Vivimos en un mundo desequilibrado y sin armonía, donde los detalles mandan sobre el todo, la forma sobre el fondo, donde los intereses particulares parecen ser la única vara de medir y donde el individuo es sistemáticamente etiquetado, agrupado y empujado en una y otra dirección sin que sea tenida en cuenta su voluntad. Por eso, de vez en cuando, hay que soñar un poco y dibujar castillos en el aire, para que al menos tengamos todos un destino por el que remar y bregar.

En un mundo mejor la sanidad no sería un juguete político sino una obligación universal.

En un mundo mejor no se manejarían las deudas de unos con otros como yugos y collares de esclavitud al cuello.

En un mundo mejor nadie se definiría como A porque no es B, es decir, no existirían los nacionalismos, que lo envenenan todo y convierten las diferencias en ríos de sangre.

En un mundo mejor las mujeres no serían objetos de comercialización por el resto, no serían cosas sino personas, no serían forzadas, humilladas, minusvaloradas, cosificadas y marginadas.

En un mundo mejor la Razón sería la vara de medir y no esa amalgama difusa de instintos, emociones y prejuicios que parecen ser el único horizonte del ser humano.

En un mundo mejor los partidos políticos trabajarían para los ciudadanos y no para pagar los créditos bancarios y para su propio beneficio o de los sátrapas que los integran.

En un mundo mejor una niña diabética no moriría en una patera porque el traficante de seres humanos le quitó la mochila con la insulina para, probablemente, venderla en el mercado negro.

En un mundo mejor el conocimiento en todas sus formas (arte, ciencia, humanidades) y la oportunidad de poseerlo sería la única gran motivación del ser humano.

En un mundo mejor educar a los niños más y mejor sería la principal motivación de un gobierno, de una familia y de una sociedad. No hacerlo es la condena secular de esa comunidad.

En un mundo mejor la ideología no sería una excusa para maltratar, perseguir, pegar o matar a nadie. Ni sería lanzada contra los demás como un arma, sino como un puente.

En un mundo mejor Esperanza Aguirre estaría contando margaritas en el jardín privado del pabellón de psicopatías del Arkham Asylum.

En un mundo mejor Monedero dejaría de jugar a ser Trotsky, pontificando sobre todo y sobre todos como si tuviera la verdad universal en sus manos.

En un mundo mejor Mariano Rajoy sería registrador de la propiedad, y nada más que eso.

En un mundo mejor Pablo Iglesias no se creería el centro del universo sino una voz más, y quizás así pudiera ser más útil para el país que sueña con salvar, aunque no le necesiten realmente.

En un mundo mejor el fútbol sería un deporte y no la caverna de intereses económicos, vanidades, egos políticos, fanatismos sin fin y corrupción que es.

En un mundo mejor la gente podría trabajar en aquello en lo que se ha formado, porque de lo contrario sería tirar el dinero del Estado y de las familias al desagüe. Es un fracaso social y colectivo que un licenciado en Historia, Derecho o un ingeniero trabaje en cualquier cosa que no sea Historia, Derecho o Industria.

En un mundo mejor el color de la piel no sería un problema, porque apenas tiene unos milímetros de espesor y debajo todos somos de color rojo sanguinolento.

En un mundo mejor no se toleraría la ley del más fuerte, sino del mejor educado y más inteligente. Y ni siquiera eso, porque todos debemos tener cabida en el grupo independientemente de nuestros talentos. O se salvan todos o no se salva ninguno.

En un mundo mejor la religión serviría para calmar el espíritu de la gente, no para lanzarla como balas perdidas contra todo y contra todos.

En un mundo mejor habría equilibrio entre la propiedad y las necesidades reales, de tal forma que todos pudieran tener algo a lo que agarrarse. La desigualdad sólo genera tensión, y la tensión genera conflicto, y el conflicto rompe las comunidades y da como resultado sufrimiento colectivo.

En un mundo mejor no aspiraríamos a ser eternamente felices ni a sufrir como condenados la tristeza, sino que buscaríamos la armonía y la serenidad, ese punto de equilibrio que sí puede ser constante y que hará que nuestras vidas sean más llevaderas.

En un mundo mejor no ser heterosexual sería una circunstancia secundaria, no motivo de escarnio, tortura y persecución. ¿Desde cuándo importa de verdad con quién se acuesta alguien?

En un mundo mejor las personas buscarían los puntos en común y no la mínima brizna de hierba reseca que las separa. La unión hace la fuerza, y la cooperación genera estabilidad y prosperidad. Algún día se darán cuenta.

En un mundo mejor no haría falta que un ciudadano anónimo tuviera que escribir estas cosas. Pero no es un mundo mejor, ¿verdad?