Hay un par de detalles que demuestran que de vez en cuando hay pequeños giros en nuestra civilización que permiten que el mundo cambie para mejor. Todavía queda esperanza para la Humanidad, que quizás evoluciona demasiado despacio hacia estados superiores de conciencia.
Decía Schopenhauer que una verdad, antes de ser asumida, pasa por tres fases: primero es motivo de burla y risa, de crítica y escarnio, luego pasa a una segunda fase en la que es atacada con agresividad y saña, y finalmente, en la tercera fase, es asimilada como una posibilidad antes de convertirse en parte de la cultura general. Ese funcionamiento se ha repetido siglo tras siglo con cada nueva idea que desafiaba a lo establecido rumbo hacia el futuro y al presente continuo en el que vivimos. Ya pasó con la libertad, con la sacralidad de la vida y con la democracia. Hace 1.500 años podían detenerte, torturarte y destriparte en público sólo por haber dicho que el señor feudal no podía obligarte a entregarle la mitad de lo que producías con tu trabajo y de paso mandar a uno de tus hijos a servirle como soldado, y otro como sierva para todo.
Hace 250 años la idea de la democracia era un absurdo radical propio de enemigos de Dios y del Orden establecido. Una aberración que incluso Aristóteles había criticado. Antes el ser humano había experimentado con todo tipo de regímenes tiránicos, despóticos, teocráticos o aristocráticos, y todos habían demostrado su ineficiencia. Hasta que un grupo de burgueses bien formados, inteligentes y sin nada que perder montaron una revolución universal disfrazada de guerra de la independencia en aquellas ya lejanas Trece Colonias. Europa todavía tardaría otros 120 años en tener agallas para intentarlo. E hicieron falta dos guerras mundiales y más de 80 millones de muertos para asegurar el experimento. Pero si se sale del bosque y se dejan de ver las copas de los árboles para ver el conjunto, lo cierto es que hemos evolucionado. Muy despacio, pero es obvio que cambiamos. Hay tres detalles para darse cuenta.
Primer detalle. Un dentista norteamericano pagó 50.000 dólares para poder darse el gustazo arcano de matar un león. No para defenderse de un ataque o comérselo porque tuviera hambre, quizás las dos únicas razones que podrían justificar cazar. Lo hizo por placer, porque no veía ningún problema moral en pagar para que le aislaran un león en el sur de África y poder matarlo. Por deporte. Porque sí. La reacción virulenta, hostil y escandalizada de millones de personas en todo el mundo hizo que ese dentista fuera motivo de escarnio mundial. Incluso tuvo que cerrar su consulta un tiempo. Hace 40 años no hubiera ocurrido, a nadie le hubiera importado el pobre león Cecil. Pero hoy sí. Algo ha cambiado. La conciencia moral ha evolucionado: matar a un animal por placer, tradición o deporte ya no está socialmente bien visto. Es algo que ha pasado de normal y establecido a minoritario. La conciencia sobre la vida animal ha evolucionado del utilitarismo a un nivel superior donde son vistos como parte de un mundo que debemos proteger para no socavar nuestras opciones de futuro. El amor por los animales, incluso por los que nos devorarían sin dudarlo, es una demostración de que la civilización asciende y que más allá de los tópicos y tradiciones está la mente racional humana que siente y padece empáticamente el dolor de cada forma de vida. Porque da igual la tradición (a fin de cuentas no es más que una trivialidad aleatoria repetida varias veces), lo que importa es el tono sociológico de fondo.
Segundo detalle. Una periodista húngara graba las huidas de los refugiados sirios en la frontera camino de las más civilizadas Austria y Alemania. En un afán nacionalista y xenófobo que le sale de dentro a la mujer, zancadillea a un padre con su hijo a cuestas y en otra grabación se la ve pateando a un niño. En internet se hacen eco todos, y cuando la cadena de televisión percibe el tsunami decide despedirla fulminantemente. Hace 20 años, o incluso menos, no habría pasado nada, pero las circunstancias y la guardia moral ha cambiado mucho. Esa mujer ya no tiene trabajo, arrastrará siempre esas imágenes en su vida y, aunque es lógico que se convierta en mártir del ultranacionalismo húngaro y fetiche neonazi mundial, puede que le sea muy complicado conseguir trabajo. Aunque la Humanidad es una veleta olvidadiza y sin duda se olvidarán de ella. Tendrá trabajo algún día. Pero el revolcón se lo ha llevado. La evolución moral se ve sobre todo en los pequeños detalles sin importancia, que los defensores de lo tradicional entienden como rasguños, pero una muralla siempre se viene abajo por el mismo sitio, por las pequeñas grietas que se abren hasta que son tan grandes que podrías meter un ejército entero por ellas.
Tercer detalle. El goteo incesante de mujeres asesinadas por violencia de género, el índice de denuncias de maltratos domésticos. Es una vergüenza inmensa para nuestra sociedad. Cada mujer que muere en España a manos del inútil y débil mental de su novio/marido es un fracaso para nuestra civilización. Y cada hombre que también sufre ese maltrato, que los hay y más de los que parece, también. Sin embargo hoy es habitual que esos crímenes sean difundidos en los medios, y las campañas en contra, y las leyes para combatirlos, y los esfuerzos de una clase política mediocre y perezosa como la española por no perder comba con la opinión pública. Hace 20 años era normal que un hombre le pegara a su mujer/posesión, como si marcara el territorio. El machismo es un mal tan profundamente incrustado en la psique nacional que tendrán que pasar quizás otros 50 años más para que sea erradicado, o cuando menos reducido a su mínima expresión. O puede que 100 años. Hoy es intolerable que un hombre le pegue a una mujer para afianzar esa ilusión de posesión sobre otro ser humano. Y viceversa. Ocurre, sí, y seguirá ocurriendo durante un largo tiempo, pero antes era carne de chiste de humoristas de segunda y ahora es la vergüenza infinita. Algo ha cambiado para mejor.
Evolucionamos, pero muy despacio. Los que no vean cambios entre el año 1400 y 2015, por ejemplo, es que son ciegos voluntarios o simplemente idiotas. Queda mucho camino por recorrer, porque la distancia entre la Razón y la vida humana es tan grande que todavía tardaremos varios siglos en ponernos en la posición correcta. Moriremos todos los que estamos aquí hoy y todavía quedará un largo trecho por andar. La evolución humana es muy lenta, pero ascendente, y salvo cataclismo de dimensiones insoportables es muy fácil pensar que en cien años seremos mejores. Quizás no mucho más que ahora, pero un poco. Y eso ya es una conquista. Habrá siempre gente que no se acople, pero nadie ha dicho que esto fuera sencillo. Ni que los problemas fueran a esfumarse fácilmente. Es cuestión de educación y persistencia en la virtud.