Esto no es un análisis de las elecciones del domingo; no merece la pena, ya hay tantos analistas como seleccionadores nacionales, así que mejor no perder el tiempo. Pero sí es una queja y una profecía sobre lo que no necesitamos y lo que seguro que va a ocurrir: nadie será capaz de llegar a un acuerdo, a pesar de que esta situación de ingobernabilidad es justo lo que hace falta para que el país pueda progresar. En la necesidad y el caos nace la situación perfecta para que sean los ciudadanos los que cambien el país. Sólo ellos pueden hacerlo, no sus delegados plenipotenciarios que jamás obedecen.

España no necesita que la salven, sólo que la ayuden. No necesita profetas de izquierdas que crean tener la solución a todos los problemas; la vanidad intelectual del izquierdista es proporcional al convencimiento irreflexivo del conservador de ser la única persona sensata y decente de la habitación. Los dos son un lastre para toda civilización que se precie. Las grandes culturas de la Historia supieron dejar al margen a los mesías, fueran quienes fuesen. Toda sociedad con aspiraciones sabe levantar y tirar abajo iconos, es flexible, asimila a sus vecinos y crea poco a poco un sello propio que sobrevive al tiempo. Atenas y Roma son dos buenos ejemplos, a pesar de las luces y sombras. Nunca esta tierra fue tan productiva, brillante, tenaz y organizada como cuando estaba Roma presente. Como dijo un célebre periodista, asqueado y harto de todo lo que veía, “ojalá siguiéramos siendo una provincia romana”.

Tampoco necesita guardianes de las esencias que se piensen que esa cosa tan surrealista y difusa como “la identidad nacional” debe ser defendida. La Historia crea y borra naciones, culturas, civilizaciones y religiones con facilidad, así que mejor no perder el tiempo conservando sino progresando. El miedo y la apatía son las muletas del que conserva. No hay avance, sólo estancamiento. Pero por alguna razón difícil de comprender este trozo del mundo, por el que han pasado casi todas las civilizaciones del Mediterráneo y muchas más venidas desde otros lugares, sólo sabe generar ideas que se sienten eternas, usos, costumbres, tradiciones miles sin mucho sentido y que se convierten en lastres casi desde el mismo momento de su nacimiento. Y cada vez que esa cosa llamada España ha tenido que decantarse por una vía de desarrollo ha optado casi siempre por la peor opción. Siempre apostando por el caballo perdedor.

Las elecciones del 20-D son importantes por dos razones; la primera, porque la Macedonia de Frutas es tan grande que sólo quedan dos caminos: crear un coro armónico que sólo sea capaz de tomar decisiones consensuadas por todos los partidos a la vez y que por lo tanto funcionen (no como hasta ahora, que siempre eran de unos contra otros), o nuevas elecciones que conserven el mismo sistema pero con otras caras y nombres que prometen ser diferentes y que en realidad no lo son. Porque nadie se baja de las atalayas, cada cual, amparándose en los resultados, fustiga a los contrarios, pide, exige un pacto, para a continuación volver a insultarle. Si hay algo que los años nos han enseñado es a dudar, a no dar jamás por válidas de manera permanente las ideas. Toda ideología o postura intelectual no es más que un juicio de valor hecho con un poco de información y mucho de predeterminación. Qué poco le gusta pactar al ibérico, ya sea vasco, castellano, catalán o andaluz; da igual, todos son iguales en ese rasgo.

Desconfiad de todos los Pablos y Riveras del mundo que prometen cambiar las cosas; huid de todos los Marianos y Pedros que dicen seguir siendo la solución a los problemas cuando han tenido miles de oportunidades para poder construir algo mejor y no lo han hecho por ser rehenes de sus ideologías, tradiciones y tópicos. Todo cambio auténtico no lo hace una persona o un grupo, es consecuencia de un giro de las circunstancias generales (que no se da en estos momentos) y de un esfuerzo sostenido en el tiempo (las ansias de cambio pasarán y seremos los mismos de siempre). Es la sociedad civil la que, con los años, cambie el país, no los partidos, los sindicatos o empresarios, que llevan tres décadas con un sistema que no ha resistido el primer envite serio desde que llegara la democracia.

Los partidos políticos (todos, viejos y nuevos) siempre lo harán como ejecutores de ideologías o redes de intereses particulares; es la gente la que debe cambiar primero, darle valor a aquellas cosas que deben ser respetadas y fomentadas (educación, ansia de progreso, ambición, espíritu de sacrificio, laboriosidad, meticulosidad en el trabajo). Se necesitarán al menos dos generaciones para poder cambiar de verdad las cosas, y aún así es probable que se falle. Y como cada cual defiende una postura que cree sagrada y sensata cuando en realidad es una filigrana parcial y egoísta de la realidad, no habrá acuerdo. Pero como dijimos antes, precisamente la Macedonia de Frutas es perfecta para que por una vez la sensatez cunda y lleguen a un gran acuerdo nacional. No va a pasar, pero como dijimos antes esto es una queja y profecía de lo que no pasará pero debería suceder.