La imputación del anterior presidente de la Academia de Cine, Enrique González Macho, dentro de las pesquisas de la Fiscalía de Madrid es la puntilla a una imagen pública del cine español como un paniaguado más. Pero aunque las ayudas son necesarias cuando no hay industria, lo cierto es que nunca fue tan cierto eso de “entre todos la mataron”.

La imagen del cine español es como la trama de ‘Asesinato en el Oriente Express’ (ojo spoilers para el que no la haya leído nunca, que ya tarda en hacerlo por cierto…): no hay un solo culpable, todos llevaban un cuchillo en las manos. Primero los distribuidores y productores que falsearon los datos de taquilla para poder solicitar las subvenciones públicas a la industria que pueden llegar hasta los 1,5 millones de euros. Segundo la larga sombra del PP detrás de las decisiones de la Fiscalía de Madrid, que bien podría ser una maniobra electoralista (“mirad, mirad qué estafadores son los de la cultura”, parece sugerirse). Después el juego de traiciones en el que la Academia de Cine (con Antonio Resines al frente) publica un comunicado en el que recuerda que nada tienen que ver con ese tema (algo ya repetido por varias productoras). Y finalmente el propio sistema de subvenciones al cine, un problema que nadie parece querer tocar y en el que habrá que esperar al año que viene para ver cambios.

En realidad el cine español vive un tiempo peculiar, ambivalente, entre el éxito de taquilla innegable desde hace tres años, en gran medida gracias al apoyo de las cadenas de televisión, y el fracaso de un sistema de ayudas que se come el presupuesto cultural y deja poco para teatro, música y otros espectáculos. Fracaso porque las ayudas públicas son como la UVI del cine: sin ellas se habría hundido, pero sólo con ellas no se garantiza la supervivencia. Este escándalo económico llega porque las productoras y distribuidoras boquean y son capaces de cometer (supuestamente) delitos y engaños para poder hacer caja y mantenerse. Cuando la necesidad aprieta hace falta tomar decisiones drásticas, pero vulnerar las leyes y mentir con el dinero público es un asunto muy grave que deberán pagar pecadores y no justos, como suele ser habitual.

España tiene industria cultural (por poco), pero no tiene una industria del cine como tal. Quizás habría que tomar una serie de decisiones que el PP no quiere tomar, y tampoco tomará el resto de partidos: bajar el IVA, otorgar treguas fiscales temporales a determinados sectores para potenciarlos, una Ley del Mecenazgo que no llega (Rajoy ha vuelto a mentir otra vez prometiéndola para una próxima legislatura que probablemente no presidirá) y cambiar todo el sistema de ayudas para que sea realmente útil. Nosotros no tenemos la varita mágica y no sabemos bien cómo hacerlo, pero hay tres cosas que tenemos muy claras: primero, que las ayudas deberían centrarse sobre todo en las primeras películas de cada realizador, en las famosas “operas primas”; segundo, que las ayudas en lugar de a la producción quizás debieran servirse para la distribución y de esa forma llegar más lejos; y tercero, invertir el dinero en proyectos que puedan ser asimilados por la mayor parte del público.

Porque no se trata de financiar experimentos, que pueden quedar muy bien en las escuelas de cine pero que luego apenas tienen espectadores. Todos sabemos que los tiempos en los que el cine era sólo arte ya pasaron: es arte y negocio, dos patas para un gigante que es vehículo de la Marca España y que debería ser mimado y no maltratado. Hay que invertir el dinero público con inteligencia, no una barra libre. Una vez más: dinero para los que empiezan, apoyo económico para distribución y buen tino para cofinanciar proyectos que sirvan para llegar al mercado latinoamericano, europeo y norteamericano, salidas naturales de la cultura española (por ese orden incluso). Lo ideal sería que el cine español mantuviera y aumentara su conexión con el público gracias a guiones que explotan las fórmulas populares con más cine de género, más valiente, que se atreva con el thriller a gran escala, con la ciencia-ficción, que mantenga la apuesta por el terror como una buena carta comercial y de calidad. Que se atreva. Que piense de una forma que no les convierta a todos en dependientes directos de las veleidades de los políticos de turno. Y sobre todo, que algún gobierno se tome en serio la cultura de una vez en lugar de subvencionarla o estrangularla en función de sus penurias ideológicas de siempre. Aunque esto último, esperar inteligencia gubernamental, es lo más utópico de todo lo dicho.