca antes visto desde que Alemania fue arrasada, mutilada, troceada y teledirigida en 1945. Enhorabuena Europa, lo has vuelto a hacer.
Dentro de 20 o 30 años, cuando haya que redactar los libros de Historia, alguien tendrá que buscar una buena explicación para lo que ha pasado desde 2008 para acá. Lo de España es obvio: país mal gobernado, peor organizado y donde se abrió la línea de crédito hasta el infinito y más allá, todos cabalgando sobre un fantasma llamado Sector de la Construcción que cuando hizo “pop!” ya no hubo stop posible ni economía que resistiera semejante frenazo. España es un ejemplo de manual de lo que pasa cuando las élites son (A) inútiles, (B) perversas y retorcidas, (C) ignorantes o (D) todo lo anterior junto. Pero lo de Grecia es el caso más raro, absurdo y demoníaco de lo que puedes hacer mal. Y siempre pagan la factura los mismos: los ciudadanos. Si fuéramos griegos no sabríamos qué votar: si en el referéndum del 5 de julio dicen sí al plan de Bruselas estarán endeudados hasta las cejas dos generaciones, y con un poco de suerte llegarán a ser para 2040 un país de segunda en un convoy decadente llamado Unión Europea. Si dicen No se abrirá un tiempo de indeterminación en el que nadie tendrá ni puñetera idea de nada.
Los economistas son un bulo. Cuentan que la reina Isabel II, una señora tan flemática e inglesa que termina por ser sensata, durante una visita a un importante centro universitario económico, no paraba de preguntar a cada economista que veía dónde estaban ellos y sus teorías antes de que llegara la crisis. Todos respondieron con evasivas y un montón de palabrería. Cuentan que la cara de la reina se fue agriando (más) por momentos. No vieron venir ni lo de Grecia ni lo de nadie. En estos días de zozobra y de abismo histórico cumplen todos (gobiernos, economistas, inversores, medios de comunicación) con su guión de papanatas al uso: la larga lista de tópicos, versiones enlatadas, interesadas de uno y otro bando o de lugares comunes da miedo y repelús. Toodo vale para intentar contarle al mundo que los griegos son unos ladrones que no pagaban impuestos, unos corruptos crónicos incapaces de hacer funcionar su Estado, una sociedad atrasada y devaluada que mintió descaradamente cuando entró en la Zona Euro. Algo así como “¿Estas cifras son correctas?”. “Sí, sí, claro, por supuesto, nosotros siempre decimos la verdad”.
El resultado es un país en quiebra, arruinado, endeudado, con un ejército absurdamente grande para su tamaño (casi igual al que tiene España, un país de 46 millones de habitantes, frente a otro de apenas 11 millones), una larguísima tradición de evasión fiscal (todavía mayor que la de España o Italia, así se hacen una idea), una sociedad dominada todavía por la vieja tradición cultural religiosa y una larga lista de partidos políticos donde lo que importaban eran las filias, lo que se podía trincar y correr luego. El país ha quedado preso de varios condicionantes. Primero de Bruselas, es decir, de Alemania, que lleva años dándole dinero a los griegos y que ahora se da de bruces con la evidencia de que no puede recuperar el dinero. Berlín enfurece porque quiere recuperar lo que prestó, pero es que en ese pozo sin fondo los billetes caen como losas de una tonelada. Y como quiere recuperar lo que es suyo (lícito), impone unas condiciones abusivas porque no se fía de Atenas (lógico). De nuevo pierden los mismos de siempre, los ciudadanos, esos no hicieron nada tan grave para merecer este destino salvo votar a la ralea de inútiles aprovechados que los han llevado a donde están ahora.
El segundo actor de todo esto es la banca privada, asociada a los mercados. Los primeros quieren recuperar lo prestado a Grecia. Es decir, los gobiernos nacionales ansían recuperar lo que prestaron a través de los bancos. Grecia le debe, por ejemplo, a Francia cerca de 40.000 millones de euros. Y París no anda precisamente bien de dinero, así que esos fondos de regreso le vendrían de maravilla. Pues va a ser que no. Los mercados, por su parte, sólo huelen la sangre y esperan a que Grecia implosione para comprar barato, vender caro y especular con todo lo que se mueva para crear diferenciales que les hagan ganar millones. Y si al final salen de la zona Euro (Grexit) que se preparen porque el nuevo dracma va a ser como un sonajero. Entre los histéricos que quieren su dinero y los tiburones que se lucran cuando todo va mal está un país entero, sometido a tantos vaivenes que bien haría en refundarse antes de que se lo traguen Caribdis y Escila (horror, hasta nosotros hacemos tópicos con Grecia).
Y por si no fuera poco, están los otros actores secundarios que también meten baza. Por ejemplo EEUU, que no quiere ni una turbulencia más hasta completar y asentar su recuperación económica (con trimestres donde ese monstruo ha crecido casi al 6%, generando más beneficios que toda la Zona Euro junta). A Washington le viene muy mal este caos, así que ya ha pedido una quita de la deuda griega (es decir, que los gobiernos europeos y Bruselas asuman que no van a recuperar el dinero) y tiempo para que se reestructure y pueda, al menos, pagarse una parte importante. Habrá que ver la capacidad que tiene el gobierno americano para doblarle la mano a la Europa del euro (es decir, Berlín y París). Quizás Obama, envalentonado con su semana fantástica de junio donde todo le salió bien, susurre eso de “¿A que os dejamos solos con Putin?”. Y Podemos, y el resto de la izquierda cargada de Europa, que brama contra el norte y los mercados. Han cerrado filas con Syriza y ansían que Bruselas hinque la rodilla en tierra. Eso siempre ha sido una mala idea. Pero quizás lo que necesita este viejo mundo que se va al garete por etapas sea una sacudida, una Catarsis (palabra griega por cierto), lanzar la mesa al aire y luego ver qué se hace cuando caigan las piezas. Sinceramente, ni idea de qué votar. Pero pase lo que pase, bye bye Grecia.