No importa lo que haya pasado en Grecia, que haya vencido el Sí o el No, lo único que importa en nuestro tiempo de apariencias e imágenes simbólicas es lo que parece, no lo que realmente es. Luego, con el tiempo, lo que parece se modifica para ser lo que debe ser, pero el pez pequeño lucha por sobrevivir pegándole dentelladas a los grandes.

Grecia ha dicho No a algo muy raro y amorfo: en realidad el referéndum de ayer tenía una pregunta absurda, teledirigida por el gobierno heleno para reforzarse de cara a la siguiente fase de esta partida de ajedrez por la supervivencia que juega con 18 países y la Unión Europea. Tsipras es como Leónidas de Esparta en el paso de las Termópilas pero con pinta de funcionario del montón. No lleva una barba helénica, pero hace lo mismo, ganar tiempo con mil y un trampas, lo que sea con tal de lograr la supervivencia, aunque por el camino haya volado los puentes. Su objetivo es seguir en el euro, conseguir el dinero, la quita de la deuda, la reestructuración de la misma y tener algo de margen para sacar de nuevo a Grecia del marasmo. Incluso Varufakis ha dimitido para no dejar excusa alguna a Bruselas para no sentarse a negociar. Gana y además se muestra compasivo con sus enemigos. Eso sí que es ser griego de verdad.

La coartada de los griegos es la mejor: la democracia. En su lugar nosotros también habríamos hecho lo mismo. Si me impones unas condiciones tan duras yo me aseguro de que sea el pueblo el que decida. Tsipras se esconde así detrás de millones de personas que han votado libremente. En Bruselas, habituados a jugar a la florentina, a los pactos de salón de espaldas a la gente, este referéndum es un mal ejemplo porque cundirá por todo el continente. A partir de ahora cualquier gobierno que se vea obligado a tragarse la píldora de la UE en algún momento tendrá la tentación de preguntarle al pueblo. La democracia gana una batalla, Bruselas pierde otra y la guerra continúa. Y todos nos divertimos más. Porque, insistimos, la cuestión no es quién gana o quién pierde, sino los efectos colaterales. Están negociando, y seguirán haciéndolo. Todo es un gran juego teatralizado donde cada uno usa las piezas que tiene como puede. Y cuanto más arrinconado está un jugador, mayores órdagos y movimientos al filo de la navaja hace. Como convocar un referéndum que ha hecho temblar un continente entero.

Las cosas como son. Si cualquiera de nosotros estuviera en el lugar de Merkel probablemente habría hecho lo mismo: el vecino le ha pedido un montón de pasta, usted se la da y luego le dice que como mucho le podrá devolver la mitad. Desde luego usted enfurecería. Pero el problema es que el resto del mundo sólo ve una cosa: un gigante de 80 millones de habitantes que produce por encima de los 3 billones de euros (es decir, 3 millones de millones) siendo inmisericorde con un país de 11 millones y un PIB que ni igual al de algunas ciudades alemanas. No importan las poderosas razones estratégicas de políticos, economistas y financieros, no importa que Grecia haya actuado como un pollo sin cabeza durante décadas, y tampoco que la Unión Europea sea profundamente no-democrática en su funcionamiento. Sólo importa una cosa, la apariencia ante la masa. Y la imagen es la de una Unión Europea anquilosada y dominada por los intereses alemanes que se ceba con la pequeña Grecia, que a su vez se defiende como un gato panza arriba. Los sondeos daban un empate técnico y al final ha ganado con más de 15 puntos de ventaja. La auténtica y verdadera casta, la de Bruselas, se ha llevado una bofetada de las grandes. Pero les da igual, siguen en sus torres.

Desde que Ortega y Gasset lo dejara bien clarito en ‘La rebelión de las masas’ no habíamos tenido un ejemplo tan claro de la distancia entre la compleja realidad y la idea simple y fija que ha calado entre la opinión pública. Las más importantes cabeceras de medio mundo dan sólo una versión del pulso mientras la otra mitad no sabe bien qué pensar; la todavía más o menos libre prensa americana ha pintado una diana gigante sobre la cara de Merkel, y apenas un par de revistas muy conservadoras piensan lo contrario. El Wall Street Journal, la biblia capitalista ultraliberal, no sabe o no contesta: anda un poco sin saber qué es peor, así que han determinado que todos los caminos de Grecia conducen al mismo sitio, que no es Roma sino la implosión económica. ¿Qué importa el mando y el poder de Merkel y Alemania? Torres más altas han caído, poderes más grandes han sucumbido. Al final hoy lunes abrimos los ojos y el problema sigue ahí: la deuda griega. La cuestión ahora es saber si la siguiente negociación será la definitiva o habrá otra más. Probablemente habrá muchas más. Lo que sea por sobrevivir.