No se ha enterado (casi) nadie. El mundo estaba en shock por los atentados de París y la ola de violencia en Oriente Medio. Sólo ha aparecido en algunas webs especializadas, incluso en EEUU, de donde viene esta nueva ola, ha pasado muy discretamente entre los medios. Pero será fundamental para nuestro futuro, y marcará la economía de los próximos 100 años (o más): EEUU prepara vía libre a la explotación minera del espacio para “sus empresas”.
Desde hace 40 años los dos únicos partidos de EEUU, republicanos y demócratas, o mejor dicho, extrema derecha y centro-difuso pseudoliberal (respectivamente), libran una guerra sin cuartel por el control del país. Es una discordia civilizada donde en lugar de armas se usan millones de dólares. Sólo se ponen de acuerdo para determinadas cosas y en situaciones muy concretas: cuando los atacan o cuando hay mucho dinero (para todos) en juego. Uno de esos momentos fue el paso sin demasiados problemas del proyecto de ley llamado “Space Act”, algo así como Acta del Espacio. Pasó por el Congreso sin problemas, que le cedió el turno al Senado, que la semana pasada la aprobó por unanimidad y se la devuelve al Congreso para que la firme y se la mande a la Casa Blanca. Han tomado la iniciativa sin importarle nada el resto de economías, de países y qué pueden opinar o no industrias que no sean de EEUU. Ante el vacío legal evidente respecto a un entorno que por ahora sigue siendo tecnológicamente experimental (el espacio exterior) el cuerpo legislativo más poderoso del planeta ha decidido regular para su beneficio.
Los congresistas y senadores no se han cortado a la hora de explayarse sobre los grandes réditos de esta ley: permitirá valorar, explotar y transformar los recursos mineros de cualquier cosa que no sea la Tierra, desde Marte a los asteroides, pasando (quizás con algún permiso) otros recursos encerrados ahí fuera. Literalmente EEUU se ha fabricado una ley a su medida para empezar a explotar cualquier cosa que flote en el espacio y sea susceptible de ser explotada. Y el texto está construido de tal forma que convierte en ilegal la intromisión del propio gobierno de EEUU, de otros estados y de otras compañías mineras. Lo sabemos: usted sólo ha visto esto antes en las películas de ciencia-ficción, en las novelas del mismo género y en sus sueños de niño. Pero sí, la minería es el futuro, lo único que no aquí sino en el espacio. Si tenemos en cuenta que hay cientos de millones de objetos sólidos en el Cinturón de Asteroides y que muchos satélites de Júpiter y Saturno encierran grandes cantidades de agua (más incluso que la que tiene la Tierra) el horizonte es inmenso.
El potencial de negocio y de desarrollo tecnológico es tan grande que ni siquiera se ha podido calcular, ya que en gran medida desconocemos el volumen de cuerpos rocosos y lo que encierran. Pero el abanico es tan grande como nuestra imaginación pueda soñar: hace poco se descubrió un cometa que liberaba millones de litros de alcohol por minuto en su acercamiento al Sol, razón por la que lo apodaron Happy Hour (Hora feliz, en referencia al momento en el que más alcohol se sirve en algunos bares). También hay asteroides que al ser observados con el instrumental adecuado revelan auténticas minas flotantes: los hay que son cúmulos de diamantes con más cantidad que todo lo que se haya extraído en toda la Historia de la minería junta, otros son puro silicio, o encierran en su interior tanto oro como el que se saca de Sudáfrica en una década… e incluso rocas que funcionan como neveras y atesoran el mayor recurso imaginable en el espacio, agua aprisionada y/o congelada. Su explotación tendría consecuencias: si EEUU poseyera un asteroide con más diamantes que en todo el planeta el precio bajaría tanto que podrían ser usados para todo tipo de aplicación industrial y los países productores en la Tierra perderían todo su dinero. Así de peligroso puede ser este juego.
Esa ley sin embargo sólo sería operativa dentro del sistema legal de EEUU, o lo que es lo mismo, no afectaría al resto de empresas del mundo. No obstante es una forma de crear un marco legal que permitiría a las compañías norteamericanas apropiarse legalmente de recursos espaciales de manera oficial, protegidos a su vez sus derechos sobre ellos por un país que ha demostrado siempre ser muy eficiente en los negocios y el comercio, promoviéndolo y protegiéndolo. Pongamos un ejemplo concreto: una compañía minera envía una nave que captura un asteroide cuyo corazón encierra un gran cúmulo de silicio. Todo el asteroide pasaría a ser legalmente de esa empresa, y nadie podría reclamarle derechos sobre ese recurso amparándose en que no tienen dueño. Al ser una ley oficial, y formar parte de la legislación ordinaria, el resto de naciones deberían operar teniendo en cuenta ciertas obligaciones legales si no llegan antes que los norteamericanos.
Un detalle muy importante es que en la revisión que hizo el Senado se añadió una condición: el recurso debía ser “abiótico”, es decir, no puede ser biológico o estar vivo. De esta forma si se encontraran microbios en Marte, por ejemplo, no podrían ser considerados como un recurso valorable o útil. Sí, parece un absurdo, pero la ley ha sido creada y diseñada de tal manera que cubra el mayor número de casos posibles de lo que el ser humano pueda encontrarse ahí fuera. No seríamos dueños de las formas de vida extraterrestre, pero sí podríamos usar el suelo que pisan (en caso de que tuvieran patas). Además el Senado se encargó de otro detalle: la ley busca encajar dentro de los tratados actuales vigentes (o en desarrollo) que regulan o regularán el comportamiento industrial, científico o político en el espacio exterior, con la vista puesta en la Luna y Marte principalmente. Esto significa que la Space Act permite a una empresa minera explotar el asteroide u otro planeta, pero no poseer el planeta en sí, no puede reclamarlo como territorio de EEUU o someterlo a su soberanía, pero sí sacarle todos los recursos. Y sí, es una contradicción, pero perfecta para la explotación comercial.
Esto ha provocado las primeras críticas abiertas entre los legisladores del Capitolio, ya que el derecho de explotación y el de soberanía chocarían. Los críticos en las dos cámaras (y expertos que siguen el trabajo del Capitolio) han apuntado a que la ley debería ser extensible a todos y que EEUU, por su cuenta y riesgo, no debería promulgar una ley pretérita que literalmente le permitiría reivindicar por motivos económicos Júpiter entero para explotarlo comercialmente si pudiera. Legalmente sería factible. No podría convertirlo en un estado de la Unión pero sí explotar sus recursos sin freno. Toda ley sobre el espacio debería ser pactada con el resto de naciones, dejar en suspenso decisiones tan aleatorias, como se hizo con la Antártida. Pero en Washington piensan de otra manera, y eso hace que tengan una ventaja parcial que bien podría redefinir el futuro de la Humanidad, un futuro en el que las grandes corporaciones mineras norteamericanas gobernarían el Sistema Solar dejando al resto encerrados en la bola azul, dependientes de lo que EEUU “bajara”. Por ahora es ciencia-ficción, pero en el Capitolio piensan otra cosa. Y quien golpea primero…